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¿Relevo generacional en el teatro de Medellín?: grupos sin sala y apuestas por el cuerpo

En 2022 los grupos alternativos de la ciudad recibieron reconocimientos nacionales y extranjeros. Eso dejó a la vista una irrupción de nuevas propuestas de las tablas antioqueñas.

  • Ensayo de la obra Tiempo de Escape, del colectivo Ruido y Furia. La dramaturgia es de Jacqueline Builes. Foto: Carlos Velásquez.
    Ensayo de la obra Tiempo de Escape, del colectivo Ruido y Furia. La dramaturgia es de Jacqueline Builes. Foto: Carlos Velásquez.
  • ¿Relevo generacional en el teatro de Medellín?: grupos sin sala y apuestas por el cuerpo
  • Wilder Lopera y Jacqueline Builes hacen parte de Ruido y Furia y en 2022 estrenaron la obra Tiempo de Escape. Foto: Carlos Velásquez.
    Wilder Lopera y Jacqueline Builes hacen parte de Ruido y Furia y en 2022 estrenaron la obra Tiempo de Escape. Foto: Carlos Velásquez.
21 de diciembre de 2022
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Las cosas han cambiado en el teatro de Medellín. En poco más de un año –según el conteo que hizo el director y dramaturgo Jesús Eduardo Domínguez, antes de la entraña del Pequeño Teatro y ahora gestor independiente– obras de dramaturgos y actrices no vinculados con los grupos tradicionales de la ciudad han merecido el reconocimiento nacional o extranjero, traducido en becas y estímulos del Ministerio de Cultura o de organismos internacionales.

La lista incluye Aturdir, de Anamnésico Colectivo Teatral; Tiempo de Escape, de Ruido y Furia; Blondinette, de Triángulo Teatro. El mismo Domínguez recibió en 2021 un apoyo para estrenar Las formas de la distancia en 2022. Además, la obra Lautaro, del colectivo de mimos y clowns Pantolocos, radicado en el corregimiento de Altavista, recibió el visto bueno de Iberescena para la coproducción.

Estos grupos han cultivado un modelo de gestión y de trabajo escénico que toma distancia con lo hecho por Matacandelas, Pequeño Teatro o el Ateneo Porfirio Barba Jacob. Aunque reconocen la tradición a la que pertenecen, dan un paso al costado en las disputas del teatro local y procuran tejer relaciones distintas con el territorio y sus colegas.

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Las transformaciones pasan por los temas y las formas de los montajes, pero también incluyen las estructuras de funcionamiento.

Los cambios

En Medellín existen dos tipos de grupos teatrales: aquellos que tienen una sede con la infraestructura para realizar presentaciones y los que no la tienen. Al igual que en la sabiduría popular — que dice que tener una casa no es sinónimo de riqueza...— contar con una sala sí puede marcar una diferencia con no tenerla.

La mayoría de los colectivos emergentes hace parte del conjunto de grupos que no tienen una sala de teatro propia, con las ventajas y tropiezos que este hecho trae consigo. Y en los planes de varios no está el abrir una. Al final del mes no deben quebrarse la cabeza para pagar las cuentas de los servicios públicos ni buscarle los quiebres a los presupuestos para pagar los salarios del personal a cargo.

La mayoría de los colectivos emergentes hace parte del conjunto de grupos que no tienen una sala de teatro propia, con las ventajas y tropiezos que este hecho trae consigo. Y en los planes de varios no está el abrir una. Al final del mes no deben quebrarse la cabeza para pagar las cuentas de los servicios públicos ni buscarle los quiebres a los presupuestos para pagar los salarios del personal a cargo.

¿Relevo generacional en el teatro de Medellín?: grupos sin sala y apuestas por el cuerpo

Jesús Eduardo Domínguez, dramaturgo que estrenó en 2022 la obra “Las formas de la distancia”, ganadora de un reconocimiento del Ministerio de Cultura. Foto: Carlos Velásquez.

En la mayoría de los casos, para llevar al público sus obras hacen convenios con instituciones que sí cuentan con espacios apropiados. Hacen contratos de palabra con los dueños de las salas para dividir las ganancias que se obtengan de las entradas: casi siempre se distribuyen los dineros por mitad, cuenta Wilder Lopera, director y fundador de Ruido y Furia.

Cosa curiosa: no tener un ancla a un sitio también les permite cierta plasticidad en los movimientos, no caer en la dinámica de los grupos cerrados, al menos eso piensa la actriz y dramaturga Jacqueline Builes, también integrante de Ruido y Furia.

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En este punto es necesario hacer un matiz semántico. Hay una diferencia entre las compañías de teatro y los grupos. Las primeras –explica Builes– es un modelo usado por fuera de la ciudad y de Colombia y consiste en convocar profesionales de diferentes áreas del teatro –el vestuario, la luminotecnia, el maquillaje y así– para proyectos concretos.

En este caso no se generan las dinámicas comunitarias de los grupos de teatro de los sesenta y setenta, similares a las de los experimentos sociales del hipismo y la contracultura. Para emplear una metáfora, las compañías son empresas y los grupos buscan ser familias.

Los actores de las compañías cuentan con un amplio campo de acción. Wilder lleva el concepto al terreno de la biografía: “Soy del Grupo Ruido y Furia, pero también trabajo con el grupo Carrusel teatro, hago una dirección para La casa del teatro de Medellín”.

No todos, por supuesto, adoptan esta forma de organización. La vestuarista Diana Echandía menciona el caso del grupo Anamnésico, que tendría una estructura similar a la de los grupos del pasado en contraste con otros que se forman para ejecutar una beca y una vez esta culmina parten cobijas sin complicaciones. “Muchos de los nuevos grupos no tienen sedes ni tienen constitución de la Cámara de Comercio”, dice Domínguez.

Wilder Lopera y Jacqueline Builes hacen parte de Ruido y Furia y en 2022 estrenaron la obra Tiempo de Escape. Foto: Carlos Velásquez.
Wilder Lopera y Jacqueline Builes hacen parte de Ruido y Furia y en 2022 estrenaron la obra Tiempo de Escape. Foto: Carlos Velásquez.

Las mutaciones aludidas en los roles han puesto bajo la lupa la figura del director que antaño, a la manera de un pequeño rey sol, tenía la palabra final en casi todas las decisiones de los grupos.

Domínguez utiliza un vocablo muy en la onda de la crítica queer para describir a estos personajes: los patriarcas. Se trata de un grupo de hombres fuertes de la escena teatral que surgieron en la efervescencia del teatro universitario de los setenta, con las contradicciones y luces de una época marcada por las discusiones de tipo ideológico y partidista.

“Se trata de un teatro masculino, con las figuras centrales de Rodrigo Saldarriaga, Cristóbal Peláez, Gilberto Martínez, Eduardo Cárdenas”, dice. Estos directores hacían las veces de pater familias que guiaban a sus respectivos grupos con mano de hierro. Por el contrario –esa es la versión de los entrevistados–, los grupos actuales tienen una estructura menos piramidal, con espacios abiertos para las mujeres y los miembros de la comunidad Lgbtiq+.

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Jacqueline Builes no se va por las ramas y habla de las vacas sagradas del teatro local, que con su brillo eclipsaron las labores de las mujeres. En los discursos de los teatreros alternativos de Medellín el vocabulario de ellas y ellos es una suerte de santo y seña generacional, una muletilla retórica que deja en evidencia los cambios en las formas de relacionarse.

También hacen especial hincapié en el trabajo cultural de las mujeres, en especial de Beatriz Prada, Carolina Chalarcá, Zulima Ochoa, Luisa Vergara, Victoria Valencia, Soraya Trujillo, Yacqueline Salazar, Patricia Carvajal, Tania Granda, Luz Dary Alzate, Maritza Chávez, Viviana Zuluaga.

Esta visión de los oficios teatrales, menos obnubilada por el director, ha permitido que la atención se desplace a otras líneas de trabajo. Por ejemplo, en los últimos años ha adquirido relieve el productor. Ya los grupos son muy conscientes de que no solo de arte vive el artista: también son necesarias gestiones menos nimbadas por el prestigio de la creación, pero igual de importantes para mantener a flote las empresas culturales.

En Pantolocos, para poner un ejemplo, la dirección general la ejerce Camilo Baena, pero a un lado suyo –no detrás– está Leidy Tatiana Muñoz, cofundadora del grupo y responsable de los asuntos administrativos. “El director artístico vela por la obra, la productora lleva la batuta en todo”, dice Camilo. Y no se trata de una experiencia insular: Baena y Domínguez, por separado, afirman que en otros grupos la división del trabajo ya sigue este esquema.

Y este no es el único papel que ha salido de las bambalinas. Ahora se le presta mucho más cuidado al vestuario, al maquillaje, a la iluminación. Dichos oficios ya no son vistos como algo exclusivamente técnico y se descubre en ellos un componente de creación.

La escogencia del color de una prenda o el énfasis en el maquillaje son herramientas para conectar al público con el contenido ideológico y emotivo de las obras. Esto, a la postre, ha llevado a una profesionalización de cada uno de los eslabones de la cadena de montaje. Diana Echandía es una muestra de ello: la vestuarista hizo un master en Diseño de Vestuario para Teatro y Cine en una universidad española. No obstante, sí indica que sobrevive en la ciudad una actitud por mirar por encima del hombro las actividades que no son cobijadas por los reflectores.

Un vistazo a las programaciones de los espacios culturales corrobora una palabra empleada por la mayoría de los entrevistados: la diversidad es la nota dominante en las estéticas del actual teatro medellinense.

El cuerpo –en sus variantes de mimos y de teatro corporal– ha puesto en jaque la primacía del texto. En los términos de los expertos, dicha tendencia recibe el nombre de teatro posdramático, uno que pretende no seguir los esquemas de la dramaturgia clásica y de las formas convencionales de narrar. Los creadores le apuestan a tomar ingredientes de distintas artes –el performance, el audiovisual, la radio– para darles forma a sus obras. En esta apertura a poéticas distintas han contribuido las programaciones de la Fiesta de las Artes Escénicas y del Festival de Teatro y Música San Ignacio.

La mayoría de los nuevos creadores han pasado por las aulas –ya sea por las de la UdeA o de la Débora Arango– y combinan el arte con la academia y el teatro corporativo. Muchos sonríen al oír la palabra emergente aplicada a su trabajo: han gastado no pocos calendarios tras formas dramatúrgicas novedosas. O a los menos capaces de encauzar sus horas de lectura, de ensayos, de buscar el dinero para hacer carne las palabras encima del escenario.

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