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España, 80 años de una guerra civil que aún se libra en la memoria

Ocho décadas después, el conflicto sigue vivo en la disputa por la exhumación de los restos del dictador Franco.

  • El mausoleo del Valle de los Caídos tardó 20 años en construirse y contiene restos de los muertos en la Guerra Civil Española. FOTO EFE
    El mausoleo del Valle de los Caídos tardó 20 años en construirse y contiene restos de los muertos en la Guerra Civil Española. FOTO EFE
01 de abril de 2019
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El fin de la Guerra Civil Española, la mayor tragedia bélica de este país y la antesala de la Segunda Guerra Mundial, fue decretado por un hombre enfermo. Hace 80 años, el 1 de abril de 1939, la noticia de la derrota del último reducto republicano encontró al general Francisco Franco tendido en una cama por una gripa.

Así, en medio de los espasmos de la fiebre, el artífice de la victoria de los sublevados fascistas aliados con Alemania contra los republicanos, respaldados por la Unión Soviética, eligió calculadamente las palabras para colocar la primera piedra de su legado.

“En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado. El Generalísimo Franco Burgos, 1° de abril de 1939”, se escuchó esa misma tarde por la Radio Nacional, en voz del locutor Fernando Hernández.

Antes de entregar esa versión final del texto, Franco hizo varios ajustes y tachó líneas completas. Probó abreviando la palabra “objetivos”, pero no lo convenció. En el pasaje en el que mencionaba que el ejército enemigo estaba desarmado, decidió agregar el término “cautivo”.

En efecto, mientras redactaba, eran apresados los últimos republicanos que no habían logrado escapar por los Pirineos tras la derrota y que para finales de ese año se contarían por más de 270.000, recluidos en campos de concentración.

Pero quizá la elección más reveladora de Franco en ese documento fue decir “terminó la guerra”, pero evitando mencionar la llegada de la paz. Después de todo, como señala el historiador español Manuel Lucena, “las guerras civiles no terminan con la paz, sino con la victoria” y, en España, este desenlace significó 40 años de dictadura.

Franco logró lo que no pudieron ni Hitler ni Mussolini, gobernar hasta morir de viejo y, para algunos historiadores, convirtió la Guerra Civil en un conflicto inconcluso que, ocho décadas después, sigue enfrentando, al menos en los discursos, a los bisnietos de quienes lo lucharon.

De trincheras a símbolos

El resultado de una guerra es tan importante como la forma de recordarla. La Guerra Civil Española, a la par de la Segunda Guerra Mundial, probablemente el conflicto más narrado del siglo XX, de acuerdo con el historiador Álvaro Pablo Ortiz, profesor de la Universidad del Rosario.

Fue una guerra librada no solo por soldados, también por poetas y escritores. Hernest Hemingway y George Orwell llegaron a la península cuando recién iniciaba el conflicto. El primero, como corresponsal militante y el segundo, como voluntario para el ejército. Ambos estaban dispuestos a luchar la que consideraban la batalla definitiva entre la democracia y la dictadura.

Pese a ser un conflicto interno, la guerra se convirtió en un asunto del mundo, en “la última guerra romántica de occidente”, como la describe Queralt Solé, historiadora de la Universidad de Barcelona y experta en este periodo histórico.

La lucha, explica, ocurrió justo en una frontera a nivel bélico, antes de que el salto tecnológico reemplazara definitivamente las trincheras y los avances de tropas por armas de destrucción masiva. A esto, se sumó el papel de los medios de comunicación, que comenzaban a utilizar su alcance para lograr interesar a las personas sobre una guerra que se luchaba al otro lado del mundo.

Desde el principio, la disputa se dio tanto en las trincheras como en los panfletos, y, cuando estas quedaron abandonadas, el conflicto se trasladó únicamente a los símbolos.

El mayor de todos, mandado a construir por Franco inmediatamente después de su victoria, se convertiría también en el elemento que hoy mantiene viva la confrontación sobre la Guerra Civil Española: el mausoleo del Valle de los Caídos, el monumental cementerio cerca de Madrid donde el dictador enterró a los muertos en la guerra y en el que reservó un lugar de honor para sí mismo. Uno que el actual gobierno español pretende arrebatarle.

Erigir la sepultura propia

Durante los primeros 20 años de su gobierno, Franco se dedicó con esmero a la construcción de su propia tumba. El lugar del que sería exhumado por un proyecto del actual presidente, Pedro Sánchez, está ubicado sobre un risco de piedra cercano a El Escorial, el lugar de entierro de los reyes españoles.

Hasta allí, a partir de la inauguración en 1959, la dictadura trasladó los cuerpos de sus soldados y de los combatientes republicanos desde las cientos de fosas comunes en España. Muchos de ellos, como demuestra la investigación de Solé, en contra de la voluntad de las familias.

Luego, al morir 1975, Franco fue enterrado entre sus aliados y sus víctimas, detrás del altar. Se cumplió, al menos por unos años, su voluntad de reposar en medio de un monumento cuyas piedras, como las describía un documento oficial de 1940, desafiaran “al tiempo y al olvido” con su grandeza y al que “las generaciones futuras rindan tributo de admiración a los que les legaron una España mejor”.

Pero, quien esculpe un legado, en un papel o en una montaña, pierde el control de este una vez deja de estar presente para dirigirlo, cuando ya no puede dibujar sobre las páginas de la historia la forma en que será recordado

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cadáveres sin identificar yacerían en el Valle de los Caídos, según la investigación de Queralt Solé.

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