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A la maestra

Los comediantes cuando estamos juntos buscamos ser el más chistoso. Ella, en cambio, se reía de todos los chistes, celebraba el humor de cada uno sin el ánimo mezquino de la competencia. Fue un bello aprendizaje que trato de aplicar cada que comparto escenario con un compañero.

25 de septiembre de 2024
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  • A la maestra

Por Dany Alejandro Hoyos Sucerquia - @AlegandroHoyos

La primera vez que la vi fue por televisión. Estaba vestida con taparrabos y un sombrero de plumas en la cabeza. Era una escena de la llegada de Cristóbal Colón a América interpretada por los actores de Sábados felices. Me llamó la atención su cuerpo, por supuesto, pero no por su gordura, sino porque no tenía la cara de los indios que nos habían enseñado en el colegio. Los indios de la escuela eran morenos, serios y flacos; esta india era blanca, gorda y divertida. Mi papá me dijo que ella era la Gorda Fabiola y que estaban actuando.

A los ocho años aprendí que en el humor se rompen los esquemas y los llamados defectos no importan. En esa misma escena había un mocho, un flaco, un feo, una gorda y todos parecían felices. Tal vez, viéndolo desde la perspectiva lejana del tiempo, treinta años después, fue esa una de las razones poderosas para dedicarme al humor: la posibilidad de sacarle provecho a mis inseguridades. El humor no tiene la vanidad estética del estereotipo, al contrario, entre más distinto seas y más te burles de ti mismo, más éxito tienes.

La segunda vez fue en Tutucán. Yo era uno de los personajes del pueblo. El elenco de Sábados Felices hizo una grabación en Comfama. La encontré saliendo del baño. Sonrió y saludo a Suso con ese acento exquisito costeño. Sus primeras palabras fueron bondadosas. Le costó unos instantes entender que no hablaba con el actor, sino con el personaje. Tú tienes que estar en televisión, sentenció. Años después trabajamos juntos. El programa se llamaba Qué Camello. Un elenco de comediantes que tenían que hacer diferentes trabajos. Era la única mujer.

Detrás de cámaras estaba pendiente de todos, celebraba cada chiste y las groserías salían de su boca filtradas por el encantador desparpajo costeño. Los comediantes cuando estamos juntos buscamos ser el más chistoso. Ella, en cambio, se reía de todos los chistes, celebraba el humor de cada uno sin el ánimo mezquino de la competencia. Fue un bello aprendizaje que trato de aplicar cada que comparto escenario con un compañero.

Cuando grabé La vuelta al Mundo en ochenta risas nos encontramos en los estudios de Caracol y me dijo: Oye, susito, me gusta que tú le celebras los chistes a todos. Lo aprendí de ti, le respondí. La última vez que la vi fue en Bogotá, ella y Polilla fueron a ver Suso a la carta. De nuevo su generosidad: publicaron en sus redes la obra, la recomendaron con amigos y ella me invitó, de nuevo, a comer fríjoles a su casa.

Tu que eres paisa, tienes que probar mis fríjoles, dijo. Nunca logré disfrutar su sazón. Cuando ella podía, yo no, y viceversa. Mala mía. Gordita, nos quedamos debiendo los fríjoles. Nos quedamos debiendo la noche de vallenatos, nos quedamos debiendo chistes, abrazos y risas. Se los daré a Polilla, mirá qué ironía, ahora le pesa tu ausencia. Descansa fabiolinda. ¡Buen viaje, maestra!

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