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Libros viejos para Navidad

23 de diciembre de 2009
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Siempre he creído que no hay nada mejor que ir sin afán a una librería de viejo. No preguntar por un título específico y salir corriendo como quien busca una talla de zapatos sino detenerse y mirar los lomos de los libros, abrirlos por la mitad y olerlos, como lo hace Jocobo Lince en " Angosta ", la novela de Héctor Abad, y dejar que algún título o párrafo leído al azar nos haga sentir que hemos encontrado algo maravilloso.

Las librerías de viejo tienen el encanto de guardar lo que ninguna librería de nuevo haría porque no les interesa almacenar libros que circulan poco (es costoso y no hay espacio) o simplemente porque ellos prefieren promocionar las novedades editoriales; en cambio una librería de "libros leídos", como les dicen en Palinuro, ese rinconcito agradable que queda en Córdoba con Perú, es como un campo arqueológico que apenas se explora pueden encontrarse cosas inimaginables; pero para llegar a eso hay que tener paciencia y tiempo y dejarse guiar por el asombro.

En Medellín, aunque no existe la calle Corrientes como en Buenos Aires (creo que la comparación es exagerada), sí hay pequeños lugares que han sobrevivido al tiempo y han combatido el polvo espeso del olvido no sin pocas dificultades. Siempre he creído que una librería de libros de segunda, tercera y hasta de más manos, es un negocio altruista de unas pocas personas que creen que este país se puede educar o simplemente leerse de otra forma. Bien sé que aunque es "rentable"; es decir, les da para vivir a un grupo limitado de personas (muchos libreros del pasaje La Bastilla han levantado sus familias con este oficio), no es el negocio más próspero ni el más agradecido y más ahora cuando los libros piratas al parecer ya no son ilegales porque están por todas partes. No pasa nada. Recuerden, la ilegalidad en nuestro país es cotidiana, es amigable.

Pero bueno, no quiero detenerme en eso, quiero más bien sugerir en esta época del año cuando hay tanto afán en las calles del centro y la palabra obsequio no es sólo una preocupación del Niño Dios ni de los Reyes Magos sino de lectores y no lectores, que se pasen por Palinuro, por El Callejón de las Palabras (a la vuelta del Parque del Periodista), por La Anticuaria (cerca de la Plazuela de San Ignacio), por el Centro Popular del Libro (por el pasaje La Bastilla) y busquen lo que está perdido en los anaqueles con esos ojos que palpan otras realidades, que encuentran lo invisible y le regalan al alma en esta Navidad un par de palabras ya leídas pero no por eso menos dignas.

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