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El rostro del Papa Francisco en Viernes Santo, en la Misa de la tarde y el Viacrucis de la noche, reflejaba el tiempo de incertidumbre que hoy vive el mundo, sorprendido por un virus que ya ha cobrado miles de vidas y ha traído transformaciones sin precedentes, incluyendo la primera Semana Santa en la historia a puerta cerrada, sin fieles y sin procesiones.
Desde el Altar de la Cátedra en la Basílica de San Pedro, el Papa se unió a “quienes sufren tribulaciones en tiempo de pandemia” y padecen las consecuencias de la crisis actual. Al iniciar la Misa el Papa se extendió en el suelo, en señal de adoración delante del Altar y de la cruz que estaba cubierta con un paño rojo.
“Dios todopoderoso y eterno, refugio en todo peligro, vuelve tu mirada hacia nosotros que con fe te imploramos en la tribulación y concede el descanso eterno a los difuntos, el alivio a los que lloran, la salud a los enfermos, la paz a los que mueren, la fuerza a los trabajadores de la salud, el espíritu de sabiduría a los gobernantes y el ánimo de acercarse a todos con amor para glorificar juntos tu santo nombre”.
En la Misa, fuente de sanación y de paz, el Papa pidió a Dios que mire con compasión a los que sufren, alivie el dolor de los enfermos y conceda fuerza a quienes cuidan de ellos. Sólo en Italia han muerto 105 médicos y 28 enfermeras, evidenciando aún más la necesidad de cuidar a quienes nos cuidan en hospitales y centros médicos.
Como es tradicional, el predicador de la Casa Pontificia, el padre Raniero Cantalamessa, predicó la homilía, en la que explicó el valor de la Cruz y el triunfo de Cristo en ella, e invitó a mirar los efectos de la pandemia y no simplemente las causas. “Ha bastado el más pequeño e informe elemento de la naturaleza, un virus, para recordarnos que somos mortales, que la potencia militar y la tecnología no bastan para salvarnos”.
Punto de meditación que el Papa Francisco seguía atentamente desde el Altar de la Cátedra. El padre Cantalamessa reflexionó sobre la fragilidad de la humanidad, hoy afectada por la covid-19, así como del sentido solidario. No es momento para estar divididos ni para el individualismo.
“Dios participa en nuestro dolor para vencerlo”, y en medio de la pandemia, “es aliado nuestro, no del virus”. “No hagamos que tanto dolor, tantos muertos, tanto compromiso heroico por parte de los agentes sanitarios haya sido en vano. Construyamos una vida más fraterna, más humana y más cristiana”.
Al continuar la Misa, el Papa fue descubriendo la Cruz que estaba tapada con un paño rojo, y en tres momento la adoró, tal como lo establece la Iglesia en Viernes Santo. Este crucifijo es el Cristo Milagroso que, según historiadores de la Santa Sede, en 1522 salvó a Roma de la peste.
La noche en Roma fue propicia para esta oración, definida por el Papa desde el año pasado en torno a la situación de las personas en las cárceles, sus familias, comunidades y vivencias. La gran Plaza y la Basílica estaban un poco en penumbra, colmada de pequeñas velas encendidas que marcaban el recorrido de las personas que, a través del camino cargaban la cruz.
Los textos de las 14 estaciones de este Víacrucis fueron escritos por personas detenidas: un autor de homicidio, la hija de un hombre condenado a cadena perpetua, un juez de vigilancia penitenciaria, la madre de una persona detenida, una catequista, un agente de policía penitenciaria y un sacerdote que fue acusado y absuelto por la justicia, tras ocho años de proceso.
Los dramas narrados en cada estación fueron iluminados por el perdón, el arrepentimiento, el encuentro con Cristo y el amor de Dios que actúa en las almas bien dispuestas, aún condenadas y sin libertad. El Papa recordó que Dios, “siempre nos ofrece una nueva oportunidad a través de la reconciliación para que gustemos su misericordia infinita, y así considerar a cada hombre y a cada mujer como templo de su Espíritu, y respetemos su dignidad inviolable”.