Stella era una mujer excepcional por sus cualidades y virtudes: inteligencia profunda y clara; voluntad para hacer bien lo que tenía qué hacer; prudencia, con esa bondad de saber comprender al otro, sin criticarlo, sin juzgarlo: nunca hablaba mal de nadie.
Sencilla y amable en su trato; generosa con quienes necesitaban su ayuda. Una gran espiritualidad daba sentido a todo lo que le traía su vida: alegrías y penas, responsabilidades y preocupaciones.
Asumió con gran entereza, durante cinco años, fuertes dolores físicos, uniéndolos a los dolores redentores de Cristo, de quien daba testimonio con su vida.
Admiraba la naturaleza y plasmaba su belleza en la pintura: paisajes, rostros y flores en una explosión de formas y colores. Donaba muchos de sus cuadros a instituciones benéficas para ayudar a financiarlas.
Vio plenamente colmada su gran vocación de servicio en su carrera, que en aquellos años se llamaba "Servicio Social", en la cual proyectó el lema de ayudar al otro para que se ayude a sí mismo.
Fue decana y profesora, por muchos años, de la Facultad de "Trabajo Social" de la Universidad Pontificia Bolivariana. Supo dirigirla con visión clara hacia el cumplimiento de de la misión y de los objetivos propuestos para la formación de las alumnas y de sus prácticas de trabajo social.
Amable, y a la vez enérgica, todas la recuerdan con cariño y admiración. Fue excelente miembro de familia, compañera y amiga incomparable. Recibimos de ella ejemplos de vida inolvidables.
Se fue, se adelantó a la Casa del Padre, dejándonos esos sentimientos de ausencia y nostalgia, pero sabemos que Stella está con nosotros con esa presencia espiritual, misteriosa, pero no menos real.
Gracias a Dios por su vida, por sus ejemplos y virtudes. Gracias también a ella. A Yolanda, su hermana, y a toda su familia, expresamos un profundo sentimiento de solidaridad con su pena, que también es nuestra.
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