Estaba en California, el estado en el que se sentían mejor. Además del amor suicida que llegó a profesar la actriz Marilyn Monroe por John Fitzgerald Kennedy (JFK), era el pueblo el que recibía siempre con brazos abiertos el ánimo esperanzador que caracterizó a cualquier integrante de dicha dinastía política. De eso se dio cuenta Robert, montado en un carro descapotable, mientras recorría las calles de San Diego y Los Ángeles entre la algarabía que iba creando.
Era precandidato presidencial de los demócratas y restaba poco para la votación del 4 de junio. Se jugaba el prestigio de haber sido el líder que, recuperado del asesinato de su hermano, ascendió de nuevo en las filas del partido hasta el punto de liderar desde el sistema el movimiento que se opuso a la Guerra de Vietnam y que forzó la renuncia de su copartidario, el entonces presidente Lyndon B. Johnson, a la candidatura para su reelección.
Era un año turbulento, meses antes, el reverendo Martin Luther King Jr. era asesinado en Memphis, Tennessee, tras pronunciar su memorable discurso “I´ve been to the mountain top” (“Yo he estado en la cima de la montaña”), el 4 de abril.
La comunidad negra siempre agradeció a Robert Francis Kennedy (RFK) su reacción oportuna tras enterarse del crimen contra el héroe de la emancipación negra en Estados Unidos y Nobel de Paz 1964. Su respuesta ante el odio y la impunidad fue un poema.
“Mi poeta favorito es Esquilo. Él una vez escribió:
‘Incluso en nuestros sueños, hay dolores que no se pueden olvidar, caen gota a gota sobre el corazón, hasta que, en nuestra propia desesperación, en contra de nuestra voluntad, viene la sabiduría por la tremenda gracia de Dios’.
Lo que necesitamos en Estados Unidos no es división. Lo que necesitamos no es odio. Lo que necesitamos no es violencia y desorden, sino amor, sabiduría y compasión de unos a otros. Un sentimiento de justicia para aquellos que todavía sufren en nuestro país sean blancos o sean negros”.
Lejos habían quedado los días en que RFK y el movimiento de los derechos civiles desconfiaban mutuamente (entre 1957 y 1959): los unos porque consideraban a Kennedy alfil de la doctrina macartista, de persecución a líderes de izquierda y sindicalistas, y el otro porque los veía entonces como peones del comunismo internacional en plena Guerra Fría. Eso era ya parte del pasado, ahora los negros se alineaban férreamente con su campaña y le daban así la perspectiva de ganar las primarias demócratas.
El 4 de junio los californianos votaron masivamente. Aunque en principio la campaña Kennedy tuvo dudas porque arrancaba fuerte su principal rival, Eugene McCarthy, pronto todo se volvió festejo cuando las cifras le dieron la victoria. Acudió al hotel Ambassador de Los Ángeles a celebrar con sus simpatizantes. Estaba completamente atiborrado. Al llegar allí en plena madrugada del día 5, aludió a la misma esperanza de un país próspero y sin divisiones, la idea que desde su hermano se mantuvo viva. Incluyó también a los latinos. Se bajó de la tarima improvisada, poco después se escucharon los disparos.
“Pensé, ¿qué diablos está pasando en Estados Unidos? Perder a Martin Luther King Jr., y dos meses después a ‘Bobby’ Kennedy. Era demasiado”, dijo el afroamericano John Lewis, entonces asesor de campaña de RFK y hoy representante a la Cámara, en el documental “Bobby Kennedy para presidente”, que emite Netflix por estos días.
En el sitio fue capturado el cristiano palestino Sirhan Sirhan, inmigrante con problemas psiquiátricos, que aceptó el crimen bajo consejo de sus abogados para evitar la pena de muerte. No obstante, dicha persona sostiene hoy desde prisión que no recuerda haberlo asesinado. Los asesores de campaña de RFK apuntan a la ultraderecha del país como responsable del hecho, teniendo en cuenta las ideas que defendían los Kennedy.