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Piense en que tiene un emprendimiento levantado con sus ahorros, pero opera con una planta inestable de trabajadores y las deudas para mantenerlo son tantas que llega a deber más de 30 millones de pesos y está reportado ante centrales de riesgo. Ello, como consecuencia de la informalidad.
Ahora bien, imagine que pese a todos estos golpes decide sobreponerse y formalizar su negocio, aun cuando debe registrarse ante una Cámara de Comercio, empezar a declarar IVA o pagar un contador.
Esa es la situación por la que pasan varios de los microempresarios que hoy representan el 93 % del tejido empresarial de Colombia, que generaban 14,5 millones de empleos antes de la pandemia, según la Asociación Colombiana de las Micro, Pequeñas y Medianas Empresas (Acopi) y el Centro de Estudios para la Empresa Micro (CEM).
Según el decreto 957 de 2019 se trata de firmas cuyos ingresos operacionales anuales no superan los 839 millones de pesos este año, medidos en 23.563 Unidades de Valor Tributario (UVT), en el sector manufacturero; 32.988 UVT en el de servicios (1.174 millones de pesos); y 44.769 UVT en comercio (1.594 millones de pesos). Este año, cabe recordar, el valor de la UVT se definió en 35.607 pesos.
Una de esas compañías es la de Sandra Torres Arboleda, gerente de Creaciones Tutty’s Baby, quien ahora ve los frutos de la formalidad, aunque no siempre fue fácil.
Esta antioqueña de 36 años, quien es auxiliar contable egresada del Cesde, cuenta con estudios de diseño de modas y decidió un día en 2008 dejar su trabajo como supervisora del centro de lavado de Texaco (Envigado), para convertirse en independiente con sus ahorros y liquidación.
Su idea de negocio fue una pañalera ubicada en este municipio del Aburrá Sur que se expandió tanto, al punto que llegó a tener tres locales. “Una época muy buena” tras la cual los “malos manejos y una fuerte competencia” la obligaron a cerrar en 2010.
Esa situación la llevó a explorar alternativas. “Ya no quería que los clientes me buscaran a mí, sino buscarlos a ellos”, asegura. La decisión fue empezar a confeccionar y trabajar con los distribuidores mayoristas de ‘El Hueco’ quienes ese mismo año le empezaron a comprar su línea de ropa de vestir y accesorios para bebé.
Sobre ese proceso cuenta que debió hipotecar la casa de sus padres para invertir e incluso vender el inmueble barato para pagar deudas y empezar desde cero, aunque todavía con muchas obligaciones: “Llegué a deber 36 millones de pesos”.
Así nacía Tutty’s en el municipio de Itagüí en 2010, aunque solo se formalizó hasta 2017, por lo que en esos primeros siete años hubo varias situaciones adversas. “Pensaba que siendo viva y evadiendo obligaciones iba a tener más utilidades”, anota Sandra.
Lo que dice Fabio Andrés Montoya, director de Interactuar, es que los cambios que a menudo ocurren en la regulación de empresas llevan a que haya “mucho desconocimiento”, e igualmente los costos de empezar a cumplir con obligaciones legales pueden alejar a los empresarios de la formalidad. Pero invita a algo: “no ‘demonicemos’ esa informalidad, pese a que alguien ejerza sus labores así, no es un criminal; trabaja con medios honestos”.
Teniendo este contexto como referente y siguiendo con la protagonista de esta historia, lo que dice Sandra es que más allá de ganancias empezó a notar problemas que no le permitían crecer a la empresa, cuyo nombre (Tutty’s) viene de la primera palabra que dijo una de sus dos hijas.
“Contrataba a personas informales que trabajaban un día y al otro no, entonces se paraba la producción. Lo que me ahorraba al no pagar seguridad social de los empleados, se iba en abogados para atender demandas que algunos de ellos imponían. Iba un paso atrás, los bancos no me prestaban y me daba miedo que me hablaran de pagar IVA o declarar renta”.
Y es que según Rosmery Quintero, presidenta de Acopi, un problema que aqueja al tejido empresarial es la informalidad, que en el caso de los micronegocios, por ejemplo, alcanza el 80 %, y aunque estos juegan un papel social significativo, son una “debilidad” como país al ser tan alta su incidencia.
Lo que cuenta Sandra es que, cansada de esas situaciones, empezó a hacer acuerdos de pago con los bancos a los que les seguía debiendo y se puso al día en el 2017. Cuando se reactivó su vida crediticia quiso acceder a una ayuda de Interactuar, donde le solicitaron Cámara de Comercio y RUT, entre otros documentos –que no tenía– y allí empezó a ver la necesidad de formalizarse.
Decidió registrarse en Cámara de Comercio y desatrasar una contabilidad que nunca tuvo para mostrarle a los bancos de dónde venía la plata, brindarle a los empleados las prestaciones sociales y rebajarles un poco el sueldo para poder hacerlo, algo que no le gustó a algunos y se marcharon.
Así, pasó a ser una de las microempresas legalmente constituidas en Antioquia —según los datos de la Cámara de Comercio de Medellín (con jurisdicción en 69 municipios) entre enero y octubre de este año se constituyeron 18.955 sociedades, de las cuales 18.758 son micro—.
La empresaria dice que ser formal le ha hecho ver muchas ventajas como tener un apoyo de los bancos y no tener que acceder a terceros que prestan a 5 % o 10 %; que las demandas de los trabajadores son cosa del pasado y ahora en cambio hay un personal comprometido, y sobre todo, que se trabaja con “tranquilidad” (ver Claves).
Hoy, Tutty’s sigue adelante con márgenes de utilidad de hasta el 30 % al mes durante las buenas épocas, mejor que en la etapa de informalidad en la que esas ganancias eran tan solo de un 12 % o 15 %.
Con este paso, Sandra dice que logró comprar su casa y algo todavía más valioso: emplear a madres cabezas de familia y trabajadores de origen venezolano para su planta en la que por el momento tiene a 9 personas laborando.
Sobre qué fue lo más desafiante a la hora de formalizarse, Sandra menciona los procesos y costos para hacerlo, algo similar a lo que planteó Montoya, de Interactuar.
Para Mauricio Santamaría, presidente de la Asociación Nacional de Instituciones Financieras (Anif), disminuir las obligaciones de formalización es uno de los pendientes del país, porque los costos no salariales que recaen sobre las empresas terminan afectando su capacidad de generar empleo y alcanzan el 48,5 % del valor de la nómina.
Por su parte, Sandra Forero, presidenta del Consejo Gremial Nacional, asegura que otra tarea es vincular, no solo a las micro, sino también a las pequeñas y medianas empresas del país para la reactivación, por la capacidad misma que tienen de brindar empleo y ser resilientes.
De su lado, Montoya, de Interactuar, dijo que una lección de este año para la microempresa es incursionar en el mundo digital para optimizar sus operaciones, y añade que en un estudio de la corporación que dirige se halló que a agosto “casi el 60 %” estaba incorporando tecnología de cara a sus procesos comerciales (ver Paréntesis).
Para él, el microempresario es “una persona que quiere empoderar su vida, generar bienestar en su entorno, tiene presente que no todo es color de rosas y sale adelante enfrentando las vicisitudes”.
En mis bolsillos hay una grabadora y unos audífonos; en mi mente, amor por el periodismo.