Una paginita de Jorge Amado lo dijo muy claro hace muchos años, antes de que las calles de las ciudades europeas se llenaran de chinas y nigerianas y rumanas que ofrecen sus terciopelos a cambio de lana. "El que no lo sabe que quede sabiendo de una vez por todas que las putas no tienen ningún derecho, están para darles gusto a los hombres, recibir la paga establecida y se terminó. Fuera de eso, golpes. De la celestina, del gigoló, del tira, del soldado, del delincuente y de las autoridades". Los políticos europeos acaban de descubrirlo y se declaran escandalizados.
La derecha habla de la criminalidad que hay a la espalda de ese comercio primario y clama por una solución que las iguale con los traficantes de drogas, esos otros vendedores de nirvanas al menudeo. La izquierda se conduele de la suerte de las trabajadoras sexuales, condena a las mafias que hacen la intermediación y niegan la posibilidad de regular un escenario con visos de esclavitud. Parece que El Vaticano y las feministas han llegado a un acuerdo para proteger a la sociedad de los vicios de las putas y a las putas de los vicios de la sociedad: O se convierten en testigos contra las redes que las llevaron a Europa y se dedican servicios más domésticos, o deben irse a joder a sus países de origen.
Como siempre Italia impone el ritmo de las prohibiciones. Desde 1958 una ley desterró los burdeles y ahora su ministra de Igualdad de Oportunidades ha prohibido la oportunidad que entregan las esquinas para ofrecer el carrizo a cambio de unos Euros. Los clientes y sus complacientes deberán pagar multas y hasta cárcel por sus tratos orales. Se estima que en Italia existen 5 millones de puteros entre empedernidos y esporádicos. Las conclusiones de quienes han seguido el tema desde la tribuna es que las putas serán menos visibles y más explotadas. Hasta Alessandra Mussolini ha quedado fría: "Dudo que la enmienda sirva para afrontar los verdaderos problemas, los proxenetas y la violencia contra las mujeres". El parlamento italiano extraña la opinión ilustrada de la Cicciolina.
España quiere seguir con cautelas el camino de Italia y ha comenzado a luchar contra la prostitución antes que contra las mafias que se lucran de sus ajetreos. Las organizaciones más cercanas a los secretos del negocio siguen repitiendo que la regulación es la única forma de quitarles poder a las mafias. "La mayoría de estas trabajadoras eligen su oficio, no así las condiciones en que lo ejercen, ni los servicios sexuales que han de ofrecer". Tal vez las tablas de precios no sean la salvación, pero añadir a la tiranía del cliente y del intermediario, la libreta de multas del policía y sus apetitos es la peor de las ideas. El 60% de los países de Europa han comenzado a seguir el camino de la prohibición y el castigo para todas las partes del negocio; tal vez como un intento por desterrar a las putas extrañas y recuperar el calor de las putas propias, ahora dedicadas a cuidar ancianos.
Alguien debería leer al oído de las perseguidas el párrafo final de la paginita de Amado, para que planeen una estrategia de tiempos muertos: "Las putas, en fin, son un problema policial. ¿Pero se imagina, caritativo padre de los pobres, si un día las putas del mundo unidas decretasen una huelga general, cerrasen la flor y se negasen a trabajar? Es como pensar en el caos, el día del juicio final, el fin de los tiempos".
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