El viernes un ciudadano italiano, Antonio Roseto Degli Abruzzi, de 56 años, perdió la vida tras ser atacado por dos tiburones tigre (Galeocerdo cuvier), cerca de la Piscinita, un sector poco frecuentado por turistas en la isla de San Andrés. Las cifras le jugaron una mala pasada a Degli Abruzzi: el número de muertes ocasionadas por los tiburones es ínfimo a nivel mundial –un promedio anual de entre diez a trece casos–, muy por debajo de las víctimas mortales de los mosquitos (750.000), de las serpientes (50.000) y los perros (25.000), según datos publicados por Statista, un portal alemán dedicado a la estadística.
Degli Abruzzi llegó sin signos vitales al centro hospitalario Hospital Clarence Lynd Newball. En un comunicado emitido por Coralina, la autoridad ambiental de la isla, se afirma que el extranjero nadaba sin equipo en una zona protegida, es decir, no debía estar allí.
Tras ser conocida la noticia del fallecimiento del turista, un grupo de personas se armó con arpones y equipo de buceo para dar caza al animal. En Twitter circulan videos del momento en el que los tripulantes de un barco de la Armada Nacional les recuerdan a los bañistas que la ley colombiana prohíbe matar tiburones. En efecto, desde 2020 están prohibidas en el país las pescas artesanal e industrial de esta especie. Hasta el momento las autoridades no se explican las razones por las cuales estos tiburones –de hábitos nocturnos de caza– merodeaban la zona del accidente.
No como en las películas
La fecha la recuerdan por igual los biólogos y los cinéfilos: 20 de junio de 1975. Con la experiencia de dos largometrajes encima, Steven Spielberg –entonces con 27 años– estrenó el filme que catapultaría su carrera y, a la par, cambiaría radicalmente la imagen de una especie animal: Tiburón.
La película fue el primer gran blockbuster de la industria de Hollywood y consolidó –quizá para siempre– la imagen del tiburón como la de un depredador sediento de sangre que ataca a mansalva a inocentes bañistas que solo quieren un poco de sol. Desde ese momento el público no ha tenido una buena opinión del animal, pero no es acertado, así no son ellos.
Las pocas veces que ocurren los ataques se trata de un error: los tiburones confunden a los nadadores con sus presas, mamíferos acuáticos. “El hombre no hace parte de la alimentación de ninguno de los tiburones y por ende los ataques consisten en un solo mordisco: la persona termina desangrada. Repito: los humanos no hacemos parte de su alimentación”, afirma la fundadora y directora ejecutiva de la Fundación Malpelo, Sandra Bessudo.
Al referirse al caso del bañista italiano, Bessudo comenta: “El tiburón tigre, que se alimenta de un poquito de todo –aves, mamíferos, tortugas–, seguramente sintió al bañista chapaleando en superficie y lo vio como una presa fácil”.
Eventos fortuitos como el del viernes refrendan una mirada equivocada sobre una especie animal. “Estos ataques estigmatizan a los tiburones. Todo el mundo los ve como especies peligrosas. Sin embargo, hay que recordar que también el pinchazo de una abeja o la mordida de un perro pueden ser fatales”, dice Bessudo. Vistas las cosas desde una perspectiva distinta a la de Hollywood, los humanos son más peligrosos para los tiburones –y para toda la fauna y flora marina– que estos para nosotros.