Mi Niño, apodo que se ganó de cariño porque así era como saludaba a todos, seguirá desde el cielo haciéndole fuerza a su equipo, Nacional, disfrutando la salsa, amando a su familia y ayudando a quienes lo necesitan.
La alegría que transmitía a su compañeros en la estación de bomberos, a sus familiares, a sus amigos en el barrio o en la esquina, ahora está con Dios y toda su corte celestial y en el recuerdo de quienes estuvieron cerca de él.
Según el teniente Jaime León Ríos, comandante de la Estación Doce de Octubre, Wálter Hernán Pulgarín con su forma de ser tan extrovertida hacía que en las capacitaciones y en el lugar de trabajo no hubiera espacio para el aburrimiento.
"Era una persona muy descomplicada, incluso en momentos de tristeza y de angustia sacaba a relucir su alegría y su chispa", cuenta el teniente Ríos, quien compartió con Wálter 27 años de servicio bomberil, por lo que lo consideraba su mano derecha.
Fueron muchas las emergencias que atendieron juntos y muchas las tristezas y satisfacciones compartidas.
Destaca de su labor bomberil su vocación y su entrega, que alguna vez lo llevó a salvar la vida de uno de sus compañeros sin importar el riesgo que corría la suya.
Soñaba con el verde
Su pasión fue el fútbol, que practicó hasta que una lesión lo obligó a dejar de jugar, pero que siguió como entrenador del equipo del Cuerpo de Bomberos de Medellín.
"Era muy buen jugador, un delantero excelente, llegó a representar al Municipio de Medellín en los juegos de empleados públicos", expresa el teniente Ríos, quien agrega que era hincha "a morir" de Nacional y que el día que ganó el título, aunque se encontraba trabajando, celebró a gritos hasta la media noche en la estación.
Anota que era tal su amor por el verde que muchas veces que estaba de turno y podía dormir, lo encontraron gritando los goles de Nacional.
Estaba casado hace 23 años, de cuya unión tiene un hijo se 22 años, la luz que iluminaba su vida, según dos de sus ocho hermanos, William y Libardo, que ayer le daban el último adiós en la estación Doce de Octubre, en donde también estaban sus compañeros y amigos.
Su otra pasión, cuenta William, era la salsa. "Él era todo alegría, donde estuviera y donde llegaba no cabía la tristeza".
Y así terminó su paso por el mundo terrenal compartiendo con sus amigos en el barrio Pedregal a causa de un accidente, que no pudo atender como muchos que asistió, porque era el suyo.
Un vehículo lo arrolló el domingo a la media noche y el lunes en la mañana se despidió para siempre.
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