Si a uno le hablan de bloques de plástico interconectables el asunto suena aburrido. Pero si esas cuatro palabras se resumen en una sola: Lego, el cuento es distinto.
El origen de este popular juguete (considerado como uno de los 100 más grandiosos que se han inventado en la historia, según la revista Time) se remonta a Billund, Dinamarca, y al maestro carpintero Ole Kirk Kristiansen.
Y, aunque la propia empresa Lego, cuyo nombre proviene de la expresión danesa Leg Godt (juega bien), señala su origen en 1932, no fue sino hasta 1949 cuando empezó a producir los ladrillos de plástico encajables que los harían mundialmente famosos, sin abandonar aún sus juguetes de madera, que solo dejarían de fabricar hasta 1970.
En 1951 salió a la venta su base para construir, de 10x20, y aparece el primer filme de Lego, hecho por el fotógrafo ChristianLund y en 1954 empiezan a aparecer las puertas y las ventanas. Y fueron surgiendo los carros, las motos y las bicicletas... y las exportaciones. La primera de todas a Suecia, en 1955.
Ya no había cómo parar este juego que es casi de culto, pues aparecieron más estructuras, nuevos bloques, más colores y, en 1968, Legoland, el primer parque de diversiones de Lego, en su natal Billund, que recibió a 3.000 personas en su primer día.
El primer hombrecito
En 1975 llega la primera minifigura, un bombero, que abrió el camino para uno de los encantos de la actual generación de fichas: los pequeños personajes, que van desde ciudadanos con trabajos comunes y corrientes, hasta personajes históricos o mitológicos, o héroes de películas.
Ahí están Harry Potter, Darth Vader y el capitán JackSparrow. Incluso aparecen Bob Esponja y hasta Woody y Buzz Lightyear.
Pero no se trata solo de un juguete. Las fichas de Lego se convirtieron en inspiración de artistas (ver recuadro) y en punto de partida para una variada oferta de diversión y creatividad que va más allá de sentarse con un plano de instrucciones para armar un edificio.
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