Colegios, universidades, medios de comunicación, asociaciones, personas naturales, todos los que habitamos este país hemos estado expuestos, y lo estaremos mucho más en los próximos días, a información y a sucesos relacionados con la conmemoración del único grito al que se le ha dado el estatus que tiene: Grito de Independencia.
Al parecer todos se empeñaron en que nos quedara claro que no fue una manifestación de independencia, ni un acuerdo de voluntades, ni una exclamación, ni un derecho de petición.
Nos lo enseñaron así, lo memorizamos así y lo celebramos como lo que fue: un grito. Y es que uno grita cuando se quiere dejar escuchar, cuando quiere que su voz sobresalga por encima del resto de sonidos, cuando las palabras salen del pecho con tanta fuerza y vehemencia que llegan a los 85 decibelios que, dicen los eruditos del tema, es el valor que alcanza un sonido para llegar a la categoría de grito.
Lo primero de la conmemoración del Bicentenario, el Grito, creo que a todos nos quedó bien claro. En lo que tengo mis dudas sobre el grado de conciencia que tenemos del tema es en el asunto de la "Independencia". Mirando nuestra sociedad actual, repasando notas de tertulias, charlas y cursos en los que he participado como miembro del Centro de Fe y Culturas de Medellín, siento que realmente hay muchas "independencias" que nos faltan.
El mexicano Miguel Ruiz, experto en el conocimiento tolteca, en su libro " Los cuatro acuerdos ", afirma: "Todos hablan de libertad. Distintas personas, diferentes razas y distintos países luchan por la libertad en todo el mundo. Pero ¿Qué es la libertad? ¿Somos realmente libres? ¿Somos libres para ser quienes realmente somos? La respuesta es no, no somos libres. La verdadera libertad está relacionada con el espíritu humano: es la libertad de ser quienes realmente somos".
Para quienes optamos por caminar en esta vida guiados por los principios de la fe cristiana, tenemos claro que lo que realmente somos es hijos de Dios, de un mismo Padre y en consecuencia, iguales. Aquí salta la primera de las independencias que nos falta: la del egoísmo. No es fácil, pero tiene que ser posible, zafarnos de esa manía de pensar que las cosas que les ocurren a los otros, mientras no me afecten, no me importan. Por egoísmo nos enteramos de noticias escalofriantes que pasan a pocos metros de donde vivimos, pero como no nos sucedió a nosotros, no reaccionamos.
Nos falta también la independencia de la culpa, de ese sentimiento que heredamos de nuestros ancestros, que aprendimos a invocar casi inconscientemente, repitiendo una y otra vez: por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa? Es ella la responsable de muchas de nuestras derrotas, de nuestros desalientos, de nuestros fracasos. Cuando seamos capaces de transformar eso que llamamos equivocación, embarrada, culpa, en experiencia, en aprendizaje, en sentido de vida, podremos celebrar una verdadera independencia.
Podría seguir con una lista interminable de las independencias que creo que nos faltan: la del miedo, la del orgullo, la de los apegos, la de la desconfianza? pero mejor le dejo a cada lector la tarea de hacer su propia lista, para visualizarla y para trabajarla.
* Miembro del Centro de Fe y Culturas
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