La Habana no puede convertirse en un lugar de peregrinación como ocurrió con San Vicente del Caguán, hasta hace 11 años. Es decir: no queremos ver que a Cuba llegan personalidades y delegaciones a desarrollar contactos, conversaciones y agendas paralelas a las de la mesa Gobierno-Farc.
No se trata de una oposición per se a que la guerrilla, e incluso el mismo Gobierno, intercambien ideas con diferentes actores de la vida nacional e internacional, sino que se busca preservar la confidencialidad, la autonomía y la moderación del diálogo sin que haya agentes que entren a perturbar el ambiente.
Sobran tantos micrófonos e interlocutores ajenos a las conversaciones. Por eso hay que ahorrarle a la mesa contactos extraoficiales e influjos innecesarios. Las partes tienen a sus delegados oficiales y los conductos regulares para recibir aportes externos.
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