La necesidad de reducir las emisiones contaminantes para evitar el cambio climático es, a la vez que una realidad probada científicamente, un mensaje difícil de comunicar a los jefes de Estado que toman las decisiones.
Como una forma de llamar su atención, el secretario de Naciones Unidas, António Guterres, dio a su discurso previo a la Conferencia sobre Cambio Climático (COP25), que inicia hoy en Madrid, un carácter de inminencia: “Durante décadas la especie humana ha estado en guerra contra el planeta y el planeta ahora contraataca. El punto de no retorno está a la vista, se nos echa encima”.
Sus palabras marcaron el tono de este encuentro, al que asisten delegaciones de cerca de 200 países y medio centenar de jefes de Estado y de gobierno, y en el que se definen los compromisos que determinarán qué tanto aumenta la temperatura del planeta en las próximas décadas.
Las cuentas no dan
De acuerdo con el informe anual del programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, publicado la semana pasada, las metas de reducción de gases de efecto invernadero planteadas hasta ahora, las más importantes enmarcadas en el Acuerdo de París, no son suficientes.
Desde 2015, cuando se firmó el acuerdo, cada país se puso una meta de disminución de sus emisiones equivalente al alcance de su contaminación. Colombia, por ejemplo, adquirió el compromiso de reducir las emisiones en 20 % hasta 2030.
Sin embargo, el estudio de Naciones Unidas instó a los países a quintuplicar en la próxima década la disminución de sus emisiones y vaticinó que, de no hacerlo, la temperatura del planeta subiría 3,2 grados centígrados, cuando la meta del Acuerdo de París es de entre 2 y 1,5 grados.
La diferencia no es poca. El cambio de una sola décima en el aumento de temperatura global es la diferencia, por ejemplo, en que desaparezcan el 75 % de los arrecifes de coral (con 1,5 !), o se extingan totalmente (con 2 °).
Compromisos distintos
Este escenario, para Guterres, exige que la COP25 sea “más ambiciosa contra el cambio climático”. Sin embargo, de acuerdo con Benjamín Quesada, doctor en climatología y profesor de la Universidad del Rosario, los países han venido dando pasos ambivalentes en este sentido.
Por un lado, hay retrocesos como el de Estados Unidos, que a partir de 2020 abandonará oficialmente el Acuerdo de París, por decisión del presidente Donald Trump. De hecho, el mandatario estadounidense decidió no asistir al encuentro en Madrid y envió en su lugar a una funcionaria del Departamento de Estado.
Este relativo desinterés contrasta con los compromisos recientes adquiridos por Europa y China. El primero declaró la semana pasada la emergencia climática tras conocer el informe de Naciones Unidas y, en palabras de la recién posesionada jefa del Parlamento Europeo, Úrsula von der Leyen, la expectativa es que “la Europa de 2050 será el primer continente del mundo neutro en carbono”, es decir, con emisiones de CO2 que no superen la capacidad de las plantas para retenerlas.
China, por su parte, como señala Quesada, “pese a ser el primer emisor de gases de efecto invernadero, tiene avances en protección del medioambiente y lidera casi la mitad de las inversiones en energías renovables, 3 veces más que Estados Unidos o Europa”.
Ante este panorama diverso, las discusiones más importantes en la cumbre que inicia hoy, para Quesada, serán las discusiones sobre el mercado de carbono, que establece compromisos económicos a los mayores emisores de CO2, y la concertación de medidas para atender efectos del cambio climático que ya están en curso, como la desaparición de territorios por la elevación del nivel del mar