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“Vemos con buenos ojos que el Gobierno quiera invertir en lo social en Urabá”: nuevo arzobispo de Santa Fe de Antioquia

Monseñor Hugo Torres, nuevo arzobispo de Santa Fe de Antioquia, entrega una radiografía completa de Urabá, tierra en la que se arremangó la sotana para trabajar con las comunidades en busca de la paz.

  • El arzobispo estuvo varios años en la región de Urabá y habla de la pujanza, la pobreza de su gente y el mal que siembran los grupos armados. FOTO cortesía
    El arzobispo estuvo varios años en la región de Urabá y habla de la pujanza, la pobreza de su gente y el mal que siembran los grupos armados. FOTO cortesía
26 de marzo de 2023
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Por: Gerard Martin

Por orden del Papa Francisco, monseñor Hugo Alberto Torres Marín se posesionó esta semana como arzobispo de Santa Fe de Antioquia. Llega a su nueva misión tras dejar huella en Urabá, como obispo de la diócesis de Apartadó, donde llevó su misión apostólica a la defensa de la población, con pronunciamientos valientes en medio del paro armado del Clan del Golfo.

En diálogo con EL COLOMBIANO, monseñor entrega una visión completa sobre el conflicto, la búsqueda de paz y las diferentes problemáticas que atraviesan una región rica pero desigual como Urabá.

Monseñor, usted nació en Briceño, sirvió en Urabá, y se instalará como Arzobispo en Santa Fe de Antioquia. ¿Es Antioquia su tierra predilecta para servir?

“Soy antioqueño de pura cepa, nacido en sus montañas. Crecí en Briceño, que colinda con la montaña del Norte, con las planicies del Bajo Cauca, y de manera indirecta con Urabá, que realmente solo conocí como obispo, viajando por toda ella. Ahora voy para Santa Fe de Antioquia, un territorio por el cual he pasado muchas veces. Me va a exigir apoyar y trabajar en conjunto con las diócesis de Istmina, Quibdó, Apartado, Antioquia y la de Santa Rosa, que conozco también muy bien, porque en sus parroquias hacíamos las visitas y trabajos pastorales”.

¿Cuál ha sido su filosofía para realizar su trabajo diocesano en Urabá?

“Mi lema es un texto de los Hebreos 5,1 que refiriéndose a Jesús dice que ‘el sacerdote es un hombre tomado de entre los hombres para servir a los hombres’. Sirviendo en lo que más puedo he hecho mi proyecto de vida. Para lograrlo, me dedico a ponerme en sintonía con las personas, instituciones, territorios y comunidades, apoyando en lo que exige cada situación”.

El Acuerdo de Paz priorizó a Urabá para la implementación, junto con otras 15 regiones más. ¿Qué radiografía hace usted de la paz y del conflicto en Urabá en comparación con las otras regiones?

“En Urabá la implementación de los acuerdos de paz ha sido muy benéfica, porque la desaparición de una guerrilla tan temida ha traído tranquilidad y desarrollo. Todavía hay una presencia negativa de las AGC, que son los dueños del territorio, pero como no tienen con quien pelear, no sufrimos muchos enfrentamientos. Esa presencia genera miedo, y el miedo hace que los campesinos y los empresarios paguen vacunas, y esto hace que la paz todavía no sea una realidad. El actual gobierno ha comenzado con acercamientos para que estas estructuras ilegales se comprometan con la Paz Total, y en Urabá hay buena voluntad, pero el proceso es lento. El Bajo Cauca, Medio Atrato y Pacífico Medio viven una situación mucho menos favorable, porque allá hay múltiples actores armados enfrentados”.

¿Las entidades públicas están asumiendo su responsabilidad?

“En toda la región, incluso en el eje bananero, hay mucho vacío institucional en términos de servicios, vías y caminos. Las veredas de Apartadó y otros municipios del eje están mejor que los del Chocó, pero aquí la presencia estatal tampoco es la panacea ni tiene la última palabra. En el Chocó, ese abandono es casi total y aunque hay recursos, muchas veces no llegan. Quiero sacar la cara por el Carmen del Darién. Es uno de los municipios más nuevos (desde 2000) y más pobres, pero su alcaldía se mueve, cuando otros como Unguía, Acandi y Riosucio dejan mucho que decir”.

¿Qué tan cierto es que los actores de las economías ilegales logran cooptar las autoridades locales?

“El narcotráfico es una estructura muy dañina para toda la economía regional. Aquí siempre hay quien ponga la plata para producir, transportar, exportar y ampliar el negocio, aunque se escucha que los grandes promotores no están en la región, sino que los dineros son traídos. Genera además una economía local “falsa”. Aquí uno ve aparecer de la noche a la mañana unos grandes emporios, unas construcciones enormes, y uno se pregunta de dónde viene ese plantón. A la vez, hay momentos que la coca deja de venderse o los pagos se atrasan, y que toda la economía local sufre, porque aquí hay poco empleo, y mucha economía depende de lo ilegal. Así lo escucho de muchas personas que me comentan: ‘Estamos sin plata porque no han podido sacar la droga’ o ‘no pudo entrar el billete’. Entonces queda el interrogante si como región estamos progresando o yendo para atrás”.

¿Por qué usted y obispos del Chocó y del Pacífico se unieron para laborar juntos en bien de la paz?

“Descubrimos que hay ciertas realidades complejas en todo el territorio, más en el Chocó que aquí en Urabá. Entonces nos unimos los de Quibdó, Istmina y Apartadó para hacer veedurías territoriales con la ayuda de entidades nacionales e internacionales para constatar la presencia y el manejo de la ilegalidad y su impacto nefasto en las comunidades afro e indígenas. Evidenciamos una tolerancia muy grande de la institucionalidad hacia la presencia de fuerzas ilegales, generándose una especie de estado paralelo. Hemos venidos denunciando esta situación, pero con muy mala recepción por parte de los gobiernos. Estamos convencidos de que la verdad se va imponiendo por sí sola”.

¿Por parte de cuáles gobiernos en concreto?

“Eso ha sido un hecho histórico, porque el estado actual del Chocó es la consecuencia de muchas décadas de malas gobernanzas. Vemos con buenos ojos que el actual gobierno quiera invertirle en lo social y ya ha hecho varios aportes y algunas invitaciones para que se formulen proyectos de los cuales nosotros podamos ser vigilantes.

Pero falta mucho, y sigue habiendo zonas con comunidades afectadas y pueblos encerrados producto de la ilegalidad y las confrontaciones. En el Bajo Cauca hay otro tema enorme que es la minería ilegal. Nadie dice saber por dónde entran las grandes maquinarias, cómo se posesionan y quién las patrocina. Además, cuando el Estado aprieta un poquito, los ilegales obligan a la gente a hacer desorden. Entonces, como obispos, nos parece que tenemos que mediar para evitar que se nos alborote el ambiente por completo”.

La diócesis también ha hecho mucha presencia en Necoclí ante la crisis migratoria. ¿En concreto, como han intentado ayudar allá?

“Ante todo, ayudamos a que el fenómeno no se quedara escondido y saliera a la luz pública. Hace un par de años, cuando cerraron la frontera, se generó una confluencia muy grande de inmigrantes cubanos en Turbo y Necoclí, y logramos que fueran atendidos por la institucionalidad y que regularan el paso en las embarcaciones.

Las entidades y la sociedad tomaron conciencia y por un tiempo hubo una mejora, hasta que aparecieron los que hoy sacan los migrantes hacia el Darién. Cobran la manilla, duplicando el precio de la travesía, pero nadie hace nada para poner fin a ese tráfico criminal de personas. Igual sucede en el Terminal de Transporte de Medellín, donde hay doble taquilla para los migrantes. Al decir todas estas cosas al aire, se busca que ojala haya medidas. Con la parroquia de Necoclí, las hermanas y distintas organizaciones, atendemos a los migrantes más necesitados y rezagados en lo humanitario, con medicinas, ropas y alimentos. La gran mayoría llegan con su plata y tienen muy clara la ruta y no se demoran en Urabá, pero ayudamos a los que quedan rezagados. Además, entre ACNUR y Pastoral Social se ha creado el Punto de Atención y Orientación a los Inmigrantes (PAO), que ofrece atención psicosocial, jurídica y construye estadísticas de cuánta gente sale y en qué condiciones”.

El año pasado, los AGC declararon un paro armado en Urabá. Los alcaldes no se pronunciaron pero usted saco un comunicado público rechazando la imposición armada. ¿Por qué lo hizo?

“Sucede que estábamos en Necoclí y nos vinimos sin saber del tema. En el camino nos interrumpieron el paso y tuvimos que dejar los carros y seguir a pie. Alguien nos recogió, pero tuvimos que enfrentarnos a los que estaban vigilando. Esa noche hice de manera prudente una primera denuncia interrogando el silencio y la inacción de las autoridades. Ante semejante indiferencia uno se pregunta: ¿quién esta sometida acá? ¿La población o las autoridades?

Me contactaron algunos comerciantes, empresarios, e instituciones para que nos pronunciáramos mediante un plantón, también en conjunto con los alcaldes, para no poner en riesgo a nadie. Me puse entonces a conversar con algunos alcaldes, pero ninguno de ellos avaló, tenían sus motivos para negarse. Entonces nosotros, la sociedad civil, porque no tenemos deudas con ninguno, nos pronunciamos.

Saqué un comunicado grabado a nombre de toda la comunidad, pidiendo a las AGC que reconocieran el grave daño que estaban haciendo, atropellando a la comunidad, quitándole la libre movilidad, y que un acto de buena voluntad sería terminar el paro. No sabemos cuál fue el efecto pero el día siguiente, que era el día la Madre, supimos que ya no iba a haber paro armado ese lunes”.

¿Las grandes obras de infraestructura generan nuevas perspectivas para Urabá?

“Es una gran bendición lo que está pasando con el desarrollo de las vías, el túnel, los puertos y la vivienda. Ya están generando una diversificación productiva con el aguacate, la palma de aceite y otros productos para la cadena alimenticia y la exportación.

Todavía hay mucho potencial por desarrollar en temas como el cuidado del bosque, lo ambiental y lo turístico, que son temas con mucho futuro. En paralelo, la región va a seguir creciendo en habitantes y es urgente que los gobiernos municipales y otras entidades piensen en cómo ampliar sus servicios públicos a toda esa población nueva también, cuando hoy hasta el agua escasea. Lo que me hace pensar: ¿será que habrá más exportación, pero que nos mantendremos con la misma miseria o aun peor? Somos muy informales en lo laboral, lo jurídico y lo comercial, y si eso no se arregla, no creo que estemos preparados para un desarrollo económico comercial tan grande como se vislumbra.

Desarrollos económicos y comerciales que no tienen una consonancia con mejorar las condiciones educativas, psicosociales y de servicios básicos para la gente son destinados a traernos el tipo de catástrofes que vemos por ejemplo en Buenaventura”.

¿No es una paradoja que en una región privilegiada por su ubicación, su economía agroindustrial y su priorización como región PDET, siga habiendo tanta miseria?

“Aquí la gente vive en condiciones paupérrimas. La gran mayoría, a fuerza de bien, tiene un rancho, porque una casa no es. Es una bomba de tiempo, que si no mejoramos, la gente busca las vías de hecho para llamar la atención. Un tema grave entre muchos es que no se está invirtiendo suficiente en los jóvenes. Hay que empezar a subsanar esas necesidades porque si no, se van a ir en contra de la institucionalidad y camino a la ilegalidad. Urabá puede terminar siendo el mejor vividero de Colombia, pero también ser una bomba de tiempo que se nos sale de las manos”.

¿Cómo organizarse entre todos para que esto no sucede?

“Debe haber un juego entre lo público y lo privado para definir prioridades regionales macro, catalizar su implementación y acompañarlos. En Urabá ya hay unas propuestas en común interesantes, como las del Comité Universidad Empresa Estado y Sociedad (CUEES), que está formando conciencia territorial y acuerdos para el desarrollo integral.

Se debe consolidar aún más para no solo ejecutar proyectos entre varios, sino para acordar y apuntar entre todos a unas prioridades y soluciones a largo plazo, con base en un estudio muy riguroso de las necesidades macro del territorio. La red de acciones comunales también podría jugar un papel muy grande para implementar iniciativas de desarrollo rural de la mano de otras entidades, pero debe ir acompañado de veedurías, para que no se mueran solas”.

¿En esto no debería haber también un compromiso de responsabilidad política?

“En lo político necesitamos tener menos egoísmos y menos protagonismos particulares. En Urabá todo el mundo quiere ser alcalde y hasta repetir, pero no tenemos nadie en el Congreso y solo un diputado. Cómo van a llegar los recursos a Urabá si en el Congreso no hay nadie a quien le duele esta región? Nos engatusan con cualquier candidato al Congreso que no es de esta región, y nos quedamos esperando que nos solucione los problemas. En este punto falta madurez”.

Sube en bicicleta al corregimiento de San José de Apartado, que fue por décadas un epicentro del conflicto armado. ¿Es puro deporte o también algo simbólico? ¿Y qué dice la gente cuando le ven en bici?

“Subo a las cinco de la mañana, cuando la gente no se ha levantado, y cuando tomo el tinto en la cafetería allá, nadie se da cuenta que soy el obispo, tal vez porque voy en traje deportivo y con casco, pero San José ha sido una de las comunidades que quise visitar más frecuentemente.

Muchos domingos he ido a la misa para ayudar a quitar el estigma a esa comunidad. He visitado casi todas sus veredas y con Pastoral Social hemos encaminado muchos proyectos hacia esa zona y tenemos un seminarista ahí acompañando las comunidades.

Cuando subo en bicicleta a San José, para mí tiene la triple connotación del deporte, de llamar la atención de que la vía necesita ser mejorada, y de que ya hay paz allá. He soñado con que mucha gente pueda ir en bicicleta o en carro a tomarse un buen chocolate allá, que haya una plaza donde la gente vende sus productos a los que visitan, y que sea una zona de ida y vuelta sin ningún miedo.”.

¿Se inscribe en lo que se llama la Iglesia en Salida?

“La Iglesia en Salida, en el sentido de estar en salida misionera, es una muy buena identificación del ministerio. El Papa lo dice mucho: no espere a que la gente llegue sino vaya a acompañarlos en su territorio y conozca sus necesidades, incluso más allá de su credo religioso, para entrar en comunión con todos. No creo que haya una parroquia o corregimiento que no haya visitado. No es la presencia únicamente, porque un territorio visitado, generalmente genera una ayuda específica, muchas veces vía Pastoral Social”.

¿Cómo va la Iglesia Católica en la región? ¿Hay una nueva generación que siga el camino?

“Hemos crecido en sacerdotes. Yo recibí unos 60 y ahora tenemos 72. Algunos son ordenados recientemente, otros han venido prestados de otras diócesis o de comunidades religiosas. Tenemos siete comunidades religiosas y un grupo de 14 seminaristas, la mayoría ad portas de la ordenación. Todavía nos falta mucho, pero vemos que los laicos han venido creciendo en su compromiso y hay un mayor nivel de participación de la comunidad en las actividades de las parroquias”.

¿Cómo van las otras iglesias en la región?

“Hay una desproporción muy grande entre la presencia de la iglesia católica y la de carácter cristiano evangélico. Donde hay un templo católico, hay 20 de los otros. La razón es muy simple: en las otras iglesias, cualquiera puede hacerse pastor sin mucha preparación. Basta que tenga buena lengua y aprenda unos cuantos versículos. Además, los pastores se quedan viviendo en la comunidad, cuando nosotros somos muy poquitos y el territorio es enorme, muchas comunidades se visitan apenas una o dos veces al año. Cuando visitamos, la gente es católica, porque la presencia atrae, pero el resto del tiempo, la gente se dice: ‘Pues, si no hay más, voy a lo que hay’. De todos modos, mantenemos relaciones normales de parte nuestra hacia las iglesias evangélicas tradicionales. Con otras no, porque para ellos somos enemigos, impostores y los que hemos mentido toda la vida”.

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