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Como no suelen desaparecer, a la basura se le debe buscar un destino, lejos de nuestros horizontes, en el que la podamos esconder.
Por Andrés Restrepo Gil - restrepoandres20@hotmail.com
Aisladamente, su peso es insignificante. Reunida, su peso se calcula en toneladas. Estas toneladas están constituidas por todo tipo de materiales, de objetos y de residuos que las personas consideramos ya no necesitar y para quienes tales residuos, tales objetos y tales materiales ya no nos resultan útiles. Este conjunto de cosas que consideramos que ya no sirven, que ya han cumplido su función, que ya han sido suficientemente utilizadas alcanza cifras astronómicas. La producción permanente y en masa de basuras hace difícil, por no decir qué imposible, dimensionar con nuestra imaginación la ingente cantidad de basura y desperdicios que, conjuntamente, provocamos: una ciudad como Cali produce 1900 toneladas de basura por día. De Medellín salen 2300 toneladas diarias. En Bogotá son más de 9000 toneladas de basura diariamente y, en colectivo, los colombianos producimos un estimado de 30 000 toneladas cada día.
Con cifras calculadas en toneladas, es una proeza heroica hacer desaparecer tales cantidades de basura, constantemente y de forma ininterrumpida. En apariencia, el proceso es relativamente sencillo: las personas sacamos la basura cierto día, a determinada hora y, pasado un tiempo prudente, la basura ya no está. Desaparece. Sin embargo, hay detrás de este desvanecimiento mágico una obra mayúscula, que involucra miles de personas y cientos de carros, cuya función es recoger y transportar desde nuestras casas los miles de toneladas de residuos hasta esas montañas de basura, conocidos como vertederos.
Como no suelen desaparecer, a la basura se le debe buscar un destino, lejos de nuestros horizontes, en el que la podamos esconder. Los vertederos son lugares cuyo fin principal es almacenar la basura, desprendernos y librarnos de aquello que consideramos un desperdicio. Los hay controlados e improvisados. Unos, son legales. Otros, ilegales. Los hay en cielo abierto, porque simplemente se les arroja la basura y los hay también subterráneos, para enterrar lo que producimos. Los dos más grandes de Colombia son Doña Juana, alimentados con la basura de Bogotá, y La Pradera con la de Medellín. En Estados Unidos se hallan dos de los más grandes del mundo: Apex Regional y Freshkills. Pero los vertederos en tierra no lo esconden todo y, por ello, hemos acudido a la grandeza de los mares como refugio para nuestros desechos. Y de tanta basura que se ha arrojado a los océanos, hemos terminado por provocar islas de basura, resultado de su acumulación en alta mar. En el océano Pacífico, por ejemplo, se ha formado una acumulación de basura que llega a tener una extensión superior al territorio colombiano.
Que logremos exitosamente esconderla, alejándola de nuestra vista y de nuestras narices, hace que botar sea un acto fútil e insignificante. Desechar y producir basura son, para muchos de nosotros, acciones automáticas, repetitivas, casi inconscientes. Y quizá por esto, porque su olor no nos incomodará, ni su suciedad estorbará en nuestros paisajes, se nos hace tan sencillo consumir, generar residuos y desechar basuras, haciendo que nuestros desechos se calculen en miles de toneladas por día y millones de toneladas por año.