La puerta de un guacal se abrió en medio de una planicie nevada llena de árboles y un hocico negro se arsomó mientras un grupo de veterinarios y técnicos contenían la respiración. Unos segundos después Ámarok, el lobo, emergió y por primera vez en sus tres años de vida vio la nieve.
Y es que aunque los lobos de la especie Canis lupus han poblado Norteamérica desde hace cientos de años, Ámarok creció lejos, en las montañas tropicales de Colombia.
Aún no se sabe cómo, el lobo entró al país en una operación de tráfico ilegal de fauna. Los veterinarios creen que lo hicieron pasar como perro siberiano: no es muy difícil y el ojo no entrenado puede confundirlos cuando son cachorros.
Nadie supo de él hasta enero de 2016, cuando un campesino llamó a Corantioquia para avisar que el supuesto perro de su vecino era muy extraño, más agresivo que otros canes y sospechaba que podía ser un zorro.
Los expertos de esa corporación visitaron la finca, en una montaña del municipio de La Estrella a menos de media hora de Medellín, y se encontraron con el animal negro, flaco, con pelo opaco y marcas de cadena en el cuello. Sabían que no era un perro pero la posibilidad de que fuera un lobo les parecía remota: “¿Un animal de nieve en medio de este trópico?”
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Fue decomisado y en los primeros días de febrero el animal llegó al zoológico Santa Fe, entonces toda la ciudad se enteró de su existencia. Semanas más tarde, una prueba de laboratorio enviada a Estados Unidos confirmó que la mayoría de sus genes eran de lobo, aunque había algunos de perros. La conclusión de los expertos fue que Ámarok es un lobo híbrido, producto del cruce de un lobo puro con una hembra híbrida.
Los veterinarios que recibieron a Ámarok dijeron que llegó pesando 25 kilos cuando debería estar por lo menos en 30, y que su comportamiento ante la presencia de humanos daba a entender que hubo un intento fallido de domesticación. “Tiene marcas de un collar en el cuello y se calma cuando interactúa con humanos, pero es muy nervioso”, dijo en ese momento el veterinario Jhonatan Álvarez.
Iván Gil, director del zoológico, descubrió meses después que los traumas del animal sugerían que hubo maltrato: “cuando ve personas con botas de caucho o guantes de carnaza reacciona huyendo”, dijo.
Los expertos diseñaron una dieta a la medida, con tres kilos de carne de res para el desayuno y un concentrado diseñado para lobos en cautiverio de cena, para recuperar al lobo que, ocho meses después, pudo ser visto por los visitantes del zoológico.
Pero todos sabían que no podía quedarse. En Medellín no tenía posibilidades de reproducirse y el calor de la ciudad era muy diferente del ambiente al que pertenecía. Entonces comenzó la búsqueda de opciones.
Iván Gil contó que el proceso fue difícil: no hay muchos lugares que se especialicen en lobos y los pocos disponibles exigían que el zoológico -una entidad autosostenible- corriera con los gastos de alimentación durante la vida del lobo.
Cuando casi perdían la esperanza, apareció el Colorado Wolf and Wildlife Center, el santuario ubicado en Denver, Colorado, en Estados Unidos, en el que además había una hembra de edad y condiciones similares para Ámarok.
Corantioquia y el zoológico los contactaron, ellos visitaron la ciudad, y el pasado martes 25 de abril el sueño se hizo realidad: el lobo viajó ligeramente sedado en un vuelo de carga durante 10 horas.
En su primer día de libertad, el pasado jueves, Ámarok vio a la hembra que lo esperaba, era la primera vez que estaba frente a otro animal de su especie. Jugó con la nieve, aulló y corrió por el santuario. Volvió a casa.
Corantioquia nunca dio más detalles sobre cómo llegó el lobo a Colombia o quién lo tenía, alegando seguridad de los informantes y reserva del caso. Pero sí confirmó que este era un caso más de tráfico de fauna, el cuarto negocio ilegal más rentable del mundo, superado solo por narcotráfico, trata de personas, falsificaciones y tráfico de armas.
Por fortuna, y como pocas veces pasa, esta vez la historia tuvo un final feliz.