En 1998 Michael Hart, cocreador del Proyecto Gutenberg, una iniciativa pionera en digitalizar los textos de dominio público, dijo que su ideal era cargar 10.000 textos electrónicos a Internet. Si lo lograba, soñaba con aumentar luego a un millón a los que tuviera acceso el 10 % de la población. Así podría distribuir “1.000 veces un billón de textos electrónicos”, se lee en el libro Una corta historia del eBook (2009).
Ese término, e-book, es la abreviación de electronic book, nació en 1971 y se puede traducir como libro electrónico o digital. En principio se trataba de un nuevo soporte: las letras de los libros ya no están en páginas y tinta sino en código informático y se puede acceder a ellos mediante un dispositivo y conexión a Internet.
Sin embargo, esa definición se amplió, cuenta el libro ya citado. En los 90 llegó el auge de películas clásicas de Disney como Peter Pan, la saga de Star Treck y una nueva adaptación de Alicia en el País de las Maravillas, y como “la idea era que las personas encontraran con facilidad los textos escuchados en conversaciones, películas, músicas, o leídos en otros libros, periódicos y revistas”, en esa década el texto electrónico comenzó a dar posibilidades de búsqueda por palabras. Además se buscaba que un usuario tuviera acceso a una saga completa de novelas sin llevar todo ese peso en la espalda: podía poner en su morral un dispositivo con miles de ellos.
Ahora, cuenta el bibliotecólogo Santiago Villegas-Ceballos, consultor en transformación digital, un libro electrónico es el que tiene, además de la posibilidad de explorar muchos textos de forma no secuencial, otros soportes digitales (como audio, video, imagen, actualización de contenido, entre otros), que hacen que la experiencia de lectura sea más interactiva. Él pone como ejemplo lo que hizo el sistema de bibliotecas públicas de Nueva York: crearon un libro electrónico con un juego que permitía a los lectores descubrir la ciudad y avanzar en el texto si seguían pistas y encontraban el sitio correcto.
Por eso era que Hart soñaba con distribuir un billón de textos. Porque uno solo podía contener muchos textos dentro. Su sueño se cumplió en 2003, cuando se digitalizó el título número 10.000 (The Magna Carta) y en 2007 se completó el hito: el Proyecto Gutenberg envió 15 millones de libros por correo postal en cds.
Los formatos no compiten
De acuerdo con un informe publicado por la Cámara Colombiana del Libro, en 2018 la adopción de los textos digitales en el país fueron los más bajos en cada categoría (las cifras de 2019 se publicarán el próximo mes).
Las ventas en plataformas digitales como Bookwire, Libranda o Digitalia tuvieron una participación del 0,4 %, y en las librerías virtuales de Amazon, Apple, Google, entre otros, la participación fue 1,9 %.
Hay otros mercados que van más adelante en la adopción de libros digitales y que con la pandemia crecieron. Mire el caso de Estados Unidos: los ingresos de libros electrónicos y audio descargado brillaron en mayo de este año. Los ingresos por libros electrónicos aumentaron un 39,2 % en el mes, en comparación con mayo de 2019, por un total de 113 millones de dólares. En lo que va del año, los libros electrónicos aumentaron un 7,3 %, llegando a 435,4 millones de dólares en los primeros cinco meses de 2020. Esos son datos de la Association of American Publishers.
En Latinoamérica la velocidad de desarrollo de esta industria es más baja, advierte Sergio Vilela, director de Negocios digitales de Latam de Grupo Planeta, por brechas en el acceso a conectividad y dispositivos. Hay otros aspectos que Vilela menciona que influyen en que se prefiera el papel. Por ejemplo, muchas personas ven los libros de papel y tinta como un regalo y en digital la experiencia del usuario no es igual. Tambiézn ciertas editoriales locales no tienen sus contenidos en formatos digitales. Y la falta de desarrollo de otro producto que, desde la perspectiva de Vilela, hará crecer el negocio editorial en lo digital: el audiolibro.
El ejecutivo afirma que se espera que la curva de adopción de libros digitales crezca en la región por la diversidad de formatos disponibles en los que los usuarios pueden escoger e ir más allá de solo el mismo texto que antes estaba en papel y ahora se lee en pantalla. Sin embargo, aclara que la estrategia no está en hacer que los formatos (papel, texto digital, audiolibro) compitan sino que el contenido esté en el centro y que sea el lector el que elija, por ejemplo, si para ir de vacaciones lee en digital, o para regalar escoge una edición especial de un título clásico, o si en sus tiempos muertos en el transporte decide escuchar mejor un audiolibro.
Las posibilidades están y la invitación es a que las explore. Casi que depende del gusto.