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Los últimos placeres de la época

09 de octubre de 2010
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Amor, desamor, relaciones por interés, ciega pasión, entre otras sutilezas, son variantes de las relaciones afectivas que esta historia presenta en un mismo paquete, además enmarcada en una exquisita puesta en escena que tiene como cómplice uno de los periodos más estimulantes de la arquitectura, el diseño y el ornato, el art noveau, así como un momento de optimismo y bienestar como pocos ha habido en la historia, la llamada Bella Época.

Su director, el inglés Stephen Frears, tiene una muy respetable carrera de cuarenta años en el oficio y es dueño de algunos títulos que dan prueba de su agudeza para construir personajes y su elocuencia para retratar ambientes y periodos: Mi hermosa lavandería (1985), Relaciones peligrosas (1988), The Grifters (1990), The van (1996), La señora Henderson presenta (2005), La reina (2006), entre otras muchas cintas, menos conocidas pero con cualidades similares.

El punto de partida de esta película es el amor y la diferencia de edad en un contexto donde el hedonismo y la solvencia financiera son determinantes.

Pero además, lo que le pone el condimento es, de un lado, que la diferencia de edad se da en  la variante mujer mayor con hombre joven, y de otro lado, que la mujer solía ser una cortesana y el joven el hijo de otra.

De manera que el concepto de amor por conveniencia es manejado sin rubor alguno ni consideraciones moralistas. El aparente cinismo de uno estar usando al otro hace parecer la relación incluso más honesta, porque cada quien sabe qué esperar.

El problema es cuando en el cómodo arreglo se "entromete" el verdadero amor. Entonces ya lo del dinero y la diferencia de edad no es tan fácil de manejar.

Parece que solo funciona cuando se obedece al arrebato, cuando es inconsecuente y solo se tiene en cuenta en el día a día, porque si se piensa en ser prácticos no funcionan muy bien las cosas. Incluso la facilidad y casi desfachatez con que se hablaba de la relación antes, da paso a las dudas y al ocultamiento de los sentimientos.

En definitiva, los años no perdonan, ni siquiera para Michelle Pfeiffer, cuya ajada belleza resulta perfecta para este papel. Pero sin esos años, esta mujer no sería todo lo encantadora que es, con su inteligencia, su clara visión del mundo y, por su puesto, su dinero.

Es la drástica paradoja de la vida. Unos tienen todas esas ventajas que dan los años, mientras otros tienen la belleza y la juventud. Y el equilibrio de ambos extremos es casi siempre esquivo.

Estos vaivenes del amor y el paradójico conflicto de fondo, que son tratados con seriedad y reflexiva gravedad, la película los reviste con un acabado de juguetona belleza y un desenfadado espíritu hedonista.

Todo esto por cuenta de la coincidencia, a principios del siglo XX en París, de los ya mencionados art noveau y la Bella Época. Y su director (y el guionista, Christopher Hampton) saben corresponder a la exquisitez de ambos aspectos con una historia, diálogos y personajes cargados de delicadeza, ingenio y sutileza.

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