Un amigo, de "cuyo nombre no debo acordarme", pero que cumple años el 23 de abril, como Cervantes, me "consulta" sobre cómo leer el Quijote, al que le ha metido el diente, sin pasar de "en un lugar de La Mancha?".
Como los consejos que le di no funcionaron, recurrí a la fórmula de una nueva "Oración a Jesucristo":
Señor, tú que resucitaste al tercer día, que "pierdes el tiempo" fabricando estrellas y bailas trompos en la uña; que sólo escribiste una vez en el episodio de la mujer adúltera y apenas ahora se ha sabido qué: "Estos tipos -escribiste con pulso firme- tienen de lo que sabemos: cómo quieren que le casque a esta nazarena tan deliciosa".
A ti que lo mismo te da un ateo que un creyente, y que nos regalas presidentes made in USA cortados con la misma tijera ideológica; que como no sabías nadar, caminabas sobre las aguas; que sin ser de los Alcohólicos Anónimos de Caná, participaste en la vaca para comprar el trago, y cuando se acabó convertiste el agua en vino.
Tú, que te las sabes todas pero a veces incurres en lapsus como adjudicarles contratos a los Nule y a otros depredadores del horario, perdón, del erario público; que a los doce años te sabías la Biblia de pe a pa, anticipándote a Funes, el memorioso; que te abriste del parche como 20 años y regresaste convertido en teólogo consumado cuando esa ardua disciplina no se había inventado.
Que como "Garganta profunda" le dabas las chivas al colega Juan, que les salía adelante a los colegas (lo mismo hacía el presidente Santos en sus tiempos de Ministro de Hacienda); que permitiste que Santos pusiera conejo y ganara la presidencia con un programa y gobernara con el suyo, lo que nos tiene güetes a más de uno que no votamos por él; que tenías el don de la ubicuidad: estabas en Nazaret y al mismo tiempo comías dátiles en Cafarnaum.
Que nunca le jalaste a la lúdica como los abuelos de antes que no conocieron el mar; que no ibas a rumbas porque eras más serio que un alfil en su casilla original; que le echabas los perros a María de Magdala; que cuando le ayudabas a tu padre en la carpintería, se te iba la mano en reclinatorios demorando el pedido de camas para hacer el amor.
Tú, que no tienes presa mala (da igual quedar a tu izquierda que a tu derecha) y que tienes por oficio perdonar hasta a los que no han pasado del primer párrafo del Quijote; que te diste la licencia de inutilizarle una mano a Cervantes; Señor: tírate una parada, e ilumina a mi amigo para que despache ese libro. Si no lo lee, que Pedro lo mande al lugar adecuado, como decían los turbayistas.
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