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Por Juan Camilo Quintero M. - @JuanCquinteroM
El viernes pasado murió Fernando Botero, por unanimidad, el más grande artista colombiano del último siglo, el más internacional y, a pesar de su exilio, quizá el más colombiano y paisa de todos. Hace muchos años que Botero no vivía en el país, sin embargo, hasta que su salud se lo permitió fue norma cada año pasar un mes en Rionegro. Un dato que no es anecdótico, pues sus cuadros no son otra cosa que el reflejo de nuestro país y de nuestra idiosincrasia. El talento de Botero era, como su obra, de grandes proporciones. Y su prestigio no es el que llega después de la muerte, es el que se gana a pulso gracias al genio y al trabajo. Claro está que después de su muerte se confirmará lo que ya sabíamos en vida: que su nombre y su obra hacen parte de la historia.
Pero quizá el rasgo que quiero destacar de Botero más allá de su gran genialidad o su incansable capacidad de trabajo, fue su generosidad. No recuerdo un artista colombiano que haya sido más magnánimo que Botero. La donación que hizo a Bogotá y Medellín, de obras propias, esculturas y pinturas, así como de su colección personal, hecha a lo largo de más de 35 años, la cual además completó con obras que salió a comprar, dan cuenta de su talante. Botero, cada vez que tuvo oportunidad, dijo que eso era lo mejor que había podido hacer en su vida. Y decía, que lo había hecho pensando en darles a los nuevos artistas que surgían una posibilidad que él no había tenido: ver de primera mano las grandes obras de la historia del arte.
Con la muerte de Botero, y la de García Márquez hace algunos años, se va extinguiendo una generación de artistas que impusieron sus valores, los de su obra y sus vidas, a unos que ganaban terreno a fuerza de bala de sangre. Esto es, Botero, con su obra y con su vida nos señaló un camino que se podía seguir, nos dijo que era posible ser grande y exitoso sin sucumbir a la tentación de la violencia y del dinero fácil. Su legado nos ayuda a desenredar esa maraña terrible de odios y rencores que ha sido nuestra historia. En estos tiempos absurdos qué falta que hacen artistas que nos ayuden a entender qué es ser colombiano y a reconciliarnos como sociedad.
Dice, Lina Botero, en alguna de las tantas entrevistas que dio por estos días, que en la lápida de su padre él solo quería que grabaran, además de su nombre, dos palabras: pintor y escultor. Yo agregaría aún más para dar cuenta de lo que fue y de lo que nosotros deberíamos transmitir igualmente a las próximas generaciones: un colombiano extraordinariamente talentoso y generoso.