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Wimbledon: la imagen de la perfección

30 de junio de 2011
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Ser espectador de un partido de tenis en Wimbledon es disfrutar de la exquisitez con que la historia ha madurado este escenario deportivo.

Ello puede verificarse en el armonioso conjunto de sutiles detalles que configuran este espacio equilibradamente organizado. La cancha, por ejemplo, está distribuida con tan elegante simetría, que permite que, durante el juego, convivan de una manera increíble un número de personas que uno no alcanza a advertir.

Inmóviles estatuas, los recoge pelotas y los jueces de línea, son prácticamente invisibles en el tiempo de las jugadas, y no por ello dejan de cumplir su función con efectividad de vivos robots; conscientes de sus exactas posiciones y de sus precisas tareas, también ellos han depurado la técnica de su trabajo, dan la impresión de un mecanismo perfectamente sincronizado, con arreglo a una realidad psicológica: lo que no se mueve no se ve. Son el Cirque du Soleil del tenis, y saben que si pasan desapercibidos mejor es su trabajo.

Todo esto pasa mientras en la tribuna una dama disfruta del espectáculo con una copa de vino en la mano.

La organización del evento, no en vano su nombre está en el cenit, en el "top of mind" del tenis, parece no haber descuidado ningún pormenor.

La producción televisiva es impecable: los planos y movimientos de las cámaras, sus tomas al detalle, que sorprenden, y en las que es posible maravillarse con la naturaleza del deporte y su realidad inadvertida. En donde hay circunstancias, ¡quién lo creyera!, propicias al humor.

Impecablemente vestidos, los atletas del deporte blanco presentan un desempeño mezcla de fuerza y plasticidad; de delicadeza y potencia; de una técnica depurada a niveles increíbles.

En un campo donde el verde del césped da el tono al colorido del conjunto. Todo se desenvuelve en una armonía sensible.

La experiencia es propicia a la emoción, pero a una emoción sosegada por el ambiente del legendario escenario; donde si el juego exalta, el sentimiento se vive como una delicada embriaguez de champaña.

La organización del evento está dispuesta para destacar los valores del tenis asociados a la cortesía, a la elegancia, al estilo de este deporte que se fundamenta en un respeto que incluso se experimenta en las tribunas.

Hay, pues, muchos detalles que pueden pasar inadvertidos, y están hechos para que así sea, pues su función es apaciguar la mirada del espectador, que debe concentrarse en los jugadores, y en la maestría madurada de unos deportistas que hoy -y no solo hoy- constituyen la historia del tenis.

Invito a los lectores a que descubran por sí mismos la magia de estos detalles; y muy especialmente a aquellos que hacen invisibles a tantas personas que están en la cancha, al caer en una zona de sombra para la visión, gracias el impecable manejo de la psicología de la mirada -y del color- que hace Wimbledon.

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