Esta es una película de un octogenario sobre un nonagenario. El director norteamericano Clint Eastwood retrata al ex presidente sudafricano Nelson Mandela, y entre ambos entregan al mundo un anuncio que pesa dos siglos, como sus edades sumadas.
Es posible que el filme no agregue gramos al acervo del séptimo arte. En cambio, el ademán vital que en él campea sí es una necesidad masiva para un país como Colombia, tan plagado de odios y herencias malditas.
Invicto , como se llama la cinta, se estrenó exactamente a los veinte años de liberado Mandela de su prisión de veintisiete: dos cifras que componen media vida. Una conjunción de guarismos parece orientar lámparas sobre este personaje y sobre su legado hacia el tercer milenio.
En su cárcel de picapedrero, el adalid de la negramenta segregada se aplicó a conocer al enemigo. Consideró a los poetas holandeses afrikaners , escrutó el juego de rugby de los ingleses, observó los resortes del alma de esas minorías blancas que custodiaban el cerrojo de su celda.
Al salir libre al polvo de los caseríos negros y a la arena de la política, Mandela se había transformado por dentro. Se erigió como el líder de los oprimidos, ganó unas elecciones de tumulto, fue investido como presidente del país completo.
Aquí estriba el nudo de la novedad. Aquel enemigo que él había convertido en sujeto de su comprensión, fue igualmente reconocido por Mandela como parte integrante de una nación indivisible. Las mayorías negras no habían andado este camino interior, de modo que el gobernante debió ejercer su persuasión, su didáctica, una astucia de quien ve lo que los demás no ven.
Mandela cambió a fuerza de inspiración y lucidez, y a continuación guió la metamorfosis de su pueblo que estaba polarizado con encarnizamiento. La historia sudafricana habría sido un mero trueque de cara en la misma moneda, de no haber sido por la visión y tesón de este hombre acrisolado entre las rejas.
Pueblos como el nuestro, segregado a muerte entre 'uribistas' y 'terroristas', entre 'narcoparamilitares' y 'mamertos', tendrían en la negrura de Mandela un referente perfecto para poner en blanco la conciencia.
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