Hace unos años, leí en una revista que los cuentos de Raymond Carver no eran como los habíamos leído en sus libros. Que tenían otros títulos y otros finales. Que en su versión original, en realidad, eran excesivos, rudos, demasiado sentimentales. Que su editor, en forma sabia, los redujo a la mitad y los pulió como si fueran diamantes hasta lograr convertirlos en piezas magistrales. Y Carver se volvió un clásico de la literatura del siglo XX.
Pensé que era un rumor. Era como si dijeran que los cuadros de Picasso los habían pintado en realidad los curadores de las galerías que descubrieron, pulieron y retocaron sus primeras obras cuando él era un pintor desconocido que vivía, al borde de la miseria, en una buhardilla de París.
La historia empezó cuando The New York Times publicó en 1999 un bello relato de la vida de Carver, once años después de su muerte. Su autor decía que Carver sí escribía sus cuentos, pero su editor los corregía hasta hacerlos casi irreconocibles. El autor visitó una biblioteca donde estaban todas las cartas y los escritos a máquina de Carver. Su editor, Gordon Lish, los había vendido después de su muerte, cuando Carver ya era famoso. En ellos aparecían sus correcciones. Según el relato, el editor había eliminado casi la mitad del texto original y había cambiado el final a diez de trece cuentos. También había cambiado algunos títulos y los nombres de varios personajes.
Hace un año, sentí rabia y estupor cuando leí el artículo " El hombre que reescribía a Carver ", del escritor italiano Alessandro Baricco. Él, impresionado por la historia, fue a la misma biblioteca y leyó los manuscritos originales y, al mismo tiempo, las versiones corregidas. En primer lugar, buscó el manuscrito del cuento " Diles a las mujeres que salimos ", que considera el más bello de Carver. Lo halló frío, seco hasta el exceso, metódico, mortífero. Carver puro. Un final fulminante. Una última frase perfecta, cortada como un diamante, exacta, de hielo. Solo que después de comparar el manuscrito con el libro impreso se dio cuenta de que ese final no lo escribió Carver. La última frase es de Gordon Lish. En realidad, Carver había escrito seis hojas. Leerlas le causó otro efecto: "Carver narra todo aquello que en la versión corregida desaparece en la nada dando al cuento aquel tono formidable, de ferocidad lunar". Baricco quedó desconcertado. Para él, lo interesante fue descubrir, bajo las correcciones, el mundo original de Carver. Fue como llevar a la luz un cuadro sobre el cual alguien ha pintado después otra cosa. Pasados por las tijeras de su editor, los cuentos de Carver se veían limpios, veloces, rítmicos, no tenían ni una palabra de más. Pero eran los cuentos de Gordon Lish. El diálogo sonaba diferente, distanciado. Carver tenía en la cabeza otra idea del sufrimiento y sentía compasión por sus personajes.
Luego, la segunda esposa de Carver autorizó a dos especialistas para que compararan los manuscritos con los textos publicados. Fue un largo trabajo. La prestigiosa colección The Library of America lo editó en un volumen que reúne todos los relatos originales de Carver, anotados, con las diferencias introducidas por el editor. Un canon. Anagrama acaba de publicarlo en español con el título original: " Principiantes ".
El libro ha causado nuevas controversias. Stephen King dijo que el trabajo del editor es una completa reescritura, y es un engaño. Que los cuentos originales tienen una simetría de la que carece la versión recortada, pero tienen algo más importante: corazón. Philip Roth dijo: "Si alguna vez hubo una pieza literaria que nunca requirió enmienda alguna, es esta". El traductor español de Carver, Jesús Zulaika, dijo que algunos relatos de la versión original son perfectos. Ni les sobra ni les falta nada. Pero dice que en otras historias se queda con el trabajo editado. Otros dicen que Carver pasado por agua es el bueno y que sin la mano de su editor no hubiera llegado muy lejos.
No sé si voy a releer los cuentos de Raymond Carver en la edición restaurada después de tanto ruido. Tengo la idea de que ya los leí como él los escribió, a pesar de las tijeras de su editor. Pienso que el gran arte se sobrepone a todo eso. Que ni siquiera los editores pueden falsificar la verdad más honda de una obra. Tampoco, deshacer la magia del encuentro íntimo entre dos almas: la del autor que cuenta y la del lector que escucha, cuando se abren las páginas de un libro y uno se hunde en su misterio.
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