Antes de viajar a Cuba a reunirse con las Farc, Ana María* llenó sus valijas con recuerdos de su hijo secuestrado por el grupo guerrillero. También empacó dos fotos, una camiseta de su muchacho, de ese moreno delgado, trabajador y de risa incansable, y le sumó unas cuántas peticiones para saber por qué y a dónde se lo llevaron.
Ana no da su nombre. Su temor está infundado en la presencia activa de las Farc en el recóndito lugar de Colombia donde vive. Por eso habla poco, más aún cuando enfrente tiene a los jefes guerrilleros, acusados de su dolor y tragedia. Tiene cinco hijos y no tiene esposo y, pese a sus años, su piel sigue tersa y sus ideas claras.
Al salir de Colombia hacia La Habana, elegida como representante de las víctimas del conflicto armado, cerró el portón con candado, regó el palo santo y las begonias del jardín, y se despidió de sus hijos, de los que le quedan.
—No sabía que sentir—, dijo Ana con la voz ahogada por las lágrimas, y de repente te encuentras con los que te hicieron tanto mal y no sabes si gritarles el dolor causado, las noches de llanto o emanar un perdón, sincero, no nacido de los labios sino del corazón, agrega.
Con Ana viajaron cinco víctimas de crímenes de Estado, otras cuatro víctimas de la guerrilla, y dos de los paramilitares. Todas llegaron a La Habana con preguntas, recuerdos, con el resentimiento en el alma, pero con el deseo del perdón en el corazón. Deseo que ayer en los diálogos tuvo un primer paso para la reconciliación.
Un minuto de silencio
No hubo palabras. La petición la hizo La Iglesia: un minuto de silencio por las víctimas del conflicto armado, por todos aquellos que perdieron en la guerra, porque como dice Ana, aunque gane alguien, en la guerra siempre se pierde y cada quien carga con su propia culpa.
Fue un minuto largo, larguísimo, sobre todo para las víctimas. Fue más que un minuto para Miranda. En ese espacio, en esos segundos, con los ojos cerrados, la mujer vio llegar a los paramilitares hasta su vivienda, tumbar el portón a patadas, llevarse a su marido no se sabe dónde, sacarlo a rastras por el corredor, buscarlo en la mañana, en la noche, en los matorrales, orar por él, quererlo vivo.
Al terminar el minuto, rodeada de personas en su misma condición, exhaló: "Perdón. Los perdono. No puede más este dolor seguir. No puede", dijo.
Luego del eterno minuto de silencio, eterno porque dice Miranda, lo sintió más largo de lo que es, las víctimas se sentaron a conversar de sus penurias. De cara y frente a frente con sus victimarios. No hubo reproches, solo deseos de continuar para no "inundar nuevamente el mapa de Colombia con sangre, balas y dolor", dice Miranda.
No se sabe lo expuesto en esa reunión. Nadie habla. Ni víctimas, ni Gobierno, ni Farc. Todo ese encuentro ha estado sellado por un hermetismo, de puertas cerradas, de buses veloces llevándose a las mujeres y hombres con sus dolores y miedos, rápido, escondiéndolas, como si fueran convictas.
Un encuentro cordial
El presidente Juan Manuel Santos no sabía cómo decirlo. En Colombia, desde la Casa de Nariño, buscó las palabras precisas en su mente para decir que en Cuba estaban reunidas las víctimas de los paramilitares, de la guerrilla —y dudó—, y del Estado.
"Es un encuentro histórico, donde se reúnen todas las víctimas en un proceso de paz por primera vez", dijo Santos.
Para disipar las dudas, Alejo Vargas, de la Universidad Nacional, cuenta que la primera reunión fue tranquila, que fue un encuentro cordial, que no hubo tensiones entre víctimas y delegaciones.
"Son pocos los casos, casi que excepcionales en el mundo, en el que las víctimas son convocadas a participar cuando todavía no se llega a una solución final", afirma Vargas.
Ante el miedo, expresado por algunas víctimas, Fabrizio Hoschild habló de protección y trabajos para asegurar que a los asistentes al encuentro con las Farc y el Gobierno no tendrán dificultades.
Dice Fabrizio Hoschild que la mesa está comprometida para tratar muy bien a las personas afectadas por el conflicto que viajen a La Habana. "Habrá un acompañamiento antes y después de las visitas para asegurar que no hay amenazas o problemas por las víctimas de manera individual".
Después del encuentro, Ana y Miranda sintieron que el peso cargado en sus corazones por años menguó, por lo menos un poco. Poco sienten el rencor.
Para Ana y Miranda, su corazón sanó con el minuto de silencio, eterno para una y rápido para la otra. En ese instante, se encendió una luz en el camino de la reconciliación.
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