Hay dos pescadores. Los acompaña un indígena, su guía, y la mujer de éste, que se encarga de la cocina.
Hay una ciénaga. Que podría ser la de San Silvestre, cerca de Barrancabermeja. O la Ciénaga Grande.
Un lugar tropical, caliente, lleno de mosquitos, con selva en la selva. Ahí transcurre Lomos de sábalo, el cuento escrito por Javier Saldarriaga y que titula la serie de relatos con que ganó el Premio Nacional de Cultura en la categoría de Literatura.
"Es un relato de pescadores, que escribí en 2002, en medio de una crisis de salud bastante fuerte, depresiva. Acababa de dejar el sector ejecutivo, al que me había metido después de graduarme como abogado y donde, realmente, nunca me sentí cómodo".
Lomos de sábalo transcurre en una pesquería, cuenta su autor y asegura que es, de los relatos que ha escrito, el que más quiere, "por ese contexto que rodeó su creación".
Los protagonistas, dice, están buscando un sábalo, un pez fácil de encontrar, pero difícil de pescar. Es un trofeo para cualquier pescador.
De abogado a narrador
Javier es abogado. Aunque esa es una condición un poco fortuita. Ya no ejerce, se aburrió, escapó, se liberó. Quizá sería mejor decir que Javier fue abogado.
"Empecé a trabajar en el sector ejecutivo. Buenos cargos, buena remuneración, pero totalmente vacío. No veía la hora de que fuera sábado para irme a pescar. Hasta que un sábado apareció Capote con Desayuno en Tiffany's".
Pero todo empieza antes. "No, esta historia mía con la literatura no te puedo decir que sea de toda la vida".
Está marcada, cuenta, por el suicidio de su papá.
"Eso fue en 1994. Un acontecimiento que partió mi vida en dos. Empecé a hacerme preguntas y a buscar respuestas, que encontré en la literatura".
¿Cómo encontrar a esa personas? ¿cómo librarme de sus culpas? Eso lo encontró en los libros, en una colección del Círculo de Lectores que dormía en su casa... Un día aburrido cogió Desayuno en Tiffany's y ahí empezó el cuento... "pero era 1995, yo tenía ya 25 años. No es, entonces, una historia de infancia".
Se convirtió en un lector desesperado. Capote le abrió el camino, pero Steinbeck, Faulkner y Hemingway fueron los que lo guiaron.
Luego llegaron Carson Macullers, John Dos Passos, Herman Melville, Raymond Carver...
"Me encantan los escritores norteamericanos de finales del XIX y los de entreguerras. Es una escritura muy vital, que no se sustenta tanto en la palabra, sino en la emoción que oculta en éstas".
Y eso es lo que Javier busca, ser vital, visceral... Sobre su obra, los jurados de los Premios Nacionales de Cultura señalaron que es "un conjunto armónico de cuentos que sobresale por sus recursos técnicos y estilísticos y sólidos criterios narrativos".
Solidez que Javier busca en su día a día.
"Los escritores de ahora escriben a partir de lo que leen o les cuentan. Yo lo que hago es irme a pescar, a caminar, me voy un fin de semana a caminar por Medellín, a meterme en todos los chochales que encuentre, solamente a mirar caras, gente, experiencias".
Lo abandonó todo. Vendió el carro, canceló la tarjeta de crédito, se olvidó de las suscripciones... Se quedó con sus libros, un computador y la docencia.
"Todavía me pesa mucho esa clase media burguesa de la que vengo, que solo señala caminos posibles e indica una profesión liberal, lucrativa, para sostenerte, pero que no permite el arte", dice, pero hizo su apuesta por la literatura y la va ganando.
Aunque reconoce que este premio es apenas la bienvenida al kindergarden de los escritores, "porque este es un oficio que solo reconoce a los ancianos y a los muertos".
Pico y Placa Medellín
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