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No hay un relato único sobre Bolivia, menos sobre el día después de la renuncia de Evo Morales a la presidencia. En la zona sur, un bastión del Movimiento al Socialismo (Mas), simpatizantes del ahora exmandatario salieron con palos y piedras a protestar. Por unas horas no hubo autoridad que encarara los saqueos y enfrentamientos entre afines y opositores a Evo porque la Policía se detuvo.
Solo hasta la mañana del lunes, cuando llegó lo la luz del día, se conocieron los estragos y los uniformados volvieron a la calle.
“Hubo amenazas toda la noche. Amedrentaron a la población, destruyeron negocios, edificios públicos y saquearon todo lo que estaba a su paso. La policía a duras penas ha podido replegarlos”, relata desde La Paz el ciudadano José Manuel Ormachea.
Al rector de la U. Mayor de San Andrés, Waldo Albarracín, quien el domingo le explicó a EL COLOMBIANO las implicaciones de la crisis política del país, le quemaron su casa.
Como a Albarracín, analistas, periodistas y políticos fueron víctimas de persecución. Desconocidos saquearon la casa de la presentadora Casimira Lema y ese relato de asaltos y temor se repitió desde la noche del domingo y hasta el de cierre de esta edición. “Hay mucha incertidumbre. En ciertos lugares no hay gente en la calle”, contó el boliviano Roger Cortez.
La confusión en la calle era el reflejo de la zozobra política que se desató con la renuncia de Evo, una dimisión que fue relatada por el Mas como un golpe de Estado.
Sin el mandatario en el poder y con las dimisiones posteriores del vicepresidente, los presidentes del Senado y la Cámara de Diputados y el primer vicepresidente del Senado, la línea de sucesión marcada por la Constitución en el artículo 169 se rompió.
Así, los llamados a tomar la encargatura del poder son los segundos vicepresidentes de las cámaras de la Asamblea Legislativa. Este martes se reúnen la Cámara de Diputados y el Senado. Esta última intentó ayer dar garantías a los legisladores para llevar a cabo una sesión en la que se aceptaría la carta de renuncia de Evo.
Esa cita será hoy. Una vez se declare como oficial la dimisión, los legisladores deben nombrar a un presidente del Senado, que por línea de sucesión constitucional se convertiría en el presidente encargado del país, hasta el 22 de enero de 2020, cuando finaliza el periodo. Entonces, la segunda vicepresidenta, Jeanine Añez, opositora del partido PPB, sería la mandataria.
Añez conoce bien esa responsabilidad. Ayer, con su mano izquierda en el corazón, sujetando una bandera de Bolivia en la derecha y con lágrimas pidió que “por el amor de Dios cese la violencia. Solo queremos democracia y unidad”. Su meta es que en menos de 68 días Bolivia tenga primera y, de ser necesario, segunda vuelta presidencial. Pero antes necesitaría renovar el Tribunal Supremo Electoral (TSE), órgano encargado de los comicios.
De no conseguirlo, a partir del 22 de enero el país entraría en un vacío total de poder.
Mientras el analista político Iván Arias habla con EL COLOMBIANO, se oyen aplausos y gritos. Él está en La Paz, en la calle, una ciudad que aún se intenta recomponer del caos. “Si no se elige el TSE, habría que tramitar una ley de prolongación de mandato de la posible presidenta. Pero no podría quedarse mucho tiempo. Ella solo puede estar hasta que se instaure un proceso democrático”, explica.
Ya Bolivia suma dos días acéfala y las próximas horas son cruciales. Hasta ahora la Fuerza Armada se mantiene al margen e insta a los actores políticos a restablecer el sistema. Una tarea marcada por turbas violentas en Chimoré, zona cocalera y bastión de Evo, estragos en La Paz, Cochabamba y otras ciudades, y más de veinte renuncias de los altos cargos del Gobierno.
Evo aceptó el asilo político que le ofreció el presidente de México, mientras su principal opositor, Carlos Mesa, pidió protección.
Periodista egresada de la facultad de Comunicación Social - Periodismo de la Universidad Pontificia Bolivariana.