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SEXO EN MEDELLÍN

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09 de septiembre de 2013
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El mito de la belleza de la mujer paisa es una realidad incontestable. Lo he comprobado con precisión en cada una de mis estancias en la capital antioqueña. No diré que allí no habitan mujeres feas porque "haberlas, haylas, como las meigas", pero puedo afirmar sin temor a equivocarme que si alguna vez existió el reino de las Amazonas debió de hallarse en Medellín. Parte del embrujo reside en el "cantadito" que embelesa al más pintado, incluyendo a un catedrático noruego que pasaba por allí, y otra buena porción de esta alquimia mágica corresponde a la gracia y salero con la que saben sacar partido a sus virtudes todas ustedes. Es un hecho, un axioma o como diantres quieran llamarlo: las mujeres antioqueñas son hermosas. Quizás más que en ninguna otra parte del mundo. Y punto.

Sin embargo, como en todo, hay un reverso sórdido que todos conocen. El aroma de las flores atrae a todo género de bichos, incluyendo a los más repugnantes. Por desgracia, Medellín figura en un lugar destacado como destino global de la prostitución. No seré yo quien arroje la primera piedra y pontifique aquí contra el "oficio" más antiguo del mundo, entre otras cosas porque me llevaría otra columna hacerlo, y porque cada uno es muy libre de disponer de su cuerpo como le venga en gana. Se da la casualidad, además, de que aunque jamás me he visto en ese trance conozco unos cuantos hombres "honorables" que han recurrido en algún momento de sus vidas a los servicios de las profesionales del sexo. Que se han ido de putas, en román paladino.

Hay incluso lugares que han hecho de la prostitución un reclamo turístico, como es el caso de Amsterdam. Allí, es visita obligada el barrio rojo, donde los cuerpos recauchutados de centenares de jóvenes llegadas de todas partes se agolpan en los escaparates de las calles. A este supermercado del sexo acuden, armadas de cámaras y planos, familias enteras con los niños a cuestas y a plena luz del día, como si estuvieran paseando por la Gran Vía, los campos Elíseos o la Quinta Avenida.

El oficio está tan regulado y resulta tan aséptico, que las chicas hasta tienen los permisos del ayuntamiento y sus certificados sanitarios expuestos a la vista del público. Todo es legal y está tarifado escrupulosamente dependiendo del "servicio" que se contrate. La cosa se reduce así a un mero intercambio comercial.

Siempre he creído que esta es la mejor fórmula para apartar a las mujeres y hombres que se dedican a vender sus cuerpos de la marginalidad y de las redes de proxenetas que los explotan. La "profesionalización" del oficio, incluyendo su cotización como trabajadores autónomos, debería extenderse en la misma medida que los actores y actrices que se dedican al cine para adultos se encuentran sindicados y a corriente de pago con la Hacienda pública.

Con esta fórmula se evitarían en gran parte las "subastas de vírgenes" de entre 12 y 14 años, en las que los delincuentes y jefes de combos ofrecen catálogos hechos con entre 50 y 60 niñas a los turistas que llegan a Medellín en busca de sexo.

Se da la circunstancia de que, como informa El Colombiano, en estas redes no sólo caen niñas de la calle o de los barrios más castigados sino chiquillas de familias "bien", que son amenazadas o atraídas con el reclamo del dinero fácil.

Regularizar la prostitución implica, entre otras cosas, acabar con estos atropellos ante los que las autoridades se hacen los de la vista gorda en demasiadas ocasiones. La explotación de menores, tengan 14, 15 o 16 años, es una de las peores aberraciones y debería ser castigada con extrema dureza.

Conocen de sobra lo que pienso sobre la banalización del sexo. Para empezar que, como casi todo lo que no se cocina a fuego lento, acaba asemejándose a la comida basura: es la opción más rápida, pero dudosamente la más saludable. Y para concluir, que quien considera a una mujer como a un Big Mac está podrido. Pero como de todo hay en la viña del Señor, sería conveniente que nos dejáramos de hipocresías y legalizáramos de una vez el "oficio". Para evitar en lo posible los abusos.

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