Tercer domingo de Pascua.
"Dos discípulos de Jesús iban andando el primer día de la semana, a una aldea llamada Emaús, y comentaban lo sucedido entonces en Jerusalén". San Lucas, cap.24.
La narrativa de san Lucas es superior frente a los demás evangelios. Su redacción es más ágil, recoge detalles más pintorescos. Describe con mayor propiedad los lugares, las personas, los acontecimientos. Lo comprobamos en el relato de aquellos discípulos que, luego de la fiesta de Pascua, regresaban a Emaús. Una aldea distante de Jerusalén unas dos leguas.
El evangelista resalta el ánimo quebrantado de aquellos caminantes: "Nosotros esperábamos que Jesús fuera el liberador de Israel".
Según enseñan los biblistas, esta página corresponde a un hecho real, retocado por los catequistas de entonces, y recogido por san Lucas hacia el año 75 de nuestra era. Los primeros cristianos veían retratados aquí a quienes siguen al Señor, pero sin encontrarse con Él personalmente.
Según el texto de san Lucas, estos discípulos sabían mucho de Jesús. Cuentan hechos y apreciaciones personales. Tal vez habían acompañado al Maestro en sus andanzas. ¿Por qué entonces no se quedaron un día más en la capital?
Todo ocurrió con tal rapidez que sin pensarlo, el mundo se les vino encima. Es cierto que unas mujeres contaban haber visto al Señor. ¿Pero no apuntaría todo ello a sanar un dolor incurable? Años antes, también otros profetas habían engañado al pueblo. ¿Este sería uno más? Y el corazón se les hundía en la desesperanza.
El viajero que se les juntó en el camino escuchaba atentamente su relato, comprobando que sus interlocutores no eran testigos del Maestro. Únicamente desconcertados reporteros: si esa historia de Jesús de Nazaret terminó mal, ya ellos se curaban en salud. Si hubiera culminado con éxito, habrían procurado sacarle provecho.
Una actitud que nos retrata a muchos cristianos: poco nos interesa que Jesús sea Dios o no lo sea. Nos deja sin cuidado relacionarnos con Él en la comunidad creyente. Nos bastan los amigos, los negocios y un trabajo ejercido con mediana honradez. Otras facetas del Evangelio nos dejan sin cuidado.
Sin embargo, en favor de aquellos descorazonados discípulos -para nuestra situación- el Señor interviene. Aunque ellos no lo habían reconocido.
El discurso del Maestro, aunque san Lucas no lo consigna por extenso, explica, "comenzando por Moisés y los profetas", todo el programa del Mesías y luego hace ademán de seguir adelante.
Pero los dos discípulos ya interesados en revisar su experiencia de Jesús, le apremian: "Quédate con nosotros porque ya atardece".
Entraron -el evangelista no describe el lugar- y allí compartieron el pan a la usanza judía, luego de hacer la acción de gracias. Entonces a los dos viajeros se les abrieron los ojos y el corazón. Pero el Señor había desaparecido.
Lástima no seguir gozando de su presencia. Sin embargo, no importa. Ya se habían transformado, de simples reporteros, en testigos: "Levantándose al momento volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once. Y ellos contaron cómo lo habían reconocido al partir el pan".
El Señor nos invita a no apartarnos de él, a pesar de los desconciertos. Pero si nos marchamos de Jerusalén en busca de una vida ordinaria, más segura quizás, se hace el encontradizo en el camino. Sin embargo para reconocerlo es necesario escuchar su palabra y compartir con muchos otros el pan.
(Publicado 10 de mayo de 1981)