A Alejandro Gómez parece que le quemaran las plantas de los pies; no las aquieta. Desde que salió de casa, hace 10 años, detrás de las cosechas de café, no ha vuelto más que tres veces. Y cuando va, apenas sí se queda amaneciendo de un día para otro, pues al cabo de este tiempo ya siente que no se halla y echa a andar de nuevo. Hace quince días salió de Concordia. Quién sabe ahora dónde está.
Lo encontré en ese municipio del suroeste antioqueño antes del mediodía del 23 de diciembre y ya estaba sentado en un muro, sin hacer nada, viendo la quietud de un cafetal bajo el azul del cielo, al lado del cuartel donde durmió más de 30 noches. El cuartel de la finca Paysandú, de Guillermo Gaviria. Fue cuando contó que iría a saludar a su madre en El Águila, Valle del Cauca, cosa que no hace desde que tenía 18 años; antes de eso, no la veía desde los 14.
Para él, lo importante es que le ofrezcan buena dormida y mejor comida.
La alimentación de recolectores, en Paysandú, es negocio de Claudia Vasco. Brinda desayuno, almuerzo y cena por 10 mil pesos. Es tan lucrativo, que al decir de Guillermo, ella sacó, en la cosecha de 2010 -mejor que ésta y con más personal- unos 30 millones de pesos, con los cuales compró casa.
"Yo sería capaz de pagar once mil por esa melona -dijo Alejandro-, de lo buena que es. Hay partes en que cobran ocho mil por los tres golpes, pero no los valen".
Distintos acentos
A la hora sin sombra, los demás trabajadores que quedaban -llegaron a haber más de 130 en esta finca-, una veintena de recolectores de todas partes del país, hasta de Concordia, acosados por sus estómagos, fueron llegando de los sembrados hasta la tolva e iban entregándole a la "guachimana", el grano que cada uno había recogido. Ella, con ayuda de un marcador, fue rayando los costales con las iniciales de cada cual, para sumarlos a los que trajeran al final del día. Por ese oficio, cuidar la producción, le pagaban con dos kilos de café cada uno. Después de eso, ellos fueron pasando a sentarse ahí cerca, a la vera de la trocha. Recibieron los portacomidas. Arroz, sopa, carne frita, papas, tajadas de plátano, todo en el mismo recipiente. Almorzaron rápido hablando entre bocados, no por tener afán, puesto que después de comer se tendieron un momento a reposar.
Uno de ellos, Noreña, hombre de piel rojiza y de barba y cabello amarillos, contó que tenía 29 años. ¿29 años él, con esa figura rolliza, esa cara más bien mofletuda y curtida por la intemperie? Nadie le creyó. Todos soltaron la risa. Uno de ellos, el más espontáneo y de acento opita, exclamó: "¡eh, mijo, usté entonces fue que se acabó guardao!"
El hombre amarillo, llamado Norberto, contó que nació en Aranzazu. Salió hace 14 años de casa y echó a andar detrás de las cosechas, a pesar de no haber conocido a nadie de su familia con ese estilo de vida. Está seguro de que no tiene hijos en ninguna parte. Su papá murió; su mamá, también. ¿Y los hermanos? "Ellos qué lo van a amarrar a uno. ¡No tengo zapato que me apriete! Para nosotros, los andariegos, lo que nos ganamos es para disfrutarlo, tomando traguito y saliendo con las niñas".
Él puede ganar, cuando una cosecha está en "su fina", hasta 150 mil pesos en un solo día. "Y salir a gastarme el producto de una semana un sábado y al domingo llegar donde el patrón a pedirle plata prestada".
Tenía pensado irse a pasar la primera semana del año en Chinchiná, que allá la cosecha está buena. "Después, tal vez pegue para la Sierra Nevada. O no, más bien echo para Tolima y paso después al Huila a finales de febrero.
Novatos
Algunas personas no se quitaron, para comer, el buzo que les cubría cabeza y cuello. Ese que, en los sembrados, los protegió del Sol y los mosquitos.
"¿Sabían que los mosquitos se mueren cuando están hartos de sangre? -preguntó otro, William Arenas, de Génova, Quindío-. ¡Tanto luchar los pobres por alimento y el mismo alimento acaba por matarlos!"
"Nosotros nos untamos aceite de aguacate para que no nos arrimen". Esta última era la voz de una mujer con acento costeño. Estaba sentada en el balde de coger café puesto al revés y al lado de dos niños. Era Doris Guerra, quien comenzó su vida de andariega hacía apenas tres meses, en Ciudad Bolívar. Mientras pasaba un bocado con el refresco rojizo que le sirvieron, contó que hasta octubre pasado y durante muchos años trabajó en oficios domésticos. Pero se cansó. En eso no siempre hay trabajo y es mal pago. De modo que cuando le contaron que podía coger café, "ajá, no lo pensé mucho y salí con mis hijos". El mayor, Héctor Guerra, de 15 años, está a gusto con el oficio; la niña, Kendy Paternina, de 12, no lo está. Dijo extrañar todavía a sus amiguitos del barrio. "Ella regresará a Montería ahorita mismo; él sí se va conmigo al Tolima".
Exclamó: "¡No joda! Qué crudos estamos en el oficio". Empezaron cogiendo 20 kilos al día entre los tres. Ya estaban en 30. "Al principio nos perdíamos en los surcos -recordó riendo-. Empezábamos en uno y terminábamos en otro".
Ancízar Granados es de Chaparral. Comía al lado de Noreña. Consoló a la costeña contándole que después de andareguiar varios años, aquietó sus plantas en su pueblo para trabajar con la firma encargada de instalar redes de gas. Debía abrir brechas en las calles para regar la tubería. ¡Oiga! Pero hace seis meses, el trabajo estaba malo, su quincena no pasaba de 410 mil pesos, así que pensó: "hago más de andariego. Y volví a las andanzas. Me ha dado lidia volver a coger el ritmo. Se me endurecieron las manos. Uno, enseñado en ese tiempo a sacar hasta 400 kilos de cafecito al día. Cuando volví me tocó casi empezar de nuevo: saqué 90 kilos el primer día. Ya que lo están pagando a 400 el kilo, siempre es platica".
Pero él no solo coge café. También irá a la costa a mitad de año a cosechar algodón.
"Cuando estoy andando, voy cada dos años a la casa. De resto, un veinticuatro o un treinta y uno de diciembre los paso por ahí, jugando billar, tomándome unas cervecitas. A veces, alguna persona me da natilla".
"Pero ya uno a veces ni parrandea -entró a terciar Noreña, el que se acabó guardado-. Se queda en la finca. Uno ya calmó la fiebre de rumbear. Pero ¿que si no me hace falta la casa? Pues, donde llego, esa es mi casa y la gente que encuentro, esa es mi familia", dijo y, sin más, se incorporó y buscó el camino hacia el cafetal.
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