Caminando una noche por Calle Basura, un bombillo del alumbrado público de Envigado se fundió en el mismo momento en que Luis Miguel Rivas pasaba bajo la lámpara.
El asunto dio para pensar en aquellas cosas que nos tocan disfrazadas de casualidad. También para escribir un primer cuento, aunque vendrían muchos más, sobre "un hombre que camina por una calle en la que se van apagando las luces a medida que el tipo pasa", según le contó Rivas al blog Autor al cubo.
Para dar mayor claridad sobre cómo un hombre nacido en Cartago y criado en Envigado se hace escritor, Luis Miguel acude a Borges, para quien "todo encuentro casual es una cita". Seguramente con el destino.
Desde hace tres años reside en Buenos Aires, donde nació el más célebre bibliotecario del siglo XX. Desde allí, con el teléfono en la mano, frente a la ventana de su casa y en calzoncillos, Rivas confiesa su atracción por lo místico, lo inaprensible.
"Yo creo mucho en que hay unos hilos invisibles que entretejen los dioses", dice, muy seguro de su teoría.
En 2007, el Fondo Editorial Eafit lanza Los amigos míos se viven muriendo, una compilación de cuentos que Luis Miguel venía escribiendo desde principios de los 90.
"Rivas es un loco lleno de talento", le dijo a EL COLOMBIANO la semana pasada Héctor Abad Faciolince , el entonces director del sello universitario.
De Envigado con amor
Desde la publicación de esa antología personal, Rivas empezó a escribir para las principales revistas del país, circunstancia que lo alejó del oficio audiovisual en el que se había desempeñado desde siempre, pero que lo acercó al de escritor, el suyo verdadero.
Hoy sus textos también pueden leerse en Tareas no hechas, un blog que el autor alimenta con una regularidad poco regular, pues admite que él es más infiel con la escritura que sus lectores con sus textos.
El nombre del proyecto nace del despropósito que Luis Miguel reconoce en los propósitos cumplidos. "Hacer realidad un proyecto es degradar la nobleza de los propósitos inconclusos, convirtiéndolos en vulgares y fácticas obras". Esto lo hace un procrastinador, dice, lo que no más que ser alguien a quien le encanta darle largas a un asunto, tal vez por el placer insólito de saberse inútil.
No es la visión de un Fernando Vallejo , pero en Los amigos míos se viven muriendo se pueden ver los estragos e historias cotidianas escritas en la Medellín de final de siglo XX. Allí cabe el humor, la ironía, la tristeza, una escena en plena Avenida Oriental...
¿Literatura urbana? "Yo simplemente cuento lo que me angustia, lo que me carcome, lo que me duele, lo que me enternece. Generalmente eso tiene que ver con mi vida y mi vida ha sido entre edificios y calles", responde.
Por ahora Luis Miguel Rivas dice sentirse cómodo en Argentina, donde es feliz y puede ser él mismo. No simplemente un joven peludo, como muchos lo veían en el barrio Mesa, que camina por ahí sin rumbo ni futuro.
Tal vez algún día vuelva, "cuando Medellín sea distinta, cuando haya cambiado. Porque no tengo tanto arraigo ni tanto valor como para morir allí tratando de convertirla en lo que sueño", según escribió en uno de sus post.
Treinta años después de que aquel bombillo envigadeño se fundiera, Luis Miguel Rivas intuye que el apagón no fue casual: "Su repercusión se extiende hasta hoy. Este párrafo y este instante en que lo escribo lo prueban".
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