“Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad”. Albert Einstein
En unas semanas se estará graduando como músico en Eafit con unas calificaciones altísimas, Juan Camilo Suárez Román, un joven aparentemente como otro de los miles que estudian en mi universidad, pero con la diferencia que el destino, o como se llame eso que establece una parte de lo que seremos, le negó la luz a sus ojos.
Nunca fui su profesor, pero ahora que lo pienso es porque no tenía nada que enseñarle y por el contrario éramos los demás, que le veíamos siempre alegre, sus alumnos. Más intensa que la oscuridad en los ojos de Juan Camilo, resultó su voluntad. Voluntad que supongo fue la herencia que recibió de sus padres, Elkin y Gloria, pero que él fue haciendo crecer minuto a minuto. Todos los días veíamos a sus padres llevando a su hijo superdotado a la universidad, con una cara de felicidad que yo envidiaba, pero que siempre hacía preguntarme: ¿y cómo hacen para tener en su rostro esa inagotable manifestación de alegría? Se sentaban juntos bajo la sombra de los árboles del Patio de Los Pimientos, cogidos de la mano, imperturbablemente sonriendo y saludando a quienes los veían al pasar. ¿Qué saben ellos que nosotros no? Siempre me pregunté.
Tal vez ahora lo sé. Sabían que el cielo los había bendecido con un joven que a diferencia de muchos que teniendo luz en sus ojos, muchas veces ni saben ni ven lo que quieren ser, y Juan Camilo en cambio, sin poder percibir luz alguna, no veía su destino, él lo construía segundo a segundo, nota por nota. La luz interior de su deseo de hacer más con menos reemplazó siempre la luz exterior que no encontraba el camino para entrar en sus ojos.
Quiero felicitar también a todos sus profesores y tutores que tuvieron la altura y el profesionalismo para aceptar el reto de hacer los cambios necesarios para adaptar sus métodos de enseñanza a alguien que lo requería, pero que especialmente se hacía merecedor de ello y que devolvió con intereses el tiempo y el esfuerzo que en él se invirtió.
Juan Camilo es un ejemplo más de que la vida no es exclusivamente la extrapolación en el tiempo de las condiciones iniciales, sino en gran medida es lo que hagamos con lo que nos dieron al llegar a este mundo. Es un ejemplo para algunos de sus compañeros, muchas veces con exceso de todo, menos de entusiasmo, que tienen como deporte favorito la queja y acostumbrados a estar sumergidos permanentemente en una monótona tonada de mediocridad e ingratitud.
Espero que este sea otro paso en su futuro como músico de jazz y siga subiendo la escala de su canto, pero especialmente quiero pensar que su ejemplo, el instrumento más poderoso de todos, haga desaparecer la ceguera de los que teniendo ojos sanos no ven, porque es más fácil culpar al destino o a otros de sus supuestas desgracias y quejarse de la oscuridad que brota de ellos mismos.