Al paso que van las escisiones, tanto en el Polo Alternativo como en el Partido Verde, el Presidente se va quedando sin oposición.
Con la perspectiva de que Santos no los llamaría a entrar como socios de la Unidad Nacional, quedando estos incipientes partidos, sin el pan y sin el queso.
El Polo se dejó contaminar de los pecados ancestrales de la Anapo, el partido que fundara el dictador Rojas Pinilla, abuelo de los traviesos Samuel e Iván Moreno Rojas.
La Anapo ha sido un socio que ha resultado incómodo y hasta poco deseable. Los escándalos en la contratación de obras públicas para Bogotá comenzaron a horadar al Polo.
Éste se formó de una colcha de retazos, en donde querían cohabitar movimientos extremos, tanto de la izquierda como la derecha. Un verdadero coctel Molotov con ingredientes del Moir, el Partido Comunista, la Anapo.
Aquellos expedientes levantados contra el binomio Samuel e Iván han dividido al Polo. La profusidad de indagatorias, que hoy le rompen la espina dorsal a su unidad, impide que practique, con efectividad y credibilidad, la fiscalización al gobierno nacional. La anarquía conceptual los debilita para ser alternativa real de poder.
Los Verdes tampoco pasan por su mejor momento. Tiene un pequeño cisma a bordo. El apoyo de Álvaro Uribe a Enrique Peñalosa para la Alcaldía de Bogotá, los divide.
Mockus, vacilante y oscilante, aplica el maniqueísmo para condenar a Uribe a representar a los ángeles malos, y él a los buenos.
En tanto, Sergio Fajardo controvierte y protesta por ese manejo errático desde Bogotá. Sindica las directivas de los Verdes de creer que por el solo ombligo de la capital pasa el destino definitivo de su partido, ignorando las opiniones de las regiones colombianas.
Visto así el panorama, la oposición al gobierno actual, ¿podría estar a cargo del expresidente Uribe?
El mundo al revés, dirán santiguándose los más ingenuos. El patrón azotaría al ahijado. Un ahijado sobre el cual tenía sus reticencias, pero que a falta de otros aspirantes maduros para apadrinar, terminó decidiéndose por el que más favorabilidad electoral tenía.
¿Acaso en las manos de Uribe Vélez estaría, entonces, la responsabilidad de darle cuerda al principio democrático de ejercitar la oposición?
Es decir, la de establecer el libre juego, con una asociación de partidos que gobierna y un líder con parte de otros partidos que fiscalizan y controvierten. ¿El hecho de que no haya día que pase sin que las discrepancias afloren, agudizadas por la irascibilidad de Uribe y la frialdad pragmática de Santos, estaría anunciando que la oposición persistente comienza a aflorar?
Un gobierno sin oposición racional y oportuna es un peligro para la institucionalidad del sistema democrático. Se rompen los pesos y contrapesos. Se puede convertir en una autocracia. Porque sin tener quién vigile, quién denuncie los desbordamientos éticos o legales, y quién proponga otras alternativas, el autoritarismo se va introduciendo con vaselina con una fruición morbosa.
El unanimismo tiene muchos peligros. Puede llevar a la imposición del pensamiento único que le resta creatividad y respetabilidad al ejercicio del gobierno. Quien se atreva a levantar la voz para glosar cualquier decisión de gobierno es apabullado por el coro de aduladores y de prevalidos del régimen. Ese unanimismo, sin oposición inteligente, seduce al gobernante a incurrir en toda clase de excesos y tentarlo a modificar la Constitución a su antojo para manipular estratagemas que prolonguen su poder.
Por lo general, el ruido del aplauso de la claque se convierte en melosa sinfonía para alegrar el oído del mandatario que se excita a continuar la fanfarria, sin quién desentone con notas de contradicción, base del libre juego democrático.
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