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McCausland hizo universal la costa

Periodista de prensa, radio, televisión, Ernesto McCausland creía que la crónica acercaba más a la verdad.

  • McCausland hizo universal la costa | Ernesto McCausland hizo periodismo, cine y literatura. Cubrió áreas judicial, deportiva y cultural. FOTO: ARCHIVO
    McCausland hizo universal la costa | Ernesto McCausland hizo periodismo, cine y literatura. Cubrió áreas judicial, deportiva y cultural. FOTO: ARCHIVO
21 de noviembre de 2012
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Enano. Así le decían en El Heraldo a Ernesto McCausland Sojo, por mamarle gallo, pues medía casi dos metros de estatura.

Corría 1982 y él, con 21 años, en menos de ocho días  se acopló a ese ambiente alegre de la sala de redacción de ese diario: ya era él quien se encendía en jocosas palabrerías con los demás periodistas. Hacía las bromas y permanecía serio hasta el final, cuando apenas sí se reía y podían darse cuenta de que se trataba de una chanza. Así lo recuerda Estewil Quezada Fernández-, quien comenzó dos años antes que él su vida de periodista y eso porque McCausland se fue a vivir como dos años a Estados Unidos.

En el país del norte aprendió a comer “chatarra”. “Cuando salíamos a veces por ahí -dice Quezada-, él comía perro caliente o hamburguesa y nos tomábamos unas cervezas. Claro que cuando iba a los pueblos, buscando historias, comía sancocho y cuanto le sirvieran”.
Ernesto nació en Barranquilla el 4 de enero de 1961. Él siempre decía que los McCausland eran ribereños. Su padre Ernesto, exalcalde, y su madre, Nancy, a veces acudían a reuniones donde estaba Quezada, quien hablaba con ellos.

La casa de Ernesto era la Costa Caribe toda. Recorría ríos y poblados en busca de historias que sorprendieran a la gente. “Yo llego a las historias por corazonada -me dijo un día-. Si me seducen a mí, considero que pueden seducir a los demás”. Creo que me quedo con “El arte de esperar la muerte”, en la que contó la una vieja costumbre costeña de que las personas mayores compraban su propio ataúd y lo guardaban para cuando les llegara el momento de usarlo. A veces pasaban décadas.

Con el tercer milenio llegaron algunos afanes. Ernesto se casó con Ana Milena Londoño, fue padre de Natalia  y Marcela, y amo de un perro: Momo. Y desde entonces, si bien difrutaba los viajes, según contaba, comenzó a sentir cierta ansiedad por volver a casa.
Para Ernesto, el medio no era el fin. Por eso pudo contar historias en prensa, radio, televisión, cine y novela.

“Es notorio que ese muchacho de apellidos distinguidos, como dice Pablo Arbeláez, el periodista deportivo de El Colombiano, haya tenido tanta sensibilidad. En el Pie de La Popa, de Cartagena o en Barrio Abajo, de Barranquilla, se compenetraba con los vecinos y todos lo conocían y querían”. Pablo conoció a McCausland en el cubrimiento de una pelea de boxeo, en Panamá. El Barranquillero fue a nombre de El Heraldo, en compañía del reconocido Melanio Porto Ariza. Cuando vio a Pablo, sin conocerlo, le preguntó a Porto: “¿y este sí sabe algo de boxeo?” Y desde eso se hicieron amigos.

Si quisiéramos resumir la vida de este currambero que murió de cáncer de páncreas en la madrugada del martes, diríamos: sencillo y mamagallista en lo personal; vehemente en su trabajo. Ernesto McCausland sabía extraerle a la vida los momentos apasionantes para volverlos una buena historia. Entendió que tenía una fuente inagotable en la costa Caribe, pero lo volvió un material universal.

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