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Especial Medellín 350 años | ¿Y si en la educación estuviera el futuro emergente de Medellín?

Claudia Restrepo, rectora de EAFIT, habla de cómo las habilidades técnicas cambian con rapidez y propone cinco mentalidades que Medellín necesita fortalecer, todas con la imaginación como fuerza transversal.

  • En un mundo marcado por la inteligencia artificial, la automatización y la interdependencia, no basta entrenar destrezas puntuales. FOTO: Esneyder Gutiérrez. Archivo El Colombiano
    En un mundo marcado por la inteligencia artificial, la automatización y la interdependencia, no basta entrenar destrezas puntuales. FOTO: Esneyder Gutiérrez. Archivo El Colombiano
02 de noviembre de 2025
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El futuro germina cuando las capacidades del presente se convierten en semilla de educación y de innovación, animadas por el poder de la imaginación. Ese es el propósito colectivo que Medellín debe abrazar en los próximos cincuenta años: cultivar lo fundamental desde lo que somos, con un horizonte audaz hacia lo que queremos ser.

La educación en Medellín no ha alcanzado todo su potencial transformador porque nos ha faltado la determinación de definir un norte compartido como territorio, un proyecto educativo capaz de articular nuestras capacidades en una dirección común. Hemos permanecido en una inercia nacional que acumula búsquedas dispersas y estándares de calidad que no dialogan con nuestra identidad. Nos ha faltado emprender acciones decisivas para orientar los currículos hacia las próximas décadas y mitigar la inequidad. Porque la educación se alimenta de principios universales —como el trivium que unió gramática, lógica y retórica—, pero solo florece cuando hunde raíces en las capacidades propias de una comunidad: lo que sabemos hacer, lo que somos y lo que soñamos.

Un compromiso en común

El futuro emerge, precisamente, cuando ese saber se organiza en un ecosistema educativo capaz de proyectarnos hacia la creación colectiva. Y el hecho de que Medellín haya sido declarada por ley como Distrito de Ciencia, Tecnología e Innovación no es un punto de llegada, sino un marco que nos compromete. Esto exige comprender con rigor qué entendemos por ciencia, tecnología e innovación (CTeI), tener claridad sobre lo que le demanda a la educación —formar talento, conectar investigación con emprendimiento, nutrir una cultura de innovación incluyente— y reconocer el alcance de esta responsabilidad histórica. Se trata de generar conocimiento y traducir la declaratoria en una realidad educativa sostenible y profundamente humana.

Por eso la pregunta que debería guiar nuestra brújula en las próximas décadas es ineludible:
¿Qué tipo de ecosistema educativo necesitamos para que las capacidades de Medellín se conviertan en la fuerza que sostenga su futuro como Distrito de Ciencia, Tecnología e Innovación?

La historia de Medellín es la de una ciudad que se reinventa en la adversidad y la restricción. Pasamos de la industria a la innovación social, y de allí al valle del software, siempre apoyados en un mismo sustrato, en la posibilidad de aprender colectivamente y de convertir cada experiencia en escuela. Pero estos tránsitos han sido parciales, con logros que revelan nuestro potencial, sin alcanzar todavía a transformar de manera estructural e incluyente a todo el territorio. Hoy la economía regional evidencia el impulso de lo creativo y lo altamente especializado, bases de una economía de alto valor. El desafío está en convertir ese potencial en una fuerza sistemática y colectiva, capaz de irradiar a toda la ciudad.

En el corazón de ese recorrido late una mentalidad creativa y práctica que nos distingue: la convicción de que siempre es posible abrir senderos nuevos, de que el riesgo puede ser semilla de futuro y de que la creatividad encuentra caminos incluso en la dificultad.

Esa mentalidad se expresa en capacidades que conforman la identidad de Medellín. ¿Cuáles? Aprender y conectar, haciendo de cada giro histórico una lección compartida; desarrollar soluciones innovadoras que combinan conocimiento y pertinencia social; crear con una fuerza cultural visible en el arte, la música y los emprendimientos creativos; narrar historias que nos han permitido reconocernos en la oralidad, la escritura y la memoria colectiva; y emprender con resiliencia, materializando proyectos con la posibilidad de levantarnos una y otra vez.

Estos atributos no sustituyen las competencias fundamentales de la educación, pero sí pueden impulsarlas si logramos organizarlas en un ecosistema coherente. La vocación emprendedora puede fortalecer las matemáticas y el pensamiento analítico; la narración de historias, impulsar la lectura y la escritura como herramientas críticas; la creatividad, abrir camino para la lógica y la resolución de problemas; y la resiliencia, ser base para las habilidades socioemocionales y ciudadanas, que hoy son esenciales en el aprendizaje.

Aprovechar este acervo exige responder con urgencia a dos desafíos. El primero es garantizar que más personas accedan y permanezcan en la educación superior, aprovechando la ventana demográfica que se cerrará hacia 2035 con la reducción de la población joven; el segundo es iniciar un proceso amplio de reskilling y upskilling que prepare al talento actual para un nuevo ciclo de cambio.

Transformar capacidades en mentalidades es, entonces, el paso que Medellín debe dar si quiere sostener su lugar en la nueva era del conocimiento. No basta con conservar lo que tenemos: necesitamos organizar dichas capacidades en un proyecto educativo colectivo que las potencie y las convierta en modos de pensar capaces de anticipar, crear y convivir en un mundo en permanente cambio.

Pensar para crear

En este contexto, hablar de mentalidades es esencial. Las habilidades técnicas cambian con rapidez, pero lo que permanece y permite adaptarse es la capacidad de aprender a aprender, de renovar modos de pensar, crear y convivir. En un mundo marcado por la inteligencia artificial, la automatización y la interdependencia, no basta entrenar destrezas puntuales: requerimos mentalidades que guíen competencias, abracen la experimentación como método y vean en cada falla un paso hacia el descubrimiento y en cada pregunta una puerta hacia lo posible. En el centro de todas ellas está la imaginación: la posibilidad de proyectar escenarios posibles, de unir ciencia y cultura, de hacer de la educación un espacio de creación, y no solo de transmisión.

Si logramos convertir las fortalezas propias de Medellín en el cimiento para una educación coherente con la ciencia y la tecnología, ellas mismas pueden transformarse en mentalidades clave para el futuro.

Las mentalidades que Medellín necesita fortalecer son cinco, todas nutridas por las tendencias globales y por la imaginación como fuerza transversal: mentalidad lógica y compleja para comprender sistemas, anticipar escenarios y resolver problemas complejos de forma integral; mentalidad emprendedora para transformar creatividad en acción, más allá de startups: en lo cultural, científico y social; mentalidad digital que dé apertura a la IA, ciencia de datos y tecnologías emergentes, pero con criterio ético y humano; mentalidad global para dialogar con el mundo sin perder identidad local impulsando redes, cooperación científica e interculturalidad, y conciencia humanista que nos permita reflexionar con sensibilidad ética y estética sobre lo humano, a fin de reconocer sus múltiples dimensiones y comprometernos con el florecimiento de la vida.

Estas mentalidades trazan el horizonte de Medellín en la nueva era del conocimiento. Pero no germinan por sí solas: requieren un ecosistema educativo que las sostenga y las nutra, un entramado de instituciones, actores y aprendizajes capaz de convertir lo que hoy es posibilidad en una realidad colectiva.

Las piezas del ecosistema

Una infraestructura blanda es el entramado invisible que sostiene un ecosistema educativo: un propósito y reglas compartidas, redes de colaboración, protocolos operativos, y metodologías activas y colectivas. No son los edificios ni los equipos, sino la posibilidad de coordinar voluntades y de sostener la innovación como práctica cotidiana. En Medellín, la verdadera potencia del Distrito de Ciencia, Tecnología e Innovación estará en la claridad del horizonte y en la solidez de esos lazos invisibles que permiten convertir las capacidades en resultados colectivos. De allí se desprenden las piezas esenciales del ecosistema, los elementos que hacen posible organizar lo que ya tenemos y proyectarlo hacia el futuro. Estas son:

Talento diverso y preparado. La base es la formación de las personas. Se trata de cultivar las mentalidades que generarán futuro —lógica y compleja, emprendedora, digital, global y humanista— mediante trayectorias flexibles de aprendizaje a lo largo de la vida, que conecten colegios, universidades y organizaciones. Una propuesta clave sería crear una Cátedra de Futuros abierta como proyecto de ciudad, capaz de dar un lenguaje común y de integrar generaciones. A esto se suma la urgencia de ampliar el acceso de los jóvenes a la educación superior y de emprender un proceso de reskilling colectivo que prepare al talento actual para los cambios que ya están en marcha.

Innovación y liderazgo educativo. Ningún ecosistema prospera sin agentes educativos preparados para guiar el cambio. Espacios donde los maestros se encuentran para crear, aprender y proyectarse como actores centrales de la ciudad que aprende, crea e innova. Convertir MOVA y otros centros de formación docente en nodos del ecosistema distrital —abiertos y centrados en liderazgo e innovación educativa— sería una decisión estratégica de ciudad.

Conexión sistémica entre actores. Medellín ya articula universidad, empresa y Estado. El desafío ahora es dar un salto hacia proyectos colectivos más ambiciosos, capaces de movilizar nuevas realidades en CTeI. Lanzar consorcios de ciudad para grandes retos, donde actores diversos compartan agendas, recursos y resultados, podría ser idea clave.

Espacios físicos para el conocimiento. No basta con centros de innovación. Es necesario trabajar en redes, recoger saberes existentes para no repetir y priorizar los espacios necesarios. Abrir los espacios de universidades e instituciones y crear una red de living labs educativos, espacios híbridos donde converjan cultura, ciencia, arte y tecnología, y donde el aprendizaje y la experimentación sean posibles en cualquier territorio de la ciudad. Ejemplos como el Distrito Futuro en el norte de Medellín o el Distrito Sur —EAFIT, INEM, San José, Politécnico— muestran que ya existen bases para expandir este modelo.

Cultura de innovación y creatividad. Esta debe ser práctica cotidiana y bien común, más allá del número de patentes. Es necesaria una política de innovación abierta a través de laboratorios ciudadanos permanentes, donde cualquier persona pueda proponer y prototipar soluciones locales.

Economía basada en el conocimiento. El verdadero motor de desarrollo de un Distrito de CTeI es la disposición de transformar investigación y creatividad en impacto económico, social, cultural y ambiental. Medellín y Antioquia tienen, por ejemplo, la oportunidad de proyectar un Energy Valley, un polo que no solo aproveche capacidades instaladas, sino que impulse economías sostenibles: energías limpias, ciencia de datos, manufactura avanzada, gestión de la biodiversidad.

Cohesión social, equidad y sostenibilidad. La innovación debe ser incluyente al abrir oportunidades educativas y laborales a quienes han quedado rezagados, garantizar que el conocimiento circule como bien público y asumir la sostenibilidad como principio sistémico. Medellín, con sus retos ambientales y su riqueza en biodiversidad, puede convertirse en un laboratorio privilegiado de educación para la sostenibilidad.

Cada una de estas piezas ya muestra señales en Medellín y en el mundo, y las cifras que las acompañan revelan tanto su potencial como la urgencia de organizarlas en un entramado coherente. Esta infraestructura blanda cobra vida en experiencias que traducen las piezas del ecosistema en prácticas visibles como proyectos tipo capstone —integradores, donde los estudiantes enfrentan problemas reales de empresas, comunidades u organizaciones—. Lo que falta no es capacidad, sino conexión y escala para articular estas iniciativas en un entramado coherente para que cada ciudadano tenga la certeza de que el futuro no es algo que se espera, sino algo que se construye.

El futuro que emerge

Imaginemos a Medellín en 2075, una ciudad donde la educación no es un servicio que se consume, sino un ecosistema vivo que sostiene la innovación y el humanismo. Una ciudad donde las capacidades que ya eran nuestras —la creatividad, la resiliencia, la vocación emprendedora, la fuerza cultural— se transformaron en mentalidades clave: lógica y compleja, emprendedora, digital, global y humanista. Una ciudad que teje cohesión social mientras impulsa una economía del conocimiento sostenible.

En esa visión, el Distrito de Ciencia, Tecnología e Innovación no es una etiqueta: es un entramado de prácticas y valores presente en colegios, universidades, empresas y barrios. Una ciudad que encontró en la educación su infraestructura invisible, la raíz más profunda de su transformación.

Medellín está llamada a reconocerse como una ciudad que aprende, crea e innova. Esa es su contribución a los próximos cincuenta años: hacer de la educación el ecosistema que sostenga su condición de Distrito de Ciencia, Tecnología e Innovación y, al mismo tiempo, abra con confianza los senderos del porvenir. Ese desafío no admite espera.

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