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Por ERNESTO OCHOA MORENO - ochoaernesto18@gmail.com
Falta mucho para un cambio de gobierno, pero ya se está hablando, y mucho —más de la cuenta— de las próximas elecciones presidenciales. El presidente Petro jura y perjura que no aspira a quedarse en el poder. Dios lo oiga para bien de Colombia, aunque por su talante “emediecinuevesco” tal vez no sean tan creíbles sus afirmaciones.
Por ahora, se me ocurre, para espantar monstruos y pesadillas sobrevinientes, hablar de asuntos más deletéreos, más asépticos, quizás, no contaminados por las ideologías y la politiquería. Reflexionar, por ejemplo, sobre la suerte de los partidos, sobre eso que llaman suprapartidismo y que yo, lo digo de entrada, denomino más bien como infrapartidismo.
Desde el punto de vista de la configuración de los vocablos, se debe señalar que el prefijo latino “supra” significa sobre, encima, y se usa en español para palabras compuestas, al lado de su pariente “súper”, que también significa sobre. Ahora bien, “supra”, como adverbio, da la idea de estar arriba, en la parte superior, pero como preposición tiene el significado de estar más arriba, más allá. El prefijo supra, por lo tanto, al entrar a formar una palabra compuesta, da la idea de trascender, de estar en una dimensión superior.
En ese sentido, el sustantivo afectado por este prefijo no es algo que resume y acoge aquello que es superado, sino una realidad distinta. Suprasensible, por ejemplo, no es conjunto de cosas sensibles por encima de la sensibilidad, sino una realidad que está por encima de la capacidad de los sentidos. Otra cosa es “súper”, también adverbio y preposición en latín, que al entrar como elemento compositivo en español, da la idea de exceso, demasía, grado sumo o preeminencia. Supersensible no es lo que está por encima de los sentidos, sino algo o alguien que es sensible en demasía. Superolfato no es algo que está por encima de la capacidad olfativa, sino un olfato en grado sumo.
Así las cosas, ¿qué es el suprapartidismo? ¿Un suprapartido que está por encima de los partidos, más allá de un partido o de todos, que recoge en una las diversas ideologías? ¿O un superpartido, es decir, un partido político que supera a los demás o se ufana de ello? Si se miran las alianzas o coaliciones suprapartidistas en épocas preelectorales, ninguna es en realidad un suprapartido. Ni mucho menos un partido nuevo, distinto. Y menos aún un superpartido. Son y no son.
Niegan o aceptan, al amaño de su beneficio en las urnas, las jerarquías de las colectividades, pero es pura finta con fines electoreros. Ni la adhesión de militantes o votantes de un partido al candidato de otro partido vuelven a una opción política, un suprapartido y mucho menos un superpartido.
Se podría decir que los suprapartidos —que acaban cayendo por la megalomanía de su líder o de sus militantes, en la mentira de creerse y proclamarse superpartidos, es decir, la mejor colectividad política— están construidos sobre una necesaria indefinición ideológica, sobre inconfesas infidelidades partidistas, sobre intereses non sanctus. El suprapartidismo no solo lleva a la agonía de las colectividades históricas de un país, sino que vuelve híbrida, y, por lo tanto, infecunda, la actividad política.
Dejarse embaucar por el suprapartidismo, sea por cansancio histórico, por desconfianza, por apatía electoral, por campañas mentirosas o por imposiciones de fuerza, lleva al “infrapartidismo”, que se manifiesta de dos maneras: o en la abstención electoral, o en la supresión de los partidos y del pluralismo por la fuerza de los totalitarismos y de las intransigencias. Como quien dice, la muerte de la democracia.