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Mi nombre es Mauricio Galvis, tengo 35 años. Nací en Barranquilla y llevo cinco años viviendo en Wuhan. Llegué a China porque me gané una beca para estudiar en la universidad local. Empecé una maestría en Derecho Internacional y ahora estoy terminando el doctorado.
Acá en China se vive en conjuntos cerrados. En el mío hay 32 edificios, es como una pequeña ciudad. Hay canchas, parques y dos lagos. Puedo salir del conjunto una vez cada tres días.
En la cuarentena me he dedicado a dibujar, pintar, toco guitarra, leo la tesis, escribo. Al principio fue duro el choque sicológico, fue complejo, me dije: ‘ok, vamos a dormir un poco más de lo normal y vamos a ver qué pasa’.
Claro, todo el mundo me pregunta qué si estoy comiendo bien. Sí, claro, tengo comida. Cuando se anunció la cuarentena merqué mucho. De hecho, a mí me da risa porque voy a salir gordo de acá. Lo primero que empezó a escasear fue la fruta. La última compra que hice fue las más dura porque me tocó a mí solo cargar todo, claro, yo iba por toda la ciudad con una bolsa de arroz de 10 kilos. En mi nevera tengo pollo y carne. Lo que no como hace mucho tiempo es cerdo porque lo quitaron de las tiendas.
De mis vecinos sé muy poco, obviamente nos hemos alejado. Entre más días de cuarentena, la gente es más ausente, más lejana, más reclusa. El problema al que nos estamos enfrentando es que uno no sabe quién está infectado y quién no, entonces cualquier cara –me da lástima decir esto– es sospechosa. Tengo miedo, eso es lo que pasa, tengo miedo.
Hoy estuve organizando papeles y la casa. Quiero dejarla limpia. Ya la evacuación se acerca y, si todo sale bien, estaríamos la otra semana en Colombia. Si todo sale bien, lograré montarme en el avión. Mi mamá dice que soy muy pesimista, pero hasta que no esté en el avión no canto victoria. Las embajadas han estado pendientes, además mi universidad, el Gobierno de Colombia y el de China, todos están atentos, pero la diplomacia no es rápida. Ahí vamos, viviendo día a día.
Entonces, he estado organizando mi morral, lavando la ropa, son 14 días de cuarentena entonces debo llevar todo lo necesario. En estos meses, además, dejé de ver noticias básicamente porque me saturó el tema. No quiero saber nada del coronavirus. Eso me venía generando estrés constante y no quiero. Mi preocupación es vivir.
En el avión podemos llevar una maleta grande y una pequeña. Mis papás son médicos y por eso voy a vivir esto con tranquilidad. He pasado mucho tiempo en hospitales. Si no estoy deprimido aquí, no creo que en Colombia me vaya a ocurrir, mi estado de ánimo ha estado bien, usted misma escucha que no dejo de reírme de lo que está pasando. Desde el primero de enero la vida se detuvo y estoy tranquilo. La última vez que salí a tomarme una cerveza fue un par de días antes del Nuevo Año Chino, el 25 de enero.
Del viaje sé poco y no he dejado de pensar en eso. Es más, tengo mis propias cuentas: son 30 horas. Entonces pongamos que salimos el 22 de febrero a la 1 de la mañana. Para mí ya es la una de la tarde del domingo 23 de Colombia. Es decir, que estaremos llegando a las 6 de la tarde del lunes. Esos son mis cálculos, no sé realmente qué vaya a pasar, no sé cuáles son las escalas. No tengo certeza.
La idea de salir evacuado no me convence porque me siento huyendo, y todavía tengo esperanza de que esto puede mejorar. Sin embargo, hoy entiendo que puede tomar más tiempo de lo previsto estar encerrado, entonces me montaré en ese avión. Por eso, hay júbilo en mi casa. La verdad es que he tenido renuencia a salir, no quiero verme huyendo.
Quiero que entiendas que este es mi segundo hogar, acá tengo mi vida. ¿Cómo voy a dejar mi vida tirada? El plan de volver a China existe. Lo que pasa es que no se sabe cuándo y eso es bastante amargo. No me he ido, y fíjate, ya entre mis sueños está el de volver, a este, mi hogar.