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funcionarios de EE. UU. fueron procesados en
el último cuatrienio,
por espionaje.
La contienda política por la Presidencia de EE. UU. le puso el reflector a un fenómeno que se creía enterrado en el pasado, pero que en medio de sombras ha continuado acechando: el espionaje entre superpotencias.
La chispa para alumbrar este nuevo capítulo de la Guerra Fría se encendió cuando la candidata demócrata, Hillary Clinton, denunció que Rusia había “hackeado” los computadores del Comité Nacional Demócrata, extrayendo más de 20.000 correos con mensajería confidencial, para publicarlos en internet.
El debate ya estaba caldeado por declaraciones del aspirante republicano Donald Trump, quien había instado a los rusos a sacar a la luz otros correos de la época en que Clinton era secretaria de Estado, al tiempo que elogió el estilo de gobierno del presidente Vladimir Putin.
El vocero del Kremlin, Dmitri Peskov, tildó de absurdos esos señalamientos, manifestando que su nación está siendo usada con fines electorales.
¿Qué tan profundo es el fenómeno del espionaje internacional en suelo estadounidense, después de la Guerra Fría y en plena era de la informática? EL COLOMBIANO consultó fuentes de seguridad de EE. UU. y revisó los registros públicos del FBI y los departamentos de Justicia y Defensa, encontrando que en los últimos cuatro años se han radicado 38 procesos penales en las cortes de ese país.
La mayoría de espías trabajaba para Rusia y China, y hubo un caso en que la información sería vendida a Egipto, de parte de un ingeniero naval estadounidense que iba a entregar los diseños de un portaaviones nuclear de última generación en construcción.
Secretos militares, tecnológicos y económicos son el botín para los agentes, que han terminado por involucrar a cuatro funcionarios estadounidenses en sus ardides.
Mención aparte merece el espionaje con fines de terrorismo, en el que el antagonista más visible es la organización radical Estado Islámico (ver la nota anexa).
La trama rusa
De los 18 espías rusos y sus colaboradores acusados ante jueces en el último cuatrienio, el caso más reciente fue el que terminó con la condena de 30 meses de prisión contra Evgeny Buryakov, el pasado 25 de mayo. Según Preet Bharara, fiscal del Distrito Sur de Nueva York, posaba como un banquero de Manhattan, cuando en realidad cumplía la misión de recolectar información sobre las sanciones económicas que EE. UU. instauró contra su gobierno, la Bolsa de Valores de Nueva York (para desestabilizar el mercado) y experimentos estadounidenses con sistemas de energía alternativa.
Buryakov era del Servicio de Inteligencia Exterior (SVR, antigua KGB), junto a otros dos agentes, también capturados: Igor Sporyshev y Victor Podobnyy, cuyas fachadas eran ser representante comercial de Rusia y delegado permanente de ese país en la ONU.
Aunque se comunicaban con códigos encriptados y se reunían en guaridas, su trama se vino al piso cuando trataron de reclutar a un supuesto analista de una empresa energética, quien resultó ser un investigador encubierto del FBI.
Pero no todos los intentos por adoctrinar norteamericanos fracasaron. En 2013 fue condenado a 16 años el soldado William Millay, quien prestaba servicio en una base militar de Alaska; lo descubrieron cuando trató de vender un paquete de documentos clasificados por US$3.000 a un delegado ruso, quien a la postre era otro detective del FBI.
Y en 2014, la Corte del Distrito Este de Virginia sentenció a 30 años por intento de espionaje al oficial (r) Robert Hoffman, quien durante dos décadas había trabajado para la Fuerza Naval de EE. UU., como técnico en Criptología y operador de sistemas de los submarinos. Toda esa información confidencial iba a terminar en manos de Moscú.
“Esta sentencia confirma que existen amenazas internas que ponen en riesgo nuestra seguridad nacional”, dijo entonces el agente especial del FBI, Royce Curtin.
El sistema financiero de EE. UU. también es usado por los rusos para camuflar sus movidas. El 11 de julio pasado se conoció la sentencia de cinco años contra el empresario nacionalizado Alexander Brazhnikov Jr., quien valiéndose de compañías fachadas, recibos fraudulentos y cuentas bancarias de testaferros, exportó componentes prohibidos para comunicaciones avanzadas, aviónica, aplicaciones encriptadas y evaluación de armas, que terminaron en poder del Ministerio de Defensa ruso y su Programa de Armamento Nuclear. Según el expediente, durante seis años contrabandeó más de 1.900 embarcos de esa mercancía, avaluada en US$65 millones.
La modalidad tiene dos antecedentes cercanos: el primero, cuando el pasado 7 de julio capturaron en California a Gregory Justice, un contratista de Defensa especializado en Ingeniería Militar y satélites comerciales. De acuerdo con la Fiscalía, él robó tecnología de uso restringido, escondiéndola en falsas compras, para suministrarla a los rusos.
El segundo se conoció cuando, en septiembre del año anterior, el agente ruso Alexander Fishenko se declaró culpable en la Corte Federal de Brooklyn, por participar en una conspiración junto a 10 personas y dos compañías, que diseñaron una red de adquisiciones dentro del sistema financiero para exportar ilegalmente microtecnología estadounidense hacia Moscú, incluyendo sistemas de radares y para guiar misiles.
“Algunos países hostiles a nosotros quieren modernizar su sistema de armas a expensas de los ciudadanos que pagan impuestos en EE. UU.”, advirtió en esa oportunidad el agente especial Stephen L. Morris, encargado de la oficina del FBI en Houston, donde operaba una empresa fachada.
Los cuentos chinos
Uno de los casos más graves de infiltración por parte de un gobierno extranjero en suelo estadounidense, quedó en evidencia el pasado 1° de agosto, cuando un empleado del FBI aceptó en la Corte del Distrito Sur de Nueva York que durante cinco años trabajó para la Inteligencia de China.
Kun Shan Chun, naturalizado en EE. UU., comenzó a laborar en la agencia de seguridad desde 1997 como técnico electrónico de la Central de Monitoreo Computarizado. A lo largo de casi dos décadas logró ascender en esa división, hasta tener acceso a información catalogada como “top secret”.
En 2011 fue contactado por un espía chino, quien lo reclutó a cambio de dinero. El reporte precisa que desde entonces hasta marzo de 2016, Chun entregó papelería sobre identidades de agentes encubiertos y sus patrones de viaje al exterior, la conformación interna del FBI, la tecnología y dispositivos de supervivencia usados por la entidad.
Una de las ambiciones de los chinos, según funcionarios de EE. UU., es acceder a los secretos de su desarrollo tecnológico y militar, para copiarlos en sus propios sistemas.
El anterior 19 de agosto, la Corte del Distrito Sur de La Florida sentenció a 50 meses de prisión a la comerciante Wenxia Man, con residencia en California, por exportar ilegalmente hacia el país asiático artefactos de uso militar. La mujer, en alianza con el espía Xinsheng Zhang, radicado en China, mandó tres motores para aviones de combate y un dron tipo Predator con capacidad para disparar misiles.
Dos profesores, de la Universidad de Tianjin, resultaron implicados en espionaje económico, otra de las misiones presuntamente encomendadas desde Pekín a sus alfiles en EE. UU. Hao Zhang y Wei Pang, con doctorados en Ingeniería Eléctrica, fueron acusados en 2015 de robar tecnología desarrollada por empresas de Silicon Valley (en las cuales trabajaron), para enviarla al claustro de Tianjin, de donde supuestamente era tomada por la Inteligencia china.
La tecnología era de radio frecuencia, aplicable a celulares y equipos de GPS.
En redes de espionaje financiero instigadas por China también procesaron, entre otros, a un ingeniero de computación que hurtó secretos de compañías en Chicago y New Jersey (2015); un comerciante que robó datos a una firma de California sobre experimentos con dióxido de titanio, un compuesto usado en la industria militar y aeroespacial (2014); y a cinco hackers militares de la Unidad 61398 adscrita al Tercer Departamento del Ejército chino, que cometieron ciberespionaje contra empresas del sector metalúrgico y energético de EE. UU. (2014).
Los 19 procesos penales contra espías del gigante asiático, entre otros episodios, fueron materia de discusión por ambas naciones durante el primer “Diálogo Judicial EE. UU.-China”, celebrado el mes pasado en Beijing. Asistieron jueces y fiscales de los dos pueblos, con el propósito de entablar acuerdos para el tratamiento de asuntos de derecho comercial y penal.
Mientras tanto, a la sombra continuarán las misiones de los espías, recordándonos que hay hilos invisibles manipulando la economía y la política mundial.