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La historia detrás de los colombianos que duermen en las calles de París

Cerca de 100 latinoamericanos –en su mayoría colombianos– viven desde hace un mes en campamentos en un parque de Francia.

  • En el campamento, según el consulado colombiano, hay alrededor de 35 personas. Según los migrantes, sin embargo, en Saint-Ouen hay cerca de 100 desplazados. FOTO afp
    En el campamento, según el consulado colombiano, hay alrededor de 35 personas. Según los migrantes, sin embargo, en Saint-Ouen hay cerca de 100 desplazados. FOTO afp
28 de agosto de 2019
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Mientras 1,4 millones de venezolanos huyen de su país hacia Colombia –sometidos a los brotes de xenofobia y a los cierres de fronteras como las de Ecuador, Chile y Perú– a más de 8.000 kilómetros de distancia, en un parque aledaño al río Sena, cerca de un centenar de colombianos sufre lo mismo en las calles de París.

Desde hace 30 días viven en un campamento improvisado frente a la alcaldía de Saint-Ouen, localidad cercana a la capital francesa, luego de que el pasado 30 de julio fueran expulsados junto a migrantes de otras nacionalidades de una fábrica abandonada en la que, durante unos meses, creyeron tener un hogar.

Ahora, devueltos a la calle donde muchos se han visto obligados a vivir desde que salieron de Colombia huyendo de la pobreza o la violencia, los habitantes del campamento reclaman que no han recibido ayuda de la Cancillería de Colombia y del consulado en París.

Guía, no proveedor

“Vinieron y nos dieron información que podíamos encontrar en internet”, dijo a EL COLOMBIANO, Gerardo Henao, uno de los habitantes del campamento. Él y otros dos migrantes consultados por este medio –así como miembros del grupo que se formó para apoyar a los expulsados de la fábrica– señalan que el acompañamiento de las autoridades colombianas se limitó a repartir formularios de cuatro páginas entre los migrantes con teléfonos de organizaciones de atención francesas.

Desde el consulado, sin embargo, dicen que la realidad es otra. Adriana Belalcázar, cónsul de Colombia en París, le dijo a EL COLOMBIANO que las posibilidades de su dependencia son limitadas.

“El rol del consulado es hacer acompañamiento y seguimiento a los connacionales en condiciones vulnerables, para que accedan a los servicios que presta el país receptor, es decir Francia”, afirmó la diplomática y agregó que han prestado esta orientación a 38 personas.

“¿Qué no podemos hacer?”, dice Belalcázar. “No les podemos dar acceso a vivienda, no podemos resolver su situación migratoria, cuando ellos voluntariamente decidieron quedarse aquí en París a pesar de haber llegado con una exención de visa que aplica para turistas”.

Paraíso transitorio

No es la primera vez que Luis Miguel Montenegro tiene como casa una carpa en un parque público. Antes de Saint-Ouen, desde que su madre fue amenazada de muerte y se fueron de Bogotá en 2011, ha vivido en inquilinatos de tres países –Venezuela, Brasil y Guyana–; en una silla del aeropuerto Charles de Gaulle de París durante dos meses; y en la fábrica abandonada a la que lo invitó uno de los franceses que asistía con él a la iglesia cristiana en París.

El refugio apareció ante ellos, dice, por designio divino. El francés le contó que vio el edificio desierto y sintió el impulso de romper el candado. Con los días, el lugar se fue llenando de personas sin hogar.

Luis Miguel se mudó a la fábrica desde la carpa cerca del aeropuerto en la que llevaba viviendo con su mamá poco después de su llegada a París en 2017, con la convicción –equivocada– de que su estatus de refugiados obtenido en Guyana les permitiría trabajar en la capital.

En la fábrica, junto con otros colombianos como Gerardo, y migrantes puertorriqueños, cubanos, dominicanos, argelinos y egipcios, comenzaron a construir un pequeño país de migrantes entre los muros grises.

Llevaron colchones, armarios, neveras. Distribuyeron las habitaciones por zonas y nombraron coordinadores en cada una. Construyeron un espacio tan ordenado que, dice Gerardo, la propia Policía se sorprendía cuando hacía sus visitas de rutina.

Deudas pendientes

La voz sobre el mayor asentamiento de latinos de París corrió por la ciudad. Hasta allí llegó Alejandra*, otra migrante colombiana que en 2018 huyó de sus abusadores en Colombia: los guerrilleros de las Farc, convertidos en disidentes, que la secuestraron y abusaron en 2014, dejándola embarazada, y que cuatro años después la reencontraron e intentaron exigirle trabajar como su informante.

Pero la mujer terminó viviendo en la casa de un nuevo abusador en Francia. El hombre que la contrató, uno conocido de su familia, la expulsó a los pocos días cuando se negó a dejarse tocar. “Me dio un librito con números de asociaciones y me dijo: ‘Tome, defiéndase’”, cuenta.

Eso hizo. Tramitó su estatus de refugiada y fue quien en marzo de este año informó al consulado de la presencia de los colombianos en la fábrica en Saint-Ouen. Luego, cuando fueron expulsados el 30 de julio, vivió durante 10 días en la calle con su hija, hasta que el gobierno francés le otorgó una vivienda junto a otras dos migrantes, pero su novio –un egipcio que conoció mientras vivía en la calle– se quedó en el campamento.

“Ahora, como refugiada, no tengo nada qué ver con Colombia”, dice Alejandra, “solo voy a veces al consulado para averiguar mi proceso de indemnización, pero creo que Colombia está en deuda conmigo”.

Desde el consulado, Belalcázar explica que los refugiados están fuera de sus funciones y que, en cuanto a los migrantes irregulares, “están voluntariamente por fuera de las condiciones migratorias positivas, que es la que quiere promover Colombia”.

La migración ante una crisis, sin embargo, no siempre es ordenada o voluntaria. A veces –cuando un centenar de colombianos no tienen dónde pasar la noche en París, o cuando una situación humanitaria como la de Venezuela expulsa a millones–, el único margen que le queda a un Estado es si responde con generosidad o indiferencia

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migrantes colombianos han sido atendidos, según el consulado en Francia.

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