Estimo que para incontables colombianos ya no existen partidos políticos, sino camarillas de políticos. La camarilla se define como el conjunto de personas que inciden en los asuntos del Estado o en otras cosas. En Colombia poco se ven hoy partidos con ideología, programas, y menos aún, que cumplan con la trascendental tarea de proponer buenos candidatos para los puestos públicos.
Por acá percibo tan sólo ideologías de derecha o de izquierda -no partidos- en medio de un gran número de indiferentes que no votan por culpa de su ignorancia o de sus resentimientos. O que venden su voto a los intereses personales de derecha o de izquierda, motivo por el cual la quinta parte del Senado resultó ser elegida el pasado 14 de marzo con dineros sucios.
En Estados Unidos, el 60 por ciento de su población desaprueba a la fecha los resultados recientes de sus dos partidos tradicionales y afirma votar de manera independiente. Una encuesta similar en Colombia se aproximaría, seguramente, al porcentaje citado, pero por razones diferentes.
Para comentar las elecciones del pasado 14 de marzo conviene recordar que Colombia es un país joven, con un promedio de edad de 30 años y que el 70 por ciento de sus votantes potenciales son menores de 45 años. La preferencia de la juventud por los candidatos jóvenes y competentes predomina en el planeta por doquiera.
Las directivas conservadoras acusaron miopía al haber cambiado la fecha inicial de la consulta, por sesgarse contra el joven y competente Andrés Felipe Arias, por poner a votar los azules en una elección abierta a todos los demás partidos y por presentar candidatos sin opinión y añosos, como Galat y Leyva.
Coincido con quienes consideran improbable la segunda vuelta para la elección presidencial. Porque si Juan Manuel Santos procede de manera inteligente puede llegar a convocar a los numerosos colombianos cuyos candidatos para la Presidencia no los favorecieron los electores el 14 de marzo pasado.
Inteligente para mí radica en disipar los distanciamientos de Santos con el Ejército de Colombia y en medir cuidadosamente los efectos de sus palabras y de sus actos. Estimo, de otro lado, que en el manejo de la economía y en el empleo promete Juan Manuel ser mejor presidente que sus sonrientes, incoherentes o crípticos adversarios, siempre y cuando acierte él en el manejo del orden público.
Quiera el Cielo que por culpa de las miopías y las realidades políticas anteriores no surjan coaliciones con repercusiones fatales, tanto para la gobernabilidad futura de Colombia, como para un Partido Conservador con una camarilla de jefes.