Hay un malentendido, o varios, con respecto a este hombre, Vicente del Bosque, seleccionador de fútbol de España, la campeona del mundo.
En primer lugar, está a punto de cumplir 60 años (en diciembre), y en la tele, donde suele aparecer con traje oscuro, o con chándal, parece de esa edad, y a veces más. Y sin embargo, en persona, aquí, junto a la puerta de cristales de su casa de pisos, justo enfrente de las torres que antes fueron su casa en el Real Madrid, donde estuvo desde que tenía 16 años hasta 2003, y donde consiguió récords de campeonatos europeos y españoles en sus cuatro años de entrenador, Vicente del Bosque es un hombre que representa, por lo menos, cinco años menos. Sonríe; es un chiquillo. Y no es solo porque esté feliz, que eso no lo pregona, sino porque anda con una agilidad que desmiente la rotundidad del corpachón que ya tuvo como futbolista.
Además va vestido como le ha dado la gana; la mujer, Trini, que le recibe luego en casa, le hizo algún reproche retrospectivo a ese respecto: por qué siempre tienes que ir con trajes. Esta vez lleva un pulóver marrón, abierto por delante, y a pesar de esa corpulencia que abriga, muestra un vientre del que no sobresale grasa alguna.
Tras la resaca de la victoria, el héroe sigue siendo, ante todo, un hombre humilde. Sonríe como un chiquillo. Pero no muestra sentimientos, los guarda. Cuando es Vicente del Bosque de veras es cuando la conversación se pone seria: el recuerdo de los padres y de los maestros, la persecución que sufrió su padre, ferroviario y rojo, encarcelado después de la contienda, buena persona; la lucha porque Álvaro, el hijo con síndrome de Down, sea el chico que es hoy, la memoria de los fracasos, su abrupto despido del Real Madrid.
¿Cómo era de chico?
"Como todos los chicos. Leche en polvo en la escuela, pobreza, limitaciones; una madre muy dedicada, un padre que era ferroviario y luego empleado, muy buena persona. La vida era una aventura, la veíamos así, y todos queríamos ser futbolistas. Creo que fueron los mejores años de mi vida, porque no necesitábamos dinero".
¿Y de los maestros qué?
"Don Ramón, don Ángel, don Celedonio y don Juan? Son imágenes que no se me olvidan. Y una vida familiar de la que apenas salíamos, ni de vacaciones. Se decía: 'vamos a tomar el fresco'. Y eso era salir; salíamos por la noche a la puerta a charlar con los vecinos de la actualidad de aquellos tiempos".
Todo el mundo habla de don Fermín, el ferroviario? Pero, ¿cómo era Carmen, su madre?
"Mujer de su casa, era de un pueblecito de Ledesma; sus padres se dedicaban al transporte, gente humilde".
¿Y cómo era su relación con ella? Sus padres venían de una guerra, era un mundo difícil en el que nació usted?
"Sí, en casa se recibían cartas haciendo proselitismo. Mi hermano a veces avisó a la comisaría de que se recibían, pero en casa éramos felices. Cuando comenzó la aventura con el Real Madrid yo tenía 16 años. Mi padre tenía confianza en los hombres que dirigían el club. Sabía que me ayudarían en mi formación".
¿Deja unos maestros y su padre lo pone en manos de otros?
"Sin ninguna duda. El señor Santamaría, el señor Molowny? Alberto Jesús, José Luis Ajenjo?, gente del club de toda la vida, que estuvieron trabajando 50 años para el Real Madrid. Ellos iniciaron la cantera y trataron de educarnos de la mejor manera".
¿Ese respeto que usted aconseja ante el que pierde es de alguien que aprendió a saber ganar?
"Sí, sí. Saber ganar y saber perder se parecen. El día de Suiza (cuando España perdió el primer partido en el Mundial) me acerqué silenciosamente al entrenador suizo, Hitzfeld, y me paré poco antes de llegar a él porque estaba celebrando su victoria. Creo que en la vida, y sobre todo los que tenemos que dar un poco la imagen del deporte, estamos obligados a comportarnos con la caballerosidad del que sabe perder. No sólo es ganar, ganar y ganar".
¿Es más duro perder ante tanta gente?
"Es que las expectativas que se habían creado eran máximas. No digo que imposibles de conseguir, como se ha visto, en el deporte no hay nada imposible. Eran 31 que fracasaban y uno solo que triunfaba. No era lógico que ganáramos, porque España no tenía ningún pedigrí, ningún antecedente de victoria".
Mantener el equilibrio y la serenidad es grandeza cuando se gana. Pero cuando se pierde debe ser un trago muy amargo. Y usted ha perdido...
"¡Hombre, claro! Me entran sudores por todos lados. La derrota es dura. Toda mi vida se ha desarrollado entre las cuatro paredes del Real Madrid. Treinta y seis años en los que prácticamente hemos sido el equipo ganador, en los que se saborean poco las victorias, porque son lo acostumbrado. Sin embargo, las derrotas son muy crueles, muy duras".
Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6