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La democracia colombiana está perdiendo valiosos filtros de deliberación interna.
Por David González Escobar - davidgonzalezescobar@gmail.com
Que si este se tomó foto con aquel. Que si este le recibe un café al otro. Que si la coalición de centro, o la de centro-derecha y derecha, o centro con centro-izquierda no tan izquierda, o la de todos los partidos, o la de derecha y centro-derecha, o la de todos esos partidos que nadie ha oído, o centro-derecha y derecha, pero que sea “más al centro”. Que si la megaencuesta con los que salieron alguna vez por fuera del margen de error. Que si una encuesta con este, pero no con el otro; o con los mismos, pero sumando al de allá y excluyendo a otro de acá. Que este ya no va por firmas, sino que lo avala el partido que nadie sabía que siquiera existía. Que la foto de los mismos de antes, pero sin este otro.
Mecánica, chisme y aritmética electoral —que no es aditiva— cuando ni siquiera hay números: en eso se transformó la política.
A pocas semanas de que oficialmente empiece la campaña presidencial —aunque parece una eternidad desde que, en la práctica, ya empezó— se percibe un ambiente de caos. Desorden. Cacofonía: ya no pasa un día sin una renuncia, una alianza, una coalición que puede que se arme hoy y se desbarate mañana; todos desesperados por ver si aparece una encuesta que favorece a uno o excluye a otro, mientras cerca del 70% de la intención de voto se reparte entre candidatos que no superan el 5%. Todo se ha vuelto una discusión superflua sobre una mecánica electoral anárquica.
¿En qué momento llegamos acá?
Según datos de la Misión de Observación Electoral, en 2010 hubo apenas un par de comités de firmas inscritos para buscar una candidatura presidencial. De ahí en adelante el crecimiento fue exponencial: en 2014 hubo 14, en 2018, 45, en 2022 se llegó a 52 y, para esta próxima contienda electoral, una cifra récord: 91 posibles candidatos por firmas. Piense si usted es capaz de nombrar 90 políticos.
Algo parecido ha sucedido con los partidos. En 2002 hubo más de 300 listas inscritas para el Senado (no es un error). Luego, tras una reforma para evitar ese nivel absurdo de fragmentación política, se introdujeron mecanismos como la asignación de curules por cifra repartidora y el umbral, reduciendo el número de partidos que competían a cerca de una docena: en 2010 y 2014 hubo un poco más de partidos con personería jurídica. Sin embargo, hoy, tras decisiones judiciales que multiplicaron las personerías jurídicas, volvimos a más de 30 partidos que, en su mayoría, carecen de reconocimiento y cohesión ideológica.
Todo esto, sumado a la impopularidad de los partidos políticos en general, nos ha llevado a una desinstitucionalización de nuestra política: la democracia colombiana está perdiendo valiosos filtros de deliberación interna y, en el camino, reemplazando la conformación de movimientos y partidos políticos basados en debates ideológicos y posturas claras por, al contrario, una balcanización de movimientos personalistas, cada uno negociando sus pocos votos o su aval, en discusiones de inane mecánica electoral para ver quién suma dónde y cálculos sobre qué recibirá a cambio.
El resultado es un sistema electoral cada vez más difícil de seguir para el votante, que favorece el personalismo sobre las propuestas programáticas que podría brindar un partido político serio. Nos está llevando hacia un modelo más caótico y cada vez más propenso al surgimiento de movimientos populistas y demagógicos.
Una verdadera cacofonía electoral.
Ojalá, entre tanto ruido, asome un candidato dispuesto a impulsar una reforma política que permita corregirlo.