Mateo* tiene 7 años y está en segundo grado. Le gusta la piscina, ver películas, pintar dibujos, ir a la biblioteca, salir a paseos. “Eso es lo que me gusta, prefiero eso que estar con mi mamá acompañándola”. En esa simple frase, con toda la claridad posible, Mateo recuerda que él y sus dos hermanos, de 10 y 14 años, debían pasar muchas horas del día en la calle con su madre, vendiendo dulces o agua o mecato. Que nada les enseñaban, que se quedaban sentados, que se aburrían, dice el niño.
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La realidad es que vivían al sol o al frío, mirando pasar carros uno tras otro en las vías, contando las horas ruidosas lejos del juego o los libros. La madre de Mateo explica que desde que llegaron a Medellín desde Venezuela, ella y su esposo trabajan todo el día para pagar la pieza y comprar la comida del diario para los cinco.
No había forma de dejar a los niños solos en el hotel del centro donde viven ni tenían quién los cuidara. Entonces, ella cargó con los tres casi un año entero que duraron sin conseguir un cupo en un colegio y, después, cuando lo consiguieron, le recomendaron la fundación Poder Joven donde cuidarían a sus hijos en la jornada contraria a la escolar.
La fundación desarrolla un proyecto en convenio con la Unidad de Niñez de la Secretaría de Inclusión Social y Familia de Medellín, con el que acogen a niños, niñas y adolescentes en riesgo de trabajo infantil o que acompañan a sus padres en el trabajo ambulante. Es allí donde Mateo y sus hermanos tienen ayuda para hacer las tareas, pueden jugar, ir a cine, visitar bibliotecas y museos, ser cuidados el tiempo que no van al colegio, mantenerse lejos de los peligros de las calles.
“Es una ayuda muy grande, porque tengo la facilidad de trabajar tranquila, de no cargarlos por ahí bajo el sol, de no arriesgarlos, porque sé que allá los cuidan, les enseñan y hacen muchas actividades”. La madre lo dice tan convencida que no deja de llevarlos ni un día apenas salen del colegio.
Las cifras del trabajo infantil en Medellín
Sus tres hijos forman parte de los 236 menores de edad atendidos por la Unidad de Niñez entre enero de 2024 y el 30 de abril de este año para protegerlos del trabajo infantil. De ellos, 133 son hombres y 103, mujeres; 132 son colombianos, 101 venezolanos, 2 ecuatorianos y en uno no se tuvo el dato. Asimismo, 55 corresponden a primera infancia (de 0 a 5 años), 104 a infancia (de 6 a 11 años) y 73 a adolescencia (de 12 a 17 años), mientras que en 4 casos no se registró la edad.
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Pero más allá de los casos atendidos por la Unidad, la realidad tiene cifras más elevadas, según las mediciones del Dane, si bien, en Medellín se calcula una reducción de 0,76 puntos porcentuales en la tasa de trabajo infantil entre 2023 y 2024. Esto se traduce en 1.560 niñas, niños y adolescentes entre 12 y 17 años que salieron de esta situación, de los cuales 1.396 fueron en zonas urbanas y 164 de zonas rurales. Para 2023, la tasa estimada en la ciudad fue del 2,38%, es decir, 4.818 menores de edad, mientras que en 2024 la tasa fue de 1,62 %, unos 3.258.
Desde la secretaría recordaron que, según las mediciones del Dane, se considera que un menor de edad entre los 12 y los 17 años está en esta condición si una semana antes de aplicada la Gran Encuesta Integrada de Hogares se encontraba realizando alguna actividad laboral, remunerada o no, que requiera una dedicación significativa de tiempo: “Esto abarca trabajo por cuenta propia, empleo formal o informal por cuenta ajena, labores en negocios familiares sin remuneración y trabajos ocasionales o estacionales”.
En la mayoría de comunas se dio una tendencia a la disminución en la tasa de trabajo infantil, algunas con porcentajes elevados y otras con mínimos. No obstante, hubo aumentos en la 2, Santa Cruz (96 casos más); la 7, Robledo (20); y el corregimiento San Cristóbal (1), pero el incremento más grande, en 284 casos, fue en la comuna 9, Buenos Aires.
Lo cierto es que en toda la ciudad persisten las historias de niños, niñas y adolescentes que están en situaciones de trabajo infantil, lo que pone en riesgo la garantía de sus derechos, porque los aparta de espacios seguros, pone en peligro su integridad física; los aleja de la escuela; les quita la posibilidad de jugar y recrearse; los hace más vulnerables a la explotación sexual comercial, la vida en la calle, el consumo de sustancias psicoactivas, el reclutamiento por parte de estructuras criminales o la mendicidad. Cada caso es distinto, pero el trabajo infantil les quita la posibilidad de ver múltiples caminos para soñar con construir un proyecto de vida. Y eso lleva a que se perpetúen los ciclos de pobreza y desigualdad social.
Paula Agudelo, trabajadora social de la fundación Poder Joven, explica que justamente uno de los objetivos es evitar que los menores de edad caigan en esos peligros o protegerlos cuando sus derechos son vulnerados. Y un factor alto de riesgo es el simple hecho de acompañar a los padres en el trabajo ambulante, porque se olvidan de ser niños, de compartir con personas de su edad, de jugar; están expuestos a que los atropellen o a que un desconocido se los lleve en un descuido; crecen sin una meta para su proyecto de vida, porque vieron que hay que trabajar o ejercer la mendicidad para conseguir plata.
Esta no es una situación solo de Medellín o Colombia. Según datos de Naciones Unidas, casi 160 millones de niños, niñas y adolescentes en el mundo trabajan, lo que representa 1 de cada 10 de ellos. Las cifras actualizadas serán presentadas mañana 12 de junio, Día Mundial contra el Trabajo Infantil, por la Unicef y la Organización Internacional del Trabajo (OIT), entidades que instarán a los estados a la plena ratificación del Convenio 138 sobre la edad mínima de admisión al empleo y la aplicación del Convenio 182 de la OIT sobre las peores formas de trabajo infantil.
Las peores formas de trabajo infantil son actividades que esclavizan al niño y lo separan de su familia, lo alejan por completo del estudio, lo exponen a graves peligros y enfermedades o lo someten al abandono en las calles de las grandes ciudades. Entre ellas están la servidumbre, el trabajo forzoso u obligatorio, el reclutamiento por grupos armados, la explotación sexual comercial y el trabajo que, por su naturaleza o por las condiciones en que se hace, dañe la salud, la seguridad o la moralidad de los niños.
Es por eso que el proyecto en el que está Mateo, que también previene que los niños y niñas se queden solos en casa, ofrece atención integral con actividades pedagógicas y recreativas; acompañamiento psicosocial, incluso a los padres; visitas a distintas partes de la ciudad gracias a la articulación con entidades como el Inder, la Biblioteca EPM o el Museo del Agua; gestión de cupos en colegios a los que no están estudiando y una afiliación en salud a los que no tienen EPS, entre otras.
Mateo no cambiaría la fundación por nada, mucho menos por volver a estar tantas horas en las calles, reitera pocos minutos antes de entrar a un auditorio a ver una película. Su mamá señala que también le han ayudado a tener mejores pautas para criar a sus hijos con el programa Tejiendo Hogares y que solo los sacaría del proyecto si se le cumple el sueño de conseguir un trabajo estable, una oportunidad que le permita regresar a Venezuela con toda su familia junta y conseguir una casita propia.
*Nombre cambiado
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