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No se premian las matanzas

19 de febrero de 2009
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La matanza de indígenas awá en el departamento de Nariño por parte de un grupo de las Farc que se hace llamar Columna Antonio José de Sucre es tan deplorable como absurda. Es decir, es tan condenable en materia de derechos humanos como tan torpe en el terreno militar.

Aunque por sentido común no es nada recomendable dar por ciertas las versiones de las Farc (que acostumbran evadir su responsabilidad con retóricas y justificaciones rebuscadas e inverosímiles), para efectos de desmontar sus argumentos, tomemos por cierta su versión: "los ocho indígenas awá eran informantes del Ejército".

No estaban armados, no combatían y fueron ejecutados. ¿Qué dirían las Farc de una acción del ejército oficial, practicada con la misma lógica, contra sus milicianos infiltrados en alguna población nariñense? No sería suficiente esta columna para incluir los adjetivos y epítetos con que se despacharía esa guerrilla.

Al tiempo que las Farc aceptan la masacre, salen sus defensores de oficio en la página electrónica Agencia Bolivariana de Prensa a decir que se trata de un "ajusticiamiento revolucionario" malinterpretado por los "medios (de información) del engaño" y por los "despistados intelectuales 'bien pensantes'".

Los manuales mínimos de guerra enseñan que "capturar el ejército enemigo es mejor que destruirlo". A eso se suman los mandatos elementales del Derecho Internacional Humanitario (DIH) que exigen no ejecutar a combatientes o colaboradores del enemigo capturados en la confrontación.

Pero las Farc no atienden esa lógica militar y desconocen abierta y conscientemente las normas de los caballeros en combate (el DIH). Entonces ejecutan la matanza y se la atribuyen en lo que llaman un acto de "honestidad". Es curioso, las Farc son muy expeditas para divulgar sus "operaciones militares", pero extrañamente muy limitadas a la hora de dar a conocer sus acciones y logros políticos.

Es allí donde está el fondo del asunto, la razón que explica esta masacre difundida a los cuatro vientos como si fuese una afortunada operación de contrainteligencia militar y castigo: cada vez parece haber más civiles y combatientes ilegales dispuestos a sumarse a la acción contraguerrillera del ejército oficial.

¿Tiene la "honestidad" la insurgencia de examinar los errores que la llevan a estar desconectada de la población civil? No. Por eso corrige esa distancia, cada vez mayor, a cuchillo o a bala. Contra toda evidencia cree que "ajusticiar" está bien y se toma la molestia de redactar un comunicado para justificar lo injustificable.

Olvidan las Farc que sobre la gente tiene mucho más poder la influencia moral que las armas. La influencia moral es "aquello que hace a un pueblo estar en armonía con sus líderes, de tal manera que los acompañen en la vida y hasta la muerte". Pero eso solo ocurre cuando se trata a los civiles "con benevolencia, justicia y rectitud". Y de eso la guerrilla parece olvidarse cada vez más.

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