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Un paisa sentó a Mr. Allen en una "montaña de oro"

11 de septiembre de 2010
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Álvaro Girón Campo está en medio de la humilde casa de tapia y piso de ladrillo que pasa de largo los 100 años. Su sala son cuatro taburetes de madera y cuero, cuya resistencia es digna de sospecha. El mobiliario es pobre, gris y escaso. Un televisor Sankey es el único vestigio de modernidad, en una oscura habitación con tres camas, dos baños tipo cantina, lavadero y tendedero de ropas. Todo huele a viejo. Menos él. Bien arreglado, con poncho y sombrero, de su memoria de 88 años de vida saca la historia que le infla el pecho: Haberle señalado a un gringo la rica veta de oro que salvó al míster de volver a su natal Arkansas con una mano adelante y otra atrás.

Ocurrió en 1986 en el municipio de Buriticá, un pueblo distante 118 kilómetros de Medellín y que parece un pesebre enclavado en una “montaña de oro”. Por equivocación, a esas tierras colombianas fue a parar un norteamericano que, cuenta don Álvaro, le compró por 270 millones de pesos una mina de oro a Valerio Carvajal. Fracasó, terminó endeudado en la misma suma con una minera de Estados Unidos y tan quebrado que no tenía ni para pagar el tiquete de regreso a casa.

Para entonces, Girón Campo ya se había “quitado el capote”, como se dice de los montañeros que han probado mundo... o que, mínimo, han pasado por una gran ciudad. Él, nacido en el sector de Calle Abajo, trabajó tres años en Curazao, en una refinería de la Shell. También estuvo cinco años en Venezuela, buscando minas de oro en unos llanos en los que vio culebras capaces de tragarse a un perro, arañas del tamaño de una gallina, micos que de pie daban la talla de un ser humano y “delgaditos” árboles detrás de los cuales se podían esconder 15 ó 20 personas.

Terminadas sus andanzas volvió a Buriticá, de donde jamás volvió a salir. Se quedó lavando oro y escarbando en minas de socavón. En esas lo cogió la noticia del infortunio del extranjero.”Dígale al gringo que si tiene amigos que le presten medio millón de pesos, yo sé dónde hay oro para que lleve por arrobas”, le comentó a “José Marmato”, el encargado de la mina del míster. En un abrir y cerrar de ojos apareció el dinero. Girón Campo y el empleado del norteamericano bajaron como pudieron hasta la “cañada del infierno”, de donde solo sacaron cinco kilos de peña, que pasaron las pruebas técnicas de rigor en Medellín.

Eso fue un domingo. Don Álvaro recuerda que, al lunes, el gringo estaba en Buriticá, abrazándolo y diciéndole “usted ya depende de mí”. Unos meses después, en medio de tremenda borrachera, el extranjero se confesó: “Lo que usted ha hecho conmigo, no lo ha hecho nadie. Fue capaz de decirle a mi encargado que me ayudaría a recuperar esa plata. Hace cinco meses que estamos sacando material de allá y ya pagué la deuda en Estados Unidos. Esta mina se puede acabar y yo sabré para dónde me lo llevo”.

¿Y cómo se llama el gringo, don Álvaro?
“Llama Robert Allen”.
Allen es un norteamericano que llegó por accidente a Colombia en la década de los 80. Es dueño del Grupo de Bullet, constituido en la notaría 23 de Medellín, el 28 de septiembre de 1994, y registrado en la cámara de comercio local dos meses más tarde. En esa misma fecha nació la minera Centena S.A., con capital suscrito y pagado de 500.000 pesos, en cuya junta directiva Allen aparecía como miembro principal. Tiene 64 años y es el mayor accionista persona natural de la Continental Gold, que desde este año cotiza sus acciones en la Bolsa de Toronto, en cuyo portal de internet se lee que como presidente de la organización recibió el año anterior un millón de dólares en compensaciones.

“Robert siempre ha contado que con Álvaro Girón caminó arriba y abajó buscando zonas de prospección en Buriticá”, confirman fuentes de la Continental Gold en la capital antioqueña, que califican a este hombre como “una fuente increíble de entretenimiento”, pues tiene historias en las que se pelea con el mismísimo Mohán.

La mina redentora de Allen es la Yaragua, que en la época de la conquista española fue explotada por María Centena, una  mujer tan hábil para seducir a dueños de minas, que luego heredaba, como cruel para matar de trabajo a los 500 esclavos que extraían los ricos minerales del vientre de la montaña.

El yacimiento fue a parar a manos de míster Allen, de quien sus ejecutivos exaltan el coraje que tuvo para soportar el baño de sangre en la ciudad de los 80s y 90s, para resistir la caída del oro a ruinosos niveles de 250 dólares la onza troy y para mantener su capital de riesgo en un país deficientemente explorado. “Gracias a esa persistencia, a su fe y a su visión es que la Continental Gold está en donde está”, añaden sus voceros.

Don Álvaro, ¿el gringo vendió la mina?
“No, él la está trabajando. Ahora es que hay gente allá. En el nivel 1, que le mostré al míster, encontraron una veta de oro más gruesa que el brazo suyo. Allá hay más de 200 trabajadores. Como será de buena, que tenían un encargado, llamado Peter, que ganaba 40 millones de pesos, libres de viáticos. Pero me daba risa, porque ese señor era tan económico que no gastaba ni en tintos”.

Robert Allen ha cumplido su palabra. Girón Campo recibe cada mes el equivalente a un salario mínimo (515.000 pesos), como si fuera un trabajador de la Continental Gold, la organización que tiene solicitudes de derechos mineros que cubren 200.000 hectáreas en Colombia, cuenta con activos cercanos a los 80 millones de dólares y maneja un portafolio de siete proyectos mineros en el país suramericano.

Rosa Elvira Tuberquia Úsuga, segunda esposa con la que don Álvaro tuvo cuatro hijos (que se suman a nueve del primer matrimonio), revela que “el gringo le paga la pensión a mi marido, a veces le trae ropa, medias, zapatos, y tiene libre la comida en un restaurante del pueblo, de dónde él me trae a mí también. La verdad es que me hubiera gustado que le regalara una casita”. La que tiene, según muestra la pareja, no la ha visto por dentro el míster. Y corre el riesgo de no verla jamás. Lo que antes fue una cantina y sala de billar, en una fuerte tempestad podría terminar en la cañada, con sus cuatro ocupantes, dos perros, dos gatos, un gallo y todos los corotos.

“Estoy esperando a que venga el gringo para pedirle que me aumente la ayudita”, exclama don Álvaro, con la esperanza de que alguien le comunique a Allen su plegaria.

No es el único que pide generosidad. En una arrugada bolsa negra de plástico, Herminia Cano Becerra, la esposa de “Toño Higuita”, protege dos documentos como si fueran su tiquete para salir de la pobreza.

El primero es una declaración ante notario, fechada 14 de septiembre de 2009. Allí, tres hombres juran que quien descubrió la millonaria veta fue Higuita, a quien Álvaro Girón y “José Marmato” le pidieron permiso para mostrarles el punto a unos gringos, “con el compromiso de que lo participarían en los beneficios que se obtuvieran de la mina”. Hasta el día de hoy... “Toño Higuita” no ha visto un peso y, al contrario, él y su familia están en una inestabilidad económica”, reza la declaración.

El segundo documento que muestra Herminia es una carta de su esposo, dirigida a un gerente de la Continental Gold. Es más fresca, junio 30 de 2010, y más explícita en su petición: Que se dignen hacerle un reconocimiento económico, porque “fui yo quien descubrió la existencia de dicha mina y quien empezó los trabajos en la forma artesanal o rústica, hasta que llegaron los gringos a solicitar con el compromiso de que participarían de los beneficios que obtuviera de ella”. Agrega que esa es “una obligación moral” de la Continental Gold, antes llamada Mina Centena-Yaragua, que el pacto de caballeros debe cumplirse y que se obre en justicia, porque Girón no ha hecho méritos para recibir lo que ahora recibe”. De viva voz, Herminia reitera: “fuimos los primeros que vimos la mina y no nos han dado nada”.

Arropado con el poncho que lleva la bandera de Colombia e impreso el nombre del Grupo de Bullet, don Álvaro pasa de largo por el incidente que tuvo con “Toño Higuita”, el amigo que dejó de hablarle durante cinco años.

¿Robert Allen vive muy agradecido con usted, don Álvaro?
“Ah, sí”.

¿Y usted por qué fue tan generoso con el gringo?
“Muy sencillo. Yo era muy amigo de su encargado, a quien le decíamos “José Marmato”. Me dio mucho pesar ver que el míster compró una mina que no le sirvió para nada y que esos fierros había que recogerlos para venderlos en Medellín”.

Lea este lunes: Buriticá dejó de ser un pueblo sin ambiciones.

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