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El oportunismo de Quintero y la crisis de la izquierda

Quien destruyó una ciudad con populismo y codicia no será quien resuelva los problemas de nuestro país.

08 de octubre de 2025
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  • El oportunismo de Quintero y la crisis de la izquierda

Por Daniel Duque Velásquez - @danielduquev

Daniel Quintero ha pasado de ser el protagonista del peor gobierno en la historia reciente de Medellín a convertirse en el principal factor de división dentro de la izquierda colombiana. Lo que hoy ocurre en el Pacto Histórico no es una discusión ideológica profunda ni un debate sobre visiones de país; es la consecuencia de haber permitido que un proyecto político se contaminara con la lógica del oportunismo y la demagogia que Quintero representa.

Su trayectoria lo demuestra. Quintero ha pasado por casi todas las orillas del espectro político: militó en el Partido Conservador, luego en el Liberal, fue funcionario del gobierno de Juan Manuel Santos, coqueteó con el movimiento de los indignados creando en su momento el Partido del Tomate, se presentó como independiente y, más recientemente, como el nuevo adalid de la izquierda. Su única ideología ha sido la plata. En él, las etiquetas políticas cambian con la misma facilidad con la que cambian los contratos o los aliados.

Ese estilo político —personalista, clientelista y calculador— ya hizo un daño profundo en Medellín. Su administración dejó más de cuarenta funcionarios investigados, empresas públicas debilitadas, programas sociales en crisis y un legado de polarización. Hoy, Quintero busca proyectarse a nivel nacional con el mismo método: dividir, desinformar y construir poder sobre la base del resentimiento y la manipulación emocional.

Pero lo verdaderamente preocupante no es solo su ambición, sino la forma en que el presidente Gustavo Petro lo ha impulsado y legitimado. Desde el Gobierno se le han entregado cuotas en entidades estratégicas como ISA, y se le ha defendido incluso frente a denuncias serias de corrupción. Petro creyó que incluirlo ampliaría la base del proyecto progresista, pero el resultado ha sido exactamente el contrario: una fractura profunda en el Pacto Histórico y un descrédito ético difícil de reparar.

Algunos de los dirigentes del Pacto Histórico —como Susana Muhamad o Gustavo Bolívar— han reaccionado con alarma ante la posibilidad de que Quintero se tome la consulta interna. No porque teman al pragmatismo, sino porque reconocen en él algo más grave: la ausencia total de convicciones. Para ellos, y para buena parte de la opinión pública, el exalcalde encarna lo que la política colombiana necesita superar: el abuso del poder y el uso del mismo como medio para enriquecerse, perpetuarse y favorecer aliados.

Yo lo viví en carne propia cuando fui concejal de Medellín. Al denunciar la corrupción de Quintero, muchos militantes de izquierda me acusaron de uribista, decían que yo servía a los intereses de la derecha e incluso promovieron narrativas absurdas en las que se aseguraba que periodistas, concejales y ciudadanos críticos estábamos siendo pagados por grupos económicos. Hoy, esas mismas personas que optaron por defenderlo o ignorar las alertas, ven cómo ese mismo personaje se toma su movimiento político y lo tiene en peligro crítico de muerte.

La historia de Medellín debería servir de advertencia: quien destruyó una ciudad con populismo y codicia no será precisamente quien resuelva los problemas de nuestro país.

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