Porfirio Agudelo lleva clavada en el alma una terrible sensación, que ahora revive con la tragedia de los 12 mineros de Amagá: saber cómo se siente la muerte en lo profundo de un socavón.
En la entrada de la mina La Cancha, mientras los socorristas van y vienen, el líder coordinador de la Defensa Civil del pueblo entiende lo que se experimenta. Antes de salvar vidas, duró 17 años arriesgándola para arañarle el carbón a la tierra.
En la mina La Horquilla, hace dos años, un derrumbe le desplomó encima más de una tonelada de peña y tierra. Las rocas generaron que su compañero, John Jairo, apodado "Buldozer", muriera decapitado por su propia pala.
Porfirio quedó enterrado de pie y en silencio, presa de la oscuridad, con la cabeza ladeada contra el hombro derecho, a punto de partirse. "Di gracias a Dios por haberme traído al planeta, y me acomodé para morir", dice el hombre de 37 años.
Duró 30 minutos en ese infierno, hasta que oyó las voces de sus compañeros que escarbaban para rescatarlo. "¡Todavía estoy vivo!", les gritó.
Esas palabras, que pronunciara con esperanza, quisiera escucharlas de nuevo, de boca de los trabajadores que ajustaron una semana bajo tierra. "Uno no pierde la fe", se repite.
Las preocupaciones
El director del Dapard, Carlos Mario Aristizábal, comenta que los trabajos continúan para extraer el agua que inundó La Cancha. En la madrugada de ayer hubo dos apagones, que retrasaron 3 horas las labores.
Señaló que las motobombas estaban extrayendo agua de pasadizos laterales, por lo que no se había avanzado tanto en la profundidad. Otra novedad se dio por personas aprovechadas, que comenzaron en el pueblo supuestas colectas de ayudas, pero con fines de engaño. La denuncia partió de familiares de las víctimas y la replicó el alcalde, Juan Carlos Amaya. "A las personas afectadas las estamos atendiendo", recalca.
Además del dolor por el accidente, la angustia comenzó a esparcirse como peste en Amagá. Tras el cierre de 17 minas en el área de la tragedia (La Ferrería), la Alcaldía anunció que la misma suerte sufrirán 67 minas informales.
"¡Nos van a matar de hambre!", exclama Manuel Carmona, propietario de la tienda Soneros de mi Tierra. Sus principales clientes son mineros. "Ni siquiera han vuelto los que les fié mercado. ¿Con qué plata? Nadie tiene pa" servicios, ni pa" comer. Al Gobierno le queda fácil cerrar minas, ¿y el pueblo qué?", vocifera Manuel.
Similar preocupación asalta a Darío González, quien a sus 78 años sobrevive de lo que le dan dos hijos mineros. "Ya me dijeron: hay pa" comer esta semana, la otra no", comenta.
Cae la tarde en La Ferrería y Porfirio, el líder de la Defensa Civil, sigue incólume en la entrada de la mina. Su mejilla derecha está tatuada por una severa cicatriz de leishmaniasis, que contrajo cuando era soldado profesional y patrullaba el Magdalena Medio.
Este hombre de ojos cansados tiene las siete vidas del gato. El 31 de agosto de 2001 fue emboscado por el Eln en Saravena, Arauca y un proyectil le traspasó un pulmón.
Salió del Ejército y regresó a la minería, hasta aquel accidente en el que falleció "Buldozer", que le dejó unas hernias que le impidieron seguir en la lidia. Mas probó ser sobreviviente e ingresó a la Defensa Civil.
Es consciente de que a cada hora se agota la esperanza de hallar con vida a los mineros, pero él es la prueba de que sentir la muerte, no significa morir.
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