Todas las semanas estallan escándalos que comprometen a las más altas personalidades de la política nacional: Senadores, representantes, ministros y miembros de todas la ramas del poder relampaguean en los titulares.
Incluso el Alcalde de Bogotá aparece comprometido en desfalcos con tantos ceros, que no nos caben en la cabeza.
La corrupción actual va mas allá de la coima solicitada por un anónimo funcionario y ha penetrado las más altas instancias de la política y la sociedad colombianas con estrategias de cuello blanco: reajustes en los contratos de grandes proyectos de obras públicas, desviación fraudulenta de los recursos de la salud, compra de jueces y fallos, modificaciones del uso de terrenos, permisos para explotación minera, uso de información privilegiada por parte de exfuncionarios, etc. Lo grave es que, como decían los latinos, "la corrupción de los mejores, es la peor"? Por algo el presidente de Transparencia Internacional considera que la corrupción "destruye todo espíritu de desarrollo, ya que pinta como tontos a quienes trabajan de forma honesta, erosiona la justicia y la estabilidad de la sociedad".
Para comprender que una violencia es tan devastadora como las guerras, basta visitar la vivienda de una familia en un tugurio y ver cómo los corruptos también siegan vidas humanas y cometen crímenes que agravian a la humanidad; pero no los cometen con fusiles ni explosivos, sino mediante el saqueo sistemático del erario y la consecuente condena de los pobres a la muerte en vida por hambre e ignorancia. La corrupción arrasa la esperanza de los pobres en alcanzar una vida digna y la de todos los colombianos de lograr la verdadera paz.
Aunque el escándalo de los Nule muestra que en el sector privado hay corruptos y también hay corruptores, la clase política carga con la mayor estigmatización en esta debacle de corrupción. El rechazo a la política es tan generalizado, que hay quienes se ufanan "de no ser políticos" y olvidan las palabras de Bertold Brecht: "El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio del fríjol, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios, depende de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política".
Lo grave es que ante la propuesta de participar en la administración del bien común, en la junta de acción comunal, en el concejo o en un cargo público, quienes tienen perfiles idóneos suelen responder: No puedo sacrificar mi tranquilidad... no quiero pasar los próximos años paseándome por la Procuraduría o la Fiscalía? mi empresa atraviesa un momento crucial... tengo una familia por levantar; todavía no.
Vienen a colación las palabras de la Biblia: "Fueron una vez los árboles a elegir rey sobre sí, y dijeron al olivo: Reina sobre nosotros. Mas el olivo respondió: ¿He de dejar mi aceite, con el cual en mí se honra a Dios y a los hombres, para ir a ser grande sobre los árboles? Y dijeron los árboles a la higuera: Anda tú, reina sobre nosotros. Y respondió la higuera: ¿He de dejar mi dulzura y mi buen fruto, para ir a ser grande sobre los árboles? Dijeron luego los árboles a la vid: Pues ven tú, reina sobre nosotros. Y la vid les respondió: ¿He de dejar mi mosto, que alegra a Dios y a los hombres, para ir a ser grande sobre los árboles? Dijeron entonces todos los árboles a la zarza: Anda tú, reina sobre nosotros. (Jue. 9:8-14).
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