Los conductores cubren sus retrovisores con los colores de la bandera nacional, las cajeras de los supermercados visten zamarras de los equipos mundialistas, políticos y ciudadanos se enfundan cada viernes la camiseta de los Bafana Bafana y en alguna iglesia los feligreses utilizan vuvuzelas (cornetas) para decir amén.
Las zapaterías venden calzado estampado con los colores de los equipos mundialistas, bares y restaurantes se adornan con las 32 banderas de los países clasificados y los aficionados se saludan unos a otros preguntándose si ya tienen entradas para el Mundial.
Queda un mes, uno sólo, para que el balón ruede, y entre tanto, miles y miles de sudafricanos hacen cola para fotografiarse junto al trofeo del Mundial, que ya recorre el país después de haber visitado los cinco continentes y que llegará a Johannesburgo el 6 de junio, donde esperará el abrazo del campeón.
La población local se ha volcado en las últimas semanas en las ventanillas de venta de entradas, de las que sólo quedan el diez por ciento, según datos de la Fifa. "Este Mundial será un éxito", afirmó rotundo, hace 15 días, el presidente de la Fifa, Joseph Blatter, quien añadió que Sudáfrica estaba preparada para celebrar el Mundial "mañana mismo".
Sudáfrica se lo ha tomado en serio, no sólo por lo que significa organizar el espectáculo más esperado, sino porque lo entiende como una oportunidad de presentarse ante el mundo como un país avanzado, moderno y responsable.
"Nuestra nación está a punto de situarse bajo el microscopio y el escrutinio", advirtió el presidente sudafricano, Jacob Zuma, al comparar el momento con las primeras elecciones democráticas del país, en 1994.
En realidad el país lleva mucho tiempo en esa situación, casi desde el momento en que se le concedió la organización, en 2004, cuando comenzaron a arreciar las críticas y los pronósticos más agoreros que anticipaban un Mundial catastrófico, sin infraestructura y con unos índices de violencia desalentadores.
La inseguridad ciudadana sigue ahí, como un mal endémico del que se diría que a Sudáfrica le llevará décadas atajar. Pero la organización, consciente de sus debilidades, ha puesto todo para que el Mundial no se convierta en una desagradable crónica de sucesos que desplace a los goles de los informativos. "Estamos preparados para ofrecer un Mundial seguro no hoy, ni mañana, sino ayer", aseguró el Comisario de la Policía, el general Bheki Cele, quien detalló que las nueve sedes estarán permanentemente vigiladas.
Las Fuerzas Armadas concluyeron sus ejercicios de entrenamiento y han puesto sus recursos al servicio del campeonato. Interpol aplaudió el plan de seguridad de Sudáfrica y ni siquiera las amenazas de grupos terroristas musulmanes o de extrema derecha han mermado la confianza de la organización.
La Fifa espantó el miedo y los sudafricanos ya bailan en las calles al ritmo de las vuvuzelas , toman lecciones del diski dance y esperan, como agua de mayo, la posibilidad de acudir a los Fan Fest a contemplar los partidos en pantallas gigantes, o a los estadios de relumbrón en los que Sudáfrica ha invertido cifras millonarias.
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